Martha Mitchell, la figura olvidada del escándalo que derribó a Nixon

Martha Mitchell, junto a Richard Nixon, en una recaudación de fondos republicana en Nueva York, en septiembre de 1972. Foto: AP

“Si no hubiera sido por Martha, no habría habido Watergate”, le dijo el expresidente estadounidense al periodista británico David Frost en una célebre entrevista en 1977, en alusión al rol que la esposa del fiscal general, John Mitchell, jugó en su caída.


En el inconsciente colectivo se han quedado los nombres de Bob Woodward, Carl Bernstein o Garganta Profunda (la fuente anónima de los periodistas, que luego se supo que era el agente del FBI Mark Felt) como los principales protagonistas que destaparon Watergate, el escándalo político que acabó con la Presidencia de Richard Nixon, pero el republicano culpó de su caída a posteriori a otra figura.

Se trata de Martha Mitchell, uno de los personajes más desconocidos de Watergate, pero no por ello el menos importante. “Si no hubiera sido por Martha, no habría habido Watergate”, le dijo Nixon al periodista británico David Frost en una célebre entrevista en 1977. Fue la Casandra del caso. Así la describió Bob Woodward, el periodista que se hizo famoso por revelar el escándalo que acabaría con Nixon. Ella fue “el coro griego que avisó a todo el que quería escuchar” que algo olía a podrido en aquella presidencia.

Martha Mitchell, esposa del fiscal general de EE.UU. bajo la administración Nixon, John Mitchell. Foto: National Archives

Martha Mitchell era el prototipo de “buena americana”, como la describe el diario ABC. Gozaba de prestigio social, siempre como reina de las mejores fiestas de Arkansas, y en sus círculos la conocían como “La voz del sur”, por su tendencia a no morderse nunca la lengua. Habitual de programas de televisión y con enormes conexiones en la política y el periodismo, su matrimonio con el fiscal general de Estados Unidos durante la administración de Nixon, John Mitchell, le abrió tantas puertas como le cerró su naturaleza franca. Pero ni su cercanía al presidente ni la lealtad a su marido le impidieron cerrar los ojos ante lo que vivió.

“En una era en la que los hombres lo dirigían casi todo, ella decía lo que quería y hacía lo que quería. Puede que estuviera casada con uno de los hombres más famosos en Washington, pero se negó a ser descrita como la ‘mujer de’ alguien”, escribe el periodista Manuel Roig-Franzia en el artículo del diario The Washington Post en el que Woodward revela ahora que Martha lo llamó y le pasó documentación crucial unos meses antes de la dimisión de Nixon.

“Cuando las mujeres de más alto nivel todavía estaban consideradas oficialmente meras extensiones de sus maridos, la idea de que Martha diera noticias por su cuenta fue casi una revolución social en sí misma”, destaca el periodista y escritor Garrett Graff en Watergate: A New History, libro publicado el 15 de febrero pasado.

Richard Nixon después de anunciar que entregaría las transcripciones de las cintas de la Casa Blanca a los investigadores del juicio político de la Cámara en Washington, en abril de 1974. Foto: AP

Conservadora furibunda, Martha se distanció del Partido Republicano, su marido y el presidente cuando el 17 de junio de 1972 fueron detenidos cinco hombres por el allanamiento del edificio Watergate, sede del Partido Demócrata. Aunque en un primer momento la operación policial se intentó mantener bajo secreto, lo que sí se sabía era que uno de los detenidos era James McCord, exagente de la CIA, que había sido guardaespaldas y chofer de la hija de Mitchell.

Jon Mitchell, que estaba en un viaje para recaudar fondos para la campaña de reelección de Nixon en California, sabía que, si el nombre de McCord llegaba a oídos de su esposa, esta no se iba a morder la lengua. Por ello, la convenció para que se quedara descansando allí unos días y antes de volver a Washington pidió a sus agentes de seguridad que hicieran lo posible cortar el acceso de Martha a los medios de comunicación.

Pero Martha ató cabos y supo desde el principio que aquella intrusión en el edifico Watergate estaba vinculada a su marido y, por extensión, a Nixon. Pero lo que hizo que hablara, en contra de sus propios intereses partidistas, es que McCord fue dejado a su suerte por los republicanos tras ser detenido. Su propio marido negaba tener vínculo alguno con él.

Los nombres en el escándalo de Watergate son de izquierda a derecha: G. Gordon Liddy, el abogado de la Casa Blanca John W. Dean III, el exfiscal general John N. Mitchell y el exdirector de campaña adjunto de Nixon, Jeb Stuart Magruder. Foto: AP

Las evasivas de su esposo la hicieron perder su paciencia y llamó a Helen Thomas, una reportera de United Press con la que tenía mucha confianza, para desahogarse, según consigna la revista Vanity Fair.

Al parecer, llegó a asegurar a Thomas que se separaría si John no dimitía de su cargo en el Comité para la Reelección del Presidente (CRP). La llamada, sin embargo, fue cortada abruptamente y, cuando la periodista llamó al hotel donde se alojaba Martha para retomar la conversación, la recepción le informó de que esta estaba indispuesta. Thomas telefoneó entonces a John, quien, con tono condescendiente, se limitó a decir que a “Martha a veces le disgusta lo que pasa en la política, pero me quiere, yo la quiero y eso es lo que importa”.

Pasaron varios días hasta que Martha pudo volver a Washington y allí ya sí que dio rienda suelta a su frustración antes los reporteros en conversaciones telefónicas, asegurando que había sido secuestrada en la habitación de su hotel, que un agente de seguridad había arrancado el teléfono de la pared mientras hablaba con Thomas y que le habían inyectado sedantes después de intentar huir por el balcón.

Imagen de la miniserie Gaslit, donde Julia Roberts interpreta a Martha Mitchell.

Una reportera del New York Daily News corroboró que efectivamente tenía marcas de pinchazos en los brazos, pero los artículos que se publicaron al respecto apenas tuvieron repercusión política, quedándose en historias de interés humano sobre un matrimonio en crisis, destaca Vanity Fair. “Los editores pensaron que era sólo otro caso de Martha siendo Martha, y que era noticia sólo porque revelaba una disputa en una pareja muy pública”, escribió Helen Thomas en su biografía.

Después de aquello, Martha fue condenada al ostracismo por el CRP, por el Partido Republicano y por su propio marido. Algunos miembros de la administración comenzaron a filtrar a la prensa que tenía problemas con la bebida, que sufría alucinaciones y que estaba internada en un hospital psiquiátrico. Todo mientras ella dedicaba sus esfuerzos a defender a John ante la prensa. En los juicios que se celebraron a raíz de Watergate, alegó que lo estaban utilizando como chivo expiatorio.

En el entierro de Martha Mitchell, se pudo ver un arreglo floral con la frase “Martha tenía razón”.

Martha fue una de las primeras personas del entorno de Nixon en testificar, aunque fue a puerta cerrada, probablemente por las maniobras de su marido. Aun así, sus palabras seguían siendo poderosas.

“Hombres que pueden borrar países enteros de la faz de la tierra a voluntad, o hacernos saltar a todos por los aires hasta la extinción, se quedan sin poder si Martha Mitchell coge el teléfono. Puede que sea ridiculizada, pero no la “silenciarán”. No puede desaparecer. Estos hombres olvidan que en una república verdadera la realidad es que, como dice Solzhenitsyn, una palabra de verdad pesa más que el mundo entero”, escribió Jonathan Schell en un comentario editorial en la revista The New Yorker, en abril de 1973.

John Mitchell acabó dimitiendo de su cargo de líder del CRP, aduciendo que necesitaba tiempo para ocuparse de su familia. Un año después de que estallara el escándalo, en 1973, se separó de Martha siguiendo el consejo de sus abogados. “Me abandonó y me dejó solo con 945 dólares”, dijo ella al diario The Washington Post.

En 1974, Martha demandó a su marido, reclamando la pensión alimenticia, y en 1975 John fue declarado culpable de conspiración y obstrucción a la justicia, por lo que fue condenado a hasta ocho años de prisión, pero solo estuvo encarcelado 19 meses. Al conocer la sentencia, declaró: “Podría haber sido peor, podrían haberme condenado a pasar el resto de mi vida con Martha Mitchell”.

Ese mismo año, la salud de ella comenzó a decaer. Tenía cáncer (mieloma múltiple) y murió en 1976, con solo 57 años. En su entierro, se pudo ver un arreglo floral con la frase “Martha tenía razón”. Un año antes, McCord había corroborado su secuestro y su versión de los hechos.

John Mitchell falleció en 1988 de un infarto. McCord fue condenado a entre uno y cinco años de cárcel, pero solo cumplió cuatro meses al haber colaborado en la investigación del Watergate. Abrió su propia empresa de seguridad y no falleció hasta 2017, con 93 años. Stephen King, el agente del FBI que secuestro a Martha, no solo fue promocionado en su momento, sino que su carrera y habilidades en el entorno republicano le valieron ser nombrado en 2017 embajador en la República Checa por Donald Trump, pese a no tener experiencia diplomática alguna.

Imagen de la miniserie Gaslit, donde Julia Roberts interpreta a Martha Mitchell.

Si bien la figura de Martha Mitchell permaneció muchos años en el olvido en comparación a los otros protagonistas del escándalo Watergate, en 2020, el podcast Slow Burn la devolvió a la palestra y este año, además de la miniserie serie Gaslit de la plataforma Starz, donde Julia Roberts y Sean Penn dan vida al matrimonio Mitchell, Netflix estrena hoy un documental dedicado a ella titulado The Martha Mitchell Effect.

Hoy “el efecto Martha Mitchell” es una expresión que se usa en psiquiatría para referirse al diagnóstico equivocado de un paciente que parece sufrir paranoia y tener alucinaciones que en realidad resultan ser verdad. La misma que convirtió a Nixon en el único presidente estadounidense en dimitir del cargo.

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