De campo y bicentenaria
La arquitecta Mirta Núñez encontró su lugar en Cunaco, corazón del valle de Colchagua, en las mismas tierras que la vieron crecer. A pulso ha ido recuperando esta bicentenaria casa, respetando su arquitectura y las preciosas huellas del paso del tiempo.

En el valle de Colchagua no hay nadie que no conozca el fundo de Cunaco, hacienda que dio origen al pueblo del mismo nombre, y aunque está bien señalizado, basta preguntar a cualquier lugareño para saber cómo llegar: al borde de la misma Ruta del Vino, luego de pasar San Fernando y Rancagua, y a seis kilómetros de Santa Cruz encontrarán una sencilla y amable fachada de muros de ladrillos blanqueados.
Entrar a estas tierras, conmueve. El aire puro, el sonido del viento, el canto de los pájaros, el aroma a tierra mojada y a cocina de campo son parte de su encanto. Sin embargo, detrás de esta casa hay mucho más. Dentro de ella, todo recuerda al pasado. Se puede decir que el tiempo se detuvo en el siglo XIX, en los inicios de la República, cuando se levantaron las primeras construcciones de la Hacienda de Cunaco.
Un gran patio central conecta las construcciones de esta parte del fundo: una antigua casa del administrador, la panadería y una pequeña bodega. Todas siguen en pie, gracias a las propiedades antisísmicas de su construcción de adobe, tal como en la época de su esplendor cuando el carretón salía por el fundo a repartir a todos sus inquilinos y trabajadores la “galleta de campo”, el pan de la época hecho en la misma panadería del campo.
Cuando la arquitecta y dueña de la casa y de los restaurantes Panpan Vinovino y el nuevo Mistela, Mirta Núñez, dejó la hacienda para ir a estudiar a Santiago, nunca pensó que volvería a Cunaco a vivir. Sin embargo, casi tres décadas después, no lo dudó cuando vio que su casa de la infancia se encontraba abandonada y seriamente deteriorada. Se propuso entonces la meta de recuperar su esplendor, hacerla solvente a través de sus restaurantes y proyectar un futuro hotel boutique, e incluso, lograr declararla monumento histórico, hoy en proceso de estudio.
Con este espíritu consiguió recuperarla, interviniendo sólo los corredores; uno transformándolo en el actual living comedor -punto neurálgico de toda la propiedad-, y el otro, construyendo una galería. El resto de los espacios conservan íntegro su carácter criollo, incluso los muebles y objetos heredados de su familia, generación tras generación, terminaron por marcar su estética de campo que con amor y cuidado ha sabido sobrellevar el paso del tiempo.
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