Hace un par de años, en el Museo Cooper Hewitt (N.Y.), se montó una exposición titulada Diseño para el otro 90%; a través de la muestra se podían conocer ejemplos de diseños eficientes, desarrollados con gran economía de materiales, pero sobre todo muy innovadores. El nombre de la exposición surge a partir de datos concretos, como que actualmente cerca del 90% de la población mundial no tiene acceso a productos y servicios que son considerados básicos por muchos de nosotros. Comida, agua potable, refugio, salud, educación y energía son las grandes necesidades que hoy enfrentamos y a las que hay que dar respuesta de manera urgente, sobre todo si consideramos que de aquí al 2050 el 75% de la población mundial estará viviendo en urbes, habiéndose producido una migración campo ciudad nunca antes vista, obligando a las ciudades a implementar programas de desarrollo a una tasa de crecimiento imposible, desafiando todo lo que conocemos como factible hasta ahora.

En este escenario, el diseño surge como una herramienta primordial, ya que es una de las pocas disciplinas en que, gracias a la observación y el cuestionamiento, es posible llegar a puerto con soluciones nuevas, más eficientes y de acuerdo con las realidades específicas de posibles consumidores. Pensar en desarrollar para este otro 90%, no sólo conlleva un fuerte compromiso social, sino también abrir un gran mercado, no por el poder adquisitivo de este grupo, sino por los volúmenes que se pueden conseguir, con las consiguientes economías de escala y masificación de los procesos.

Para este número quisimos hablar de diseño social, donde lo bonito deja paso a lo necesario, a lo que cumple una función primordial y no sólo adorna. Quisimos hablar de comercio justo, un tema a veces manoseado, pero lamentablemente no siempre considerado por su aporte real a las comunidades que beneficia. Dar luces y señalar que a veces no es necesario invertir mucho para obtener un gran retorno, tanto económico como social, y de que si se quiere, se puede.