Editorial
Semana del 18 al 25 de diciembre de 2010.


Esta época del año es difícil, el exceso de cosas y las ganas de cortar las huinchas a veces juegan en contra de mantener el foco claro y dirigido, pero hay que tratar.
Uno de los temas que me ha estado dando vueltas en las últimas semanas es el de las infraestructuras a todo nivel, y quizás el incendio en la cárcel de San Miguel me gatilló a escribir finalmente sobre esto.
Voces especializadas han hablado del tema penitenciario, de las grandes carencias históricas del sistema y de cómo los esfuerzos para resolverlas no han sido suficientes, por lo que yo no profundizaré en el tema (sería una patudez). Si me atrevo a hablar de cómo este hecho puntual grafica algo que a mi modo de ver se ha vuelto crónico: se conocen las carencias, se vislumbran posibles soluciones, pero no se toman decisiones radicales; como si al no hacer algo la solución fuera a aparecer por sí sola o bien se traspasara automáticamente a manos de quien venga, el sucesor o el de turno.
Siento que esto se puede trasladar al problema con el sistema interconectado eléctrico, en el que los gestores de los grandes proyectos -con gran oposición pública- pintan la realidad que más les conviene: un futuro incierto y sobre todo oscuro si no se aprueban rápidamente sus propuestas. O el tema vial, como el embotellamiento permanente en que se transformará la costanera Andrés Bello, desde M. Montt hasta la rotonda Pérez Zujovic, no sólo por las grandes torres ya construidas, sino por los muchos otros proyectos que están construyendo a su sombra y que obviamente generan menor controversia, pero que igual modifican la realidad actual. La solución definitiva brilla por su ausencia.
Existen modelos matemáticos que permiten predecir planes de crecimiento urbanos, incremento de consumo energético, necesidades de transporte de público, etc.
¿Cuándo será el momento de implementarlos correctamente?
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