Perú sin fujimorismo

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En estos años, la historia electoral peruana se resume en los intentos de Keiko Fujimori de llegar a la Presidencia y en las alianzas para impedirlo. Si bien el fujimorismo no ha desaparecido, se ha degradado de dinosaurio a pequeño mamífero.



Cuando los peruanos despertaron al día siguiente de las elecciones legislativas extraordinarias, los dinosaurios ya no estaban allí. Los partidos que habían sido el eje de la política peruana durante las últimas décadas, sufrieron una catastrófica derrota. El APRA no pasó la valla del 5% de votos válidos (necesarios para acceder a la repartición de escaños legislativos) y Fuerza Popular (FP), el partido fujimorista, con el 7% de votos válidos, vio a su bancada encogerse (de 73 a 15 curules, en menos de cuatro años). Si bien el fujimorismo no ha desaparecido, se ha degradado de dinosaurio a pequeño mamífero.

En Perú, históricamente los partidos políticos no han gozado de buena salud. Siempre ha sido una tierra poco fértil para la construcción partidaria, y se esteriliza más, en estos tiempos de caída global de las militancias. La profunda informalidad de su sociedad (70% de la fuerza laboral pertenece al sector informal de la economía), el centralismo que amuralla Lima del resto del país y una sucesión de malas reformas políticas, han conducido a una sociedad difícilmente representable por los vehículos partidarios convencionales.

Desde el inicio de la Tercera Ola democrática, Perú intentó cuajar un sistema partidario. La hiperinflación y la crisis generalizada frustraron aquel primer ensayo a inicios de los 90. Los escándalos de Lava Jato hicieron lo propio con la configuración partidista -coloquialmente denominada "elenco estable"- que había organizado las preferencias electorales durante las últimas dos décadas (básicamente, guiadas por la lógica del "mal menor"). No es casual que cada una de las tentativas haya culminado en una disolución del Congreso, una suerte de acta de defunción de los empeños de la partidocracia peruana por representar su compleja estructura social.

Durante estos últimos dos decenios, el establishment político peruano generó su "duopolio": el fujimorismo enfrentado al producto de su propio y relativo éxito, al antifujimorismo. En estos años, la historia electoral peruana se resume en los intentos de Keiko Fujimori de llegar a la Presidencia y en las alianzas plurales para impedirlo. Esta polarización trajo, durante un tiempo, una relativa estabilidad a la competencia política, mientras el modelo económico hacía lo suyo. Empero, Odebrecht con sus acusaciones de corrupción -que tachan a todos los colores del espectro político-, alimentó tanto al desprestigio de la clase política como a la desafección popular. El equilibrio político, ya precario, colapsó. Últimamente, un solitario de la política, Martín Vizcarra -sin partido ni bancada-, ha sabido aprovechar el momentum populista para procurarse una Presidencia sin Congreso ni oposición.

Los resultados de los comicios del 26 de enero (para reemplazar al Congreso disuelto hasta julio de 2021), desnudaron a la política peruana: fragmentación y pulverización políticas (nueve fuerzas pasaron la valla, ninguna con más del 11% de votos válidos), imprevisibilidad (las encuestas no detectaron a tiempo la insurgencia de tres de estas agrupaciones), creciente desafección ciudadana (el voto inválido tuvo los porcentajes más altos en 23 de las 25 jurisdicciones) y minipersonalismos radicales (como se explica a continuación).

Proyectos sectarios y radicales

El Congreso que tomará posesión en marzo, proyecta una representación nacional que refleja -con sinceridad- la informalidad económica y social de Perú. También, revela la ausencia de proyectos políticos para un país post-Lava Jato. Veamos. Buena parte del espacio dejado por el fujimorismo, es cubierto por Podemos Perú (PP) y por el FREPAP, cada una con un 8% de votos válidos. La primera organización es una suma de maquinarias políticas arraigadas en las zonas populares limeñas. Su cabeza de lista, Daniel Urresti -exministro del Interior de Ollanta Humala-, fue su imán de votos. Invitado a PP, ha capitalizado los reflejos "mano dura" y la xenofobia antivenezolana, azuzando la injusta responsabilidad que el vulgo le endilga a estos inmigrantes sobre la inseguridad ciudadana y la precariedad laboral.

Por su parte, FREPAP, fundada a fines de la década de los 80, se había mantenido como una agrupación marginal. Con bases religiosas milenaristas, ha sobrevivido en las periferias de las ciudades y en la ruralidad de las regiones amazónicas, especialmente en las fronteras vivas. Su apoyo social, también de pequeños agricultores y comerciantes informales, convive en la estructura más precaria del "modelo económico". Así se explica que esta secta de hombres de barbas largas y mujeres en túnicas sea percibida como cercana y próxima a quienes ocupan la base de la pirámide social.

A sendas organizaciones políticas se le une un tercer conejo en la galera: Unión Por el Perú (UPP). Es, lo que se denomina, un "vientre de alquiler": una agrupación que presta su registro electoral a la aventura deliberante de, por ejemplo, Antauro Humala -hermano del expresidente Humala, recluido desde hace 15 años por encabezar un motín que concluyó en sensibles pérdidas humanas-. Aunque su candidatura al Congreso fue rechazada, su lista se impuso en el telúrico sur andino. De modo que se abren esperanzas para su pretendida candidatura presidencial para 2021. En todo caso, ya cuenta con una bancada que luchará por su amnistía. Así, el más radical etnocacerista, se une a un nuevo elenco político, de proyectos sectarios y radicales que emergieron desde el subsuelo social que, hasta hace poco, fuera de dominio del fujimorismo.

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