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Entre miedos y plásticos: así se limpia el virus

Tres auxiliares de aseo. Tres unidades de pacientes críticos. En tres recintos de salud: dos hospitales y una clínica. Ellas relatan cómo es trabajar día tras día con el Covid-19 asomado en cada paso. El estrés de sus nuevos protocolos. La necesidad de su función. Los costos familiares. Sus turnos. Su nueva vida en crisis.

Foto: Mario Téllez / La Tercera

Gloria Santos, auxiliar del Hospital Sótero del Río: “Cuando esto partió, mi familia me decía que renunciara”

En el último tiempo, la vida de Gloria Santos (45), auxiliar de aseo en el Centro de Atención Integral de Funcionarios del Hospital Sótero del Río, ha tenido giros complejos. Hace seis meses perdió a su esposo, después de un largo tiempo postrado. “A él le dio un infarto fulminante y quedó vegetal. Estuvo tres años en esa condición. Tuve que salir a trabajar y pagar a alguien que me lo cuidara, además de comprar pañales, fundas y todas las cosas que se usan en estos casos. Ha sido difícil sacar adelante a la familia, pero también me ha hecho bien trabajar”, relata.

Gloria Santos (45), auxiliar de aseo del Hospital Sótero del Río.

Hoy, en la pandemia, su labor cobra vital importancia. Desde hace un año y medio que se desempeña en el recinto de Puente Alto: “Antes era todo normal para nosotros y de repente se transformó en un caos. Es una labor grande la que estamos haciendo las funcionarias de aseo y aquí toda la gente nos agradece mucho”, cuenta.

Gloria presta servicios a la empresa LimChile y cumple turnos de 12 horas en un área que recibe a trabajadores de la salud de todo el sector suroriente de la capital, de los cuales muchos están contagiados con Covid-19.

“Cuando empezó todo esto, mi familia me decía que renunciara, pero, conversando después y suponiendo que hay que empezar a vivir, aceptaron que continuara. Yo sigo trabajando igual, aunque ahora mucho más tranquila, porque estuve un mes de verdad muy estresada y con mucho miedo, pero ya no lo tengo”, confiesa.

Su rutina de higiene cambió. También la de sus tres hijas, de 28, 24 y 13 años, y la de su yerno y su nieto, con quienes comparte hogar en La Pintana, desde donde se traslada en locomoción colectiva al hospital. “Todos estamos acostumbrados a que la persona que salga se saque los zapatos afuera y deje todo en el patio para desinfectarlo. Cuando yo llego a la casa, me saco todo y ya me están esperando con la toalla para entrar altiro a la ducha”, cuenta.

En el hospital también existen estrictas medidas de seguridad. “Tenemos todos los materiales para trabajar tranquilas: guantes, mascarillas, antiparras y los trajes. Además, entre las compañeras que tengo, que son muy buenas, nos ayudamos, porque sabemos que todas estamos expuestas. Una ya está acostumbrada y, además, las enfermeras nos ayudan mucho a tener la mente más clara y a que no andemos con tanta preocupación”, destaca.

En la zona donde se desempeña existen ocho unidades de atención, donde se atiende a los funcionarios con un potencial contagio. “Cada módulo tiene un tacho rojo, donde se deja la ropa de los doctores, de los pacientes y la de nosotros. Generalmente, entra el médico; examina al paciente y nosotras tenemos que estar preparadas con nuestro equipamiento especial para limpiar, desinfectar y sellar cuando salgan”, apunta. Los desechos luego se depositan en otro contenedor de color amarillo y son retirados por una empresa externa.

El día a día es duro porque el estado de ánimo no es el mejor. “Llega mucha gente adulta llorando y muy asustada y eso me da mucha pena, pero cuando alguien está muy deprimido llaman de inmediato a un psicólogo para que pueda apoyar a esas personas”, describe, con la esperanza de que la situación pueda mejorar.

Carmen Marín, auxiliar de limpieza de Clínica Universidad de los Andes: “Todo cambió, ahora sacamos el doble de desechos que antes”

La realidad de Carmen Marín (53) es distinta a la de la mayoría del personal de aseo de los centros asistenciales del país, que pertenecen a empresas externas. En la Clínica Universidad de los Andes el servicio es interno, por lo que ella puede acceder a diversos beneficios. “Trabajo desde hace cinco años, vivo en La Granja y tenemos un bus de acercamiento, lo que significa una gran ventaja. Solo camino 10 minutos al paradero 25 de Santa Rosa”, comenta.

Como en el caso de sus colegas, su trabajo se ha visto especialmente forzado a los cambios por culpa del Covid-19. “Hay más flujo de pacientes, por lo tanto, se saca el doble de desechos que antes. Hay más pega. Es una responsabilidad mayor, porque uno tiene que tener la capacidad de saber cómo limpiar. Hay que desinfectar, lavar bien, limpiar todas las habitaciones”, sostiene.

Carmen Marín (53), auxiliar de la Clínica U. de los Andes.

Durante el desarrollo de la pandemia, a Carmen le ha tocado cumplir funciones en la zona de Urgencia y donde se encuentran internados los pacientes con Covid. También tuvo que modificar sus horarios. “Me preguntaron si podía hacer turnos de 24 horas y dije que sí. Trabajamos en la modalidad dos por dos”, cuenta.

Precauciones

Con hijos de 30, 29 y 27 años, quienes no viven con ella, y una pareja de 65, la funcionaria ha debido hacer sacrificios.

“Tengo una hija que vive en el sur y la vi por última vez en marzo, pero por esta situación a mis otros dos hijos no los veo hace más de dos meses. Mi pareja me dice que me cuide y, como es mayor, tomo incluso más precauciones: me saco los zapatos afuera y me voy derecho a bañar”, expresa

En su trabajo, el protocolo es muy estricto y también la auxiliar cuenta con los consejos de las TENS y de las enfermeras. “Trabajamos como equipo”, dice.

Foto: Mario Téllez / La Tercera.

“Nosotros botamos los desechos en contenedores para Covid; además nos cambiamos el uniforme todos los días en unos vestidores especiales y nos ponemos otro uniforme, de color verde, para subir al piso”, apunta.

Sobre la importancia de su labor, deja una reflexión: “A pesar de todo lo que está pasando, yo me siento orgullosa del trabajo que hago, y gracias a Dios no he tenido problemas”.

Judith Morales, funcionaria del Hospital del Profesor: “Hace dos meses que no veo a mi hijo de 11 años”

Turnos de 12 horas, en modalidad de dos días de trabajo y dos de descanso, son los que tiene que cumplir Judith Morales (52) en el Servicio de Urgencias del Hospital del Profesor, donde se desempeña desde hace un año.

“Vivo en Independencia y en la mañana me levanto supertemprano, a las 5:30. Me arreglo y tomo el colectivo hasta Estación Central. Y de ahí el Metro. Una vez que llegamos al hospital, hay un protocolo de lavarse las manos, echarse desinfectante, alcohol y ponernos nuestra mascarilla, la cofia, el cubrecalzado y los guantes. Luego, empiezo a ver si están bien los terminales y si hay algún fallecido. En ese caso, recibo las indicaciones para esa situación”, detalla.

Bolsas de colores

En ese contexto, el tratamiento de los residuos es un asunto que se toma con el máximo nivel de seriedad. “Los desechos van en bolsas separadas y de distintos colores. Cuando sacan a la persona fallecida, la ropa de cama y sábanas, van a una bolsa transparente rotulada. Si es ropa de un paciente, va a una bolsa negra rotulada con el nombre de la persona y se guarda hasta que un familiar vaya a retirarla”, indica, asumiendo lo triste y sensible que resulta esa labor.

Judith es madre de cuatro hijos, de 35, 33, 26 y 11 años. El menor vive con ella. Y su pareja es paramédico del Servicio de Urgencias del mismo recinto.

“A mi hijo más chico, el de 11 años, no lo veo hace dos meses, se fue a la casa de una de sus hermanas y sé de él solo por videollamada. Estamos conscientes de que nos podemos contagiar y hay que tomar protocolos”, explica.

Judith Morales (52) trabaja en el Hospital de Profesor.

Otra tema que subyace a su rutina laboral es el desgaste sicológico. “Es grande”, advierte. Y ella lo grafica así: “Con mi pareja estamos muy estresados y a veces no queremos nada, solo dormir. Hay días que son muy agotadores, mentalmente más que físicamente”.

Otro factor que pesa en un comienzo es el temor. “Da un poquito de miedo, pero me encomiendo al Señor. Antes de entrar, me persigno. Obviamente, también me pongo todos los implementos y me cuido”, expresa. Al llegar a casa, el dispositivo de seguridad es igual de estricto. “Me saco la ropa, me baño y ahora que tendré un día libre, por ejemplo, voy a desinfectar por completo toda la casa, cada rincón”, señala.

Desarrollando su trabajo, también se ha encontrado con gratas sorpresas. “El miércoles estaba haciendo mi rutina y un paciente me miró. Le pregunté si necesitaba algo y me dijo: ‘No, solo quiero decirle que la admiro, que admiro su trabajo y me saco el sombrero con ustedes’. Y esas son cosas que a uno la reconfortan y la llevan a seguir adelante. Sin embargo, ese mismo día me fui muy mal de acá para la casa, con mucha pena, porque veo que hay mucha gente joven falleciendo por esto”, confiesa.

Antes de cerrar esta conversación, Judith Morales solicita transmitir un mensaje, en rigor, casi una súplica: “Ojalá la gente tome conciencia, porque muchos salen sin necesidad de hacerlo. Por favor, que se pongan las pilas y piensen en el que está sufriendo por ese familiar que se fue de un día para otro y al que ni siquiera pudo tomarle la mano para despedirse. Lo que está pasando es grave”.

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