Educando a los cuestionados

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Entre cuatro paredes, una profesora les enseña manualidades a los jóvenes infractores de ley, recluidos dentro del Sename y con los que nadie quiere trabajar. Además, debe lidiar con la preocupación de sus propios hijos frente a un peligro que, a su juicio, no existe en todos los casos. ¿Cuál es la razón? "Creo en la reinserción social", asegura ella.




Parada frente a la única caseta de seguridad que da ingreso al Centro Metropolitano Norte (CMN) de Til-Til, recinto que pertenece al Servicio Nacional de Menores —Sename—, Jacqueline Cartes (52) muestra su credencial. Un gendarme armado la saluda, abre la reja desde el interior y permite su ingreso. Sobre su ropa gruesa, que la ayuda a soportar las frías mañanas de la zona, lleva una chaqueta sin mangas de color celeste que en su espalda dice "Centro Educacional Manquehue".

Jacqueline es profesora del taller de manualidades en uno de los centros "modelos" y más modernos del Sename, que hoy alberga a más de 190 adolescentes varones e infractores de delitos como robo con violencia, hurto y homicidio.

¿Por qué decidiste trabajar con los jóvenes más cuestionados por la sociedad?

También son personas. Falta que les demos una oportunidad, que seamos más sensibles y los escuchemos. Si no les entregamos las herramientas y oportunidades, jamás lograrán algo y no saldrán adelante. A través de las manualidades creo que se puede logra la reinserción social.

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Jacqueline nació y creció en Quinta Normal. Es la mayor de seis hermanos. Ella asegura que su vocación por ayudar a los demás se debe a su madre, quien recogía, alimentaba y daba hogar a los niños abandonados que vivían en el río Mapocho, mientras su papá trabajaba en el cine Gran Palace.

"A mi padre no le gustaba que se llenara la casa de niños de la calle porque no quería ayudarlos ni tenerlos. Pero mi madre los alimentaba y cuidaba, todo por amor y caridad", dice Cartes, quien cuenta que entre los niños que su mamá ayudó nunca olvidó el nombre de una: Margarita Maulén, una menor que vivió un par de semanas con ellos, tras llegar muy sucia y mal alimentada. "Mi mamá la bañó y cuidó como si fuera su hija; la queríamos como una hermana. Un día, unos carabineros la fueron a buscar y se la llevaron para siempre. Mi mamá sufrió como si hubiese perdido un hijo. Años después nos visitó repentinamente y agradeció todo lo que hicimos por ella", agrega.

En 1985, a los 15 años, Jacqueline se casó y tuvo al primero de sus tres hijos. Luego estudió un año de Sicología, pero por problemas económicos no continuó y se dedicó al cuidado de sus hijos. Junto a su marido se trasladaron a una casa en Til-Til, a 12 kilómetros del terreno que en el futuro albergaría al CMN del Sename.

Tras divorciarse, Jacqueline instaló una panadería en su casa. "Duré poco porque no me gusta estar encerrada haciendo algo que no aporta mucho", dice. Por eso comenzó a capacitarse en el área de manualidades. En 2002 realizó su primer curso del Fondo de Solidaridad e Inversión Social —Fosis—. Luego asistió a talleres en distintas municipalidades, tales como las de Padre Hurtado y Las Condes, hasta que un día, camino a su casa, tomó una decisión: trabajar en el Sename.

Jacqueline dice que se acercó al CMN ofreciendo sus servicios como tallerista, pero le negaron todo tipo de ayuda. Decidió buscar a César Mena, actual sostenedor del Centro Educacional Manquehue y ex candidato para alcalde de Til-Til. "Él me entrevistó y se impresionó de que quisiera trabajar como educadora en un centro del Sename. Le expliqué que era un desafío", cuenta Jacqueline.

¿Qué opina tu familia sobre este trabajo?

A mis hijos no les gusta. Creen que es peligroso y que algún día me puede pasar algo. Al principio les contaba cómo era el sistema, pero al final dejé de hacerlo porque se volvió un tema desagradable para ellos.

¿Qué les contabas?

Que esos jóvenes no son como ellos piensan, algunos son tan lindos y buenas personas como ellos.

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Tras cruzar la reja de entrada, Cartes camina 38 pasos hacia una escalera de cemento que lleva a un piso subterráneo. Ingresa a un túnel que separa al personal por sexo. Dobla hacia la derecha y se encuentra con dos gendarmes mujeres. Una de ellas revisa sus bolsillos y la escanea con una paleta detectora de metales, mientras la otra registra sus pertenencias. Luego, debe sentarse sobre una silla especial para detectar nuevamente metales.

Después cruza una reja asegurada con candado y continúa por el mismo pasillo, que se extiende otros 20 metros. En el próximo control requisan su carnet. Abren una segunda reja, sube una escalera y vuelve al primer piso donde están los patios de las casas de los jóvenes recluidos. Entra al edificio donde está el colegio y en su sala la esperan 12 alumnos. En las paredes se ven cartulinas pegadas con el abecedario y dibujos y cada vez que alguien habla en el lugar se forma eco.

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El viernes 2 de septiembre de 2016, Jacqueline tuvo su primera clase. Ella sólo conocía la realidad del Sename a través de lo que veía en los medios de comunicación. "Cuando llegué sentí miedo porque vi a dos jóvenes peleando a combos y con sillas. Entonces pensé que alguien me resguardaría pero no ocurrió", dice. Poco a poco fue ganando terreno dentro de la sala y empezó a conversar con los adolescentes sobre por qué estaban recluidos. Así se dio cuenta, según ella, de que no debía temerles tanto. "La realidad del lugar es que ellos son niños vulnerados y abandonados por sus padres, algunos maltratados física y sicológicamente. Cuando les pregunto por qué están acá, la mayoría responde que por robo para comer o darle de comer a su familia", dice.

Jacqueline cuenta que su trabajo es sólo enseñarles manualidades a los jóvenes, pero que su interés va más allá, incluso con un rol que algunos pueden considerar que no le corresponde. "Algunos me tratan como su mamá, ya que soy una mujer de besos y abrazos. Les entrego armonía, amor y cariño porque mi vocación es así. No me gusta esa distancia que algunos ponen con ellos", asegura.

Aún recuerda a un joven de 15 años hacia el que se acercó bastante. "Siempre me habló con cariño y se repetía las clases para estar conmigo", dice la tallerista, quien cuenta que después él comenzó a cambiar su expresión de cariño. "Me comenzó a decir que me extrañaba, que me tenía cariño, pero no de la forma que yo me imaginaba, así que le expliqué que yo era como su mamá, que no podía pensar así. Poco a poco le cambié su idea del amor que le entregaba, conversando sobre sus carencias y terminé siendo como una madre", dice mientras se emociona.

"Su historia me marcó mucho porque en esa época estábamos en el día de la mamá y él quería hacerle un regalo a su abuelita, que lo había cuidado desde pequeño. Le dije que entregaríamos un cofre especial con todo el cariño del mundo. 'Ya, señorita, que quede bien bonito', me dijo. En las dos clases siguientes no fue, por lo que pregunté en Gendarmería qué pasaba y me dijeron lo que temí: su abuelita había muerto. Nunca le pudo entregar su cofre. No justifico lo que hacía, pero él robaba para darle de comer a su abuela. ¿No crees que es injusto?", agrega.

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Algunas de las técnicas que enseña Jacqueline son la de decoupage, que consiste en pegar recortes de papeles sobre objetos, y de patinado, donde se envejecen con pintura artículos de madera como cajas, joyeros y portavasos, los que después son entregados por los jóvenes a sus familias en las visitas. Los diseños son realizados por ella y los materiales se los da el centro educacional. Otra manualidad que les enseña a los jóvenes cómo tejer a croché.

¿Reclaman porque deben tejer?

No, les enseño que no es algo sólo de mujeres y que por hacerlo no serán menos hombres. La idea es enseñarles que ambos géneros pueden realizar distintos trabajos.

¿Qué haces con los objetos peligrosos?

Las tijeras y los corta cartón sólo los puedo usar yo. Nunca me han robado una herramienta, pero prefiero no tentarlos porque algunos los usan como un arma.

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Jacqueline asiste lunes, miércoles y viernes al CMN de Til-Til y el resto de los días también realiza talleres de manualidades en el Centro Penitenciario Femenino en San Joaquín. En ambos centros su clase es la más solicitada y hay lista de espera para cursarlo.

¿Te cuesta desconectarte de tu rutina en el Sename?

Sí, me gustaría trabajar con ellos más tiempo, incluso los sábados. Yo no los miro como criminales o delincuentes, los miro como personas que se equivocaron, que cometieron errores en su vida y que no se les dio la oportunidad de cambiar. Por eso me gustaría quedarme trabajando con ellos, para ayudarlos.

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