Bienestar, pobreza y desigualdad

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Chile es, efectivamente, un país con altos niveles de desigualdad. Hay quienes discrepan sobre cuál es la forma correcta de medirla y cuáles han sido las últimas tendencias, pero nadie puede negar que es un problema real en nuestro país.



En mayo de 2014, Christine Lagarde se dirigió a un grupo de líderes mundiales en una conferencia en Londres. Uno de los focos de su discurso fue la preocupación por los altos niveles de desigualdad que se observaban en el mundo. La excesiva desigualdad económica, argumentó, entorpece no solo el desarrollo del potencial de un grupo importante de personas, sino que, además, puede menoscabar la democracia y enlentecer el crecimiento económico para todos.

En aquel entonces, el mundo académico no estaba ajeno a estas ideas. En el 2013, un año antes del discurso de Lagarde, Thomas Piketty publicó su libro Capital en el siglo XX, en el cual promueve la idea de que la concentración de la riqueza y su distribución desigual son fuentes de inestabilidad económica y social. No es sorprendente que este discurso también haya tomado fuerza en Chile. La discusión sobre desigualdad llegó para quedarse, y ha sido protagonista en las exigencias del movimiento social. Y, como ya se empieza a vislumbrar, lo más probable es que también esté en el centro de la discusión para la nueva Constitución.

Chile es, efectivamente, un país con altos niveles de desigualdad. Hay quienes discrepan sobre cuál es la forma correcta de medirla y cuáles han sido las últimas tendencias, pero nadie puede negar que es un problema real en nuestro país. Y, si bien hay diferentes visiones de cómo lograr el objetivo de reducirla, hay un cierto consenso de que es un tema del que hay que hacerse cargo.

Sin embargo, un punto del que se sabe menos es si la desigualdad tiene un impacto en el día a día de las personas, más allá de las consecuencias macro que esta puede tener en términos de estabilidad social y de aprovechar el potencial del capital humano de un país. En general, no existe mucha evidencia causal sobre la relación entre desigualdad y bienestar, y es posible que se esté confundiendo con el malestar que genera la pobreza. A igual nivel de ingreso per cápita, países más desiguales tienden a tener mayores índices de pobreza que países menos desiguales, lo que naturalmente llevaría a confundir estos dos conceptos.

Sin embargo, a principios de este año, en la reunión anual de la American Economic Association, un grupo de investigadores de la Universidad de Princeton presentó un estudio reciente en el que miran la relación entre la desigualdad y bienestar, medido usando un índice de “felicidad” (propuesta por Deaton y Kahneman, ambos ganadores del premio Nobel de Economía), para luego compararla con la relación entre pobreza y bienestar.

Los resultados son bastante sorprendentes. Usando tanto métodos observacionales como experimentales, los autores concluyen que el bienestar está mucho más fuertemente relacionado con el ingreso que con la desigualdad. Estos resultados son robustos a múltiples especificaciones y se mantienen al enfocarse en las personas de más bajos ingresos, quienes deberían ser, en teoría, las más afectadas por la desigualdad.

¿Significa esto que la desigualdad no es un problema? Por supuesto que no. De hecho, los autores sí encuentran una relación negativa y significativa entre desigualdad y bienestar. Sin embargo, esta relación es órdenes de magnitud mayor para la pobreza, teniendo esta un efecto mucho mayor que la desigualdad en el bienestar.

Esto da una idea de qué tipo de políticas es importante priorizar. Chile ha sido tremendamente exitoso en disminuir los niveles de pobreza en las últimas décadas, y es importante que la nueva Constitución preserve y potencie la instituciones que han sido efectivas en ese propósito y que permitan implementar los cambios necesarios para seguir avanzando en esa dirección. Políticas que reduzcan la desigualdad también son importantes, e idealmente complementarias a las que están enfocadas en reducir la pobreza, pero el sentido de urgencia de las últimas parece ser mayor.

-La autora pertenece al Becker Friedman Institute, University of Chicago

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