Columna de Ascanio Cavallo: La sacudida de Relaciones Exteriores

(AP Photo/Esteban Felix)


El libreto se cumplió como siempre: primero rumores, negativa del Presidente, después filtraciones, segunda y tercera negativas del Presidente y, finalmente, cambio de gabinete. Este gobierno le agrega un componente nuevo, que son los retrasos y las correcciones de última hora, ese tipo de caos donde fermentan las especulaciones y todo se infla y desinfla con la misma facilidad. Francamente, ya no se sabe si hay que atribuir este rasgo a un estilo, a la inexperiencia o a la simple mala suerte.

El caso es que el Presidente Boric realizó el segundo cambio de ministros justo un día antes de que su gobierno cumpliese un año. No es un aniversario muy glorioso, pero tampoco infame: en lo esencial, sólo ha mostrado a un grupo inexperto descubriendo un Estado que era más complejo de lo que imaginaba, y un país que estaba más lejos de sus sueños ideológicos que lo que creía. Es algo que les ocurre a muchos gobiernos en muy diferentes latitudes.

Lo único que llama la atención es que, para tratarse de una generación dedicada a la política desde la más tierna pubertad, disponga de tan poco personal calificado para asumir tareas complejas. Eso lo reveló el primer gabinete, que se desplomó a los siete meses para dejar paso a figuras fogueadas en el manejo de los asuntos de Estado. Este segundo cambio lo confirma.

La modificación ministerial no tocó al equipo político ni al económico, indicio de que no se trata de un cambio de ciclo ni de un giro político. Casi se podría decir que todo el espectáculo fue organizado para arropar (encubrir, dirán otros) el fracaso más resonante, el del Ministerio de Relaciones Exteriores. Desde luego, ese fracaso no es sólo el de la saliente ministra Urrejola, cuya única culpa pudo ser no detener de un golpe la guerrilla que le declaró su equipo de subsecretarios y, tal vez, no haberse dado cuenta de eso a tiempo.

Se trata de un movimiento inédito en la historia de la Cancillería. La caída simultánea de la ministra Urrejola, la subsecretaria Ximena Fuentes y el subsecretario José Miguel Ahumada era, probablemente, la única solución posible a la ingobernabilidad del ministerio, pero casi nadie creía que tal cosa ocurriera. Ha sido un gesto de autoridad presidencial en toda la línea, que significa repartir los costos entre el PS (Urrejola), el grupo de amigos del Presidente (Ahumada) y el corazón del Frente Amplio (Fuentes).

Autoridad, pero no prolijidad, igual que otras veces. La figura que estuvo designada para reemplazar a Urrejola era la embajadora Marta Maurás, cercana al PS, experimentada en el multilateralismo, enérgica de carácter e hiperactiva en el trabajo. Este último rasgo le acarreó en el pasado conflictos con sus subalternos, que fueron recordados en la misma mañana del viernes, al parecer por parte del equipo de gabinete de la saliente Urrejola.

La opción Maurás fue desechada por esos motivos, lo que dejó paso al más idóneo de los candidatos posibles: el exsubsecretario Alberto van Klaveren, un hombre del riñón de la Cancillería, cuya prudencia y mesura pueden no ser del gusto del equipo saliente, pero que sí parecen adecuadas para el sensitivo momento que vive la política exterior chilena. En clave política, lo ocurrido entre Maurás y Van Klaveren se puede traducir como la caída de Maira y el triunfo de Insulza, dos líneas divergentes de la diplomacia chilena. Es una situación paradójica, porque el conocimiento del mundo que tiene el Presidente Boric es más cercano a Maira que a otros especialistas de la centroizquierda, dada la propensión del Presidente a intervenir de manera inconsulta en estos asuntos, se trata de una liza que Van Klaveren tiene por delante.

Boric nombró en las subsecretarías a Gloria de la Fuente (PS), sin experiencia en el ministerio, y a Claudia Sanhueza (RD) en relaciones económicas internacionales, también sin experiencia allí. Sanhueza fue trasladada desde Hacienda y cabe presumir que eso contó con al menos la anuencia del ministro Marcel. Convenientemente, Marcel recibió en su lugar a la independiente Heidi Berner, que ya tiene una trayectoria en ese ministerio. La huella de Marcel también aparece en el cambio en el Ministerio de Obras Públicas, donde asumió Jessica López, una ingeniera comercial de su confianza.

En la nueva distribución de la Cancillería ha primado el cuoteo de partidos por encima de la calificación relativa de los nombres. Esa disposición se expresa en el hecho de que en la nueva cúpula del ministerio no haya sido instalado ningún jurista internacional, como fue tradicional hasta Ximena Fuentes. Aunque es más que seguro que Van Klaveren se dotará rápidamente de apoyo en ese flanco, el hecho es otro signo de la carencia de personal en la coalición de Apruebo Dignidad.

El nuevo canciller recibe un ministerio herido, tal vez no profundamente, pero sí en sus segundas y terceras líneas. La intensidad de la guerrilla vivida durante la gestión Urrejola-Fuentes-Ahumada obligó a muchos funcionarios a tomar partido, lo que se intensificó con la filtración de la grabación acerca del embajador Bielsa. Durante todo este año, embajadores y funcionarios han estado sometidos a la tensión de seguir los lineamientos de la ministra o continuar, en cambio, las experimentaciones del subsecretario Ahumada. Esa contradicción rebajó los tradicionales niveles de eficiencia de la Cancillería, con el deterioro asociado de gestión. Le toca a Van Klaveren restañar esos daños y reponer la eminencia que el ministerio tuvo hasta hace un año.

Del resto del cambio de gabinete sólo cabe, por ahora, una observación: a pesar de la notoriedad de los nuevos titulares, la distribución por partidos se modificó sólo ligeramente. Ese cambio, si lo hay, ha quedado para otra historia.

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