Columna de Daniel Matamala: La utopía de Curacaví

En estos terrenos de Curacaví se levantaría la comunidad libertaria.


Una guitarra se escucha de fondo mientras la letra de la canción es acompañada por idílicas imágenes campestres: “Muy lejos / en los valles de Chile / hay un lugar / al que puedes ir (…) Y pasar mucho tiempo / con gente que entiende / que no tienes que ser un esclavo”.

El video era una forma curiosa de publicitar un proyecto inmobiliario. Es que este no era un proyecto cualquiera. Iniciado por el canadiense Jeff Berwick y los estadounidenses John Cobin y Ken Johnson, se promocionaba como un Edén para un grupo ideológico: los libertarios. “Paga en bitcoin por una parcela en el paraíso libertario chileno”, era uno de los titulares que inundaban medios de esa tendencia en la web.

La ideología libertaria propone un mínimo de intervención estatal. Dependiendo de su nivel de radicalización (hay quienes prefieren llamarse “anarcocapitalistas”), algunos califican cualquier impuesto de “robo”, abogan por la disminución al mínimo o la abolición total del Estado, niegan la existencia de los “derechos positivos” o sociales (derecho a la educación, a la salud, etcétera), apoyan el porte libre de armas, promueven legalizar la venta de órganos humanos, y exigen que monedas oficiales y bancos centrales sean sustituidos por formas de intercambio entre privados, como las criptomonedas.

El proyecto, emplazado en Curacaví, fue bautizado como “Galt’s Gulch Chile” (“la quebrada de Galt”), aludiendo a la novela de cabecera de muchos libertarios, “La Rebelión de Atlas”, de Ayn Rand. En ella, se divide al mundo en dos clases. Los “saqueadores” (burócratas, en especial) que viven de gravar a los demás; y los productores de la riqueza (empresarios, principalmente), que sostienen al resto con su creatividad y empuje. En la novela, estos héroes, cansados de una sociedad estatista, deciden retirarse a un remoto valle en Colorado (la “quebrada de Galt”) para vivir libres de opresión.

“La visión de Ayn Rand de un “Galt’s Gulch” ahora es una realidad… y acepta bitcoins”, proclamaba en 2013 un sitio web libertario. Las parcelas estaban disponibles por unos cientos de miles de dólares para “cualquiera que quiera un mundo libre, que no quiera Estado”, en palabras de Berwick. Este inversionista había escapado de Canadá, por considerar que “hay pocos países menos libres en el mundo”, y promocionaba a Chile como el lugar ideal para su utopía, por su “economía libre”, sus “impuestos extremadamente bajos”, porque “el Presidente (Piñera) cree en Ayn Rand”, y porque se podían comprar derechos de agua privatizados para las parcelas.

Berwick añadía urgencia a la inversión con sus predicciones apocalípticas. En 2013 advertía que las monedas emitidas por los gobiernos estaban a punto de desaparecer en un colapso global, por lo cual urgía a “deshacerse de los dólares lo más rápido posible”. Y qué mejor manera de hacerlo que invertir en un Edén libertario de 5 mil hectáreas, donde los dólares serían reemplazados por bitcoins.

Cobin, que era profesor en la Universidad Andrés Bello y tenía vínculos con grupos religiosos, políticos y económicos ultraconservadores de Chile, sumaba otros “ganchos”: nuestro país era ideal por su prohibición de cualquier tipo de aborto, y prometía a los hombres solteros que “muchas potenciales esposas en Chile tienen valores tradicionales, lo que sin duda es atractivo”. “Dijo que para las empresas era un costo ser mujer. Que su lugar era la cocina”, recuerda uno de sus alumnos.

Unos 60 libertarios estadounidenses confiaron en las promesas y entregaron su dinero. Cobin pronto abandonó el grupo, calificando a sus exsocios de “sinvergüenzas despreciables”. (“Cobin es un sociópata”, le contestó Johnson). El engaño comenzó a salir a la luz cuando algunos inversionistas viajaron a Chile y descubrieron que nada de lo prometido existía en la realidad.

Al querer recuperar su dinero, se toparon con obstáculos ideológicos. Muchos de ellos consideraban que recurrir a la justicia, parte del Estado, era contrario a sus principios. “Es un fraude por afinidad, dirigido a los simpatizantes del movimiento libertario”, explicó el abogado de 20 de las víctimas, que finalmente se resignaron a recurrir al Estado para intentar recuperar su dinero, por medio de una serie de demandas, en Chile y Estados Unidos.

Pero había poco que hacer. Muchas transacciones fueron informales, sin contratos por escrito, promesas de compraventa ni inscripciones de bienes raíces. Los libertarios aceptaron de buena gana estas condiciones, presentadas como una opción ideológica: las sucias manos del Estado y su burocracia no tenían nada que hacer en este Edén.

Johnson y Berwick se acusaron mutuamente del engaño, y el canadiense abandonó el proyecto para fundar “Anarchapulco” en México, otro emprendimiento libertario cuyos escándalos le ganaron una serie documental en HBO.

Cobin promocionó otro proyecto inmobiliario libertario fallido (“Vergel Libertad”). En 2019 atacó a balazos a un grupo de manifestantes en Reñaca, hiriendo a dos de ellos: fue condenado a 6 años de cárcel.

Algunos de los estafados lo intentaron de nuevo, uniéndose a “Fort Galt”, otro supuesto paraíso, ahora en la costa de Valdivia, en que usarían “bitcoin en vez de las monedas del Estado, lo que permitirá avivar el fuego de la libertad”. Invirtieron 14 millones de dólares. Un reportaje de Fernando Vega, publicado la semana pasada en La Tercera, reveló el fin, también, de ese proyecto.

La moraleja de esta historia de engaños y decepciones es exactamente la opuesta a la que sus entusiastas pretendían probar. Una sociedad sí necesita marcos básicos para funcionar, provistos por una autoridad legítimamente establecida.

Esos marcos no te hacen “esclavo”, como decía el jingle promocional de Galt’s Gulch Chile. Al revés, son ellos los que permiten ser realmente libre, sin estar sometido a la ley del más fuerte, o del más inescrupuloso. Algunos ilusos lo aprendieron de la peor manera, en su frustrada utopía de Curacaví.

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