Columna de Gonzalo Cordero: Expertos e inexpertos



El diccionario define al experto como el que reúne conocimiento y experiencia, atributos que lo llevan a desempeñarse con habilidad. Para ser experto se requiere, a lo menos, tiempo y dedicación. Uno de los rasgos del populismo es que simplifica los problemas: la pobreza se soluciona quitándole a los ricos; la inseguridad “corriendo bala”; la inflación, fijando los precios. Y así se podrían dar muchos ejemplos.

Entonces, si todo es tan simple, para qué se necesitarían expertos; de eso nos convencieron en el proceso constituyente anterior. Primero, nos dijeron que todos los problemas del país eran consecuencia de la Constitución, supuestamente hecha a la medida de los poderosos, por eso impedía los cambios; por lo tanto, había que dejar que la gente común hiciera otra Carta Fundamental a su medida, nada de juristas, nada de conocimiento, era la hora de la “buena onda”, de los disfraces, de la página en blanco. El sentido común de la gente fue suficiente para desechar todo esto y volver a lo obvio: el pacto político requiere conocimientos y experiencia, tiene que hacerse escuchando a expertos.

Esta semana, el Congreso definió a las 24 personas que cumplirán ese rol y, la verdad, en una altísima proporción son personas dignas del reconocimiento que se les confirió. Profesionales de distintas visiones y posiciones políticas, pero con innegables atributos de formación y experiencia. Lo mismo se puede decir de los árbitros, que velarán por el respeto a los bordes del proceso. ¿Esto garantiza el resultado? Desde luego que no. La tarea es muy difícil, llena de complejidades y su trabajo se inserta en un procedimiento altamente reglado, con riesgos a cada paso. Pero lo mismo ocurre con una cirugía: el paciente quiere al mejor cirujano, aunque sabe que eso no garantiza el resultado, pero mejora significativamente las posibilidades.

Esta misma semana vimos, una vez más, las consecuencias de entregar la gestión de materias complejas e importantes a inexpertos, a personas que se dejan llevar por sus emociones, que asumen con liviandad responsabilidades intrínsecamente pesadas. La conversación de varias de las máximas autoridades de la Cancillería -torpemente filtrada-, junto al discurso del Presidente Boric sobre la situación interna de Perú, debieran ser un caso de estudio acerca de la necesidad de asumir los asuntos públicos desde la experiencia y el conocimiento. En algún momento todos podemos ser un poco pueriles o podemos cometer errores por ignorancia, pero no se puede gobernar el país desde una mezcla permanente de infantilismo, ideologización e ignorancia.

En mayo elegiremos a los consejeros constitucionales, ojalá el país asuma que esa condición de elegidos por el voto popular no eleva a esas personas -ojalá también valiosas- a ningún altar, ni de conocimiento, ni de experiencia, ni de legitimidad. Representarán una forma más de participación. Pero, por favor, no nos sigan haciendo optar entre los expertos y los inexpertos. El país no resiste mucho más.

Por Gonzalo Cordero, abogado

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