Columna de Oscar Contardo: Los odiosos de siempre

24.03.2020 IMAGENES DE FERIAS LIBRES UBICADAS EN SECTOR DE SAN JOAQUIN Y SAN MIGUEL, POR TEMA COVID-19 , GENTE COMPRA DESPUES DE QUE SALIERA COMUNICADO QUE SE RESTRINGUIRIA DIAS DE FERIAS LIBRES EN TODAS LAS COMUNAS. FOTOS: PATRICIO FUENTES Y./ LA TERCERA CORONAVIRUS - PANDEMIA - EMERGENCIA SANITARIA - CHILE - MEDIDAS - GENTE - CIUDADANOS PROTECCION - MASCARILLAS - RECORRIDOS - ABASTECIMIENTO - FASE 4


Hace poco más de una semana un pastor evangélico de Bajos de Mena, comuna de Puente Alto, llamó a un culto en su iglesia. Acudieron cerca de 30 personas que celebraron la reunión con rezos y expresiones de afecto. Días después, el pastor presentó los síntomas propios del coronavirus y fue internado en el Hospital Sótero del Río, centro de salud de referencia para una población de casi dos millones de personas, pero cuya capacidad real de atención es la mitad de la que se le exige. El diagnóstico del pastor constató la sospecha inicial: dio positivo al Covid-19. Sus feligreses -hombres, mujeres y niños- decidieron enclaustrarse en el diminuto templo. Las condiciones en que se mantienen ahí dentro, en ese espacio que la televisión mostraba como una esquina estrecha tapiada por rejas, son un misterio. Paralelamente, las autoridades anunciaron cuarentena para ese sector de la comuna, al sur de Av. Concha y Toro, en donde viven más de 200 mil personas, repartidas en viviendas sociales de poco más de 40 metros cuadrados. Los vecinos del pastor enfermo evitaron culparlo por la situación, dijeron que era un hombre preocupado por la comunidad, que ayudaba a los más necesitados del barrio como nadie más lo hacía. ¿Cuántos de ellos podrían enfermar durante los días siguientes? ¿Cuántos podrán acceder a una cama en la UTI de necesitarlo? Mientras eso ocurría en Puente Alto, en otro sector de la ciudad miles de autos y un par de helicópteros salían hacia la costa para aprovechar el fin de semana largo, alimentando un debate en torno a la responsabilidad de cada quien durante la epidemia.

Una misma alarma y muchas maneras de vivirla.

Existe, además, información que en el mundo financiero -tanto internacional como globalmente- puede incluso resultar atendible disponer a la economía de un lado y a las vidas humanas del otro, en una especie de enfrentamiento entre rivales que se disputan territorio arrasado. ¿A quién salvamos? ¿Cuántos muertos vale una recesión? En la crisis surgen puntos de vista que revelan mucho más de lo que se proponen mostrar.

Poco después del estallido aparecieron afiches callejeros con la imagen de la bandera nacional acompañada de una frase que decía algo así como que el país era solo uno, sugiriendo que no debíamos rendirnos a las divisiones provocadas por el movimiento social. No recuerdo la sentencia exacta, pero el mensaje era ese, una declaración de la que se desprendía una forma de pensar que pedía paz y tranquilidad. Uno de los argumentos más recurridos por los sectores políticos conservadores es que el descontento expresado públicamente es una fuente de divisiones espurias que dañan más que el beneficio que buscan alcanzar. “Siembran odio”, es la frase más repetida. Esta lógica supone que las divisiones solo aparecen cuando alguien percibe que sus condiciones de vida son injustas y decide reclamar. Antes de que se alce la voz no hay fracturas, o más bien, si es que existen, no son relevantes mientras no se noten. Desde esa perspectiva, la normalidad involucra mantener la tranquilidad de algunos y exigir la paciencia de otros.

La pandemia del Covid-19 ha dejado de manifiesto que si bien el virus no hace distinción de ningún tipo para esparcirse entre sus huéspedes, las posibilidades de frenarlo y enfrentarlo dependen de las condiciones de vida y el acceso sanitario. En marzo, cuando la epidemia comenzaba a remecer España y miles de madrileños escapaban del confinamiento huyendo a sus residencias de veraneo y esparciendo de paso el virus, la filósofa Marina Garcés apuntaba el modo en que esta enfermedad desnudaba la desigualdad y el clasismo. Garcés sostenía en una entrevista que las posibilidades de resguardo son distintas para los que viven de un trabajo precario o ejercen labores sanitarias. Tampoco los entornos de cuarentena son comparables.

Más cruda ha sido la situación en Estados Unidos, en donde la desproporcionada muerte de personas de origen hispano y afroamericanos en Nueva York y Chicago tornó la desigualdad de condiciones de vida en un asunto racial. ¿Qué tenían en común las víctimas aparte de no ser blancos? Eran pobres en un país rico.

Las divisiones odiosas existen y arrinconan a muchos hasta un desamparo que hoy se ha vuelto desoladoramente brutal. Las fracturas estaban antes que el virus y no iban a desaparecer con tan solo ignorarlas o juzgarlas como parte de la normalidad. Eran una realidad que aparece en las estadísticas, salta en los números, existe en los registros sociales y no solo en la mente de algunos resentidos, esos que disfrutan sembrando cizaña quién sabe con qué oscuros fines.

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