Columna de Paula Escobar: Un cambio de Twitch



Por su cargo, por el momento que se vive y por su cercanía con el Presidente, el ministro Jackson está llamado a construir puentes. Pero esta semana cavó una zanja.

Cuesta mucho entender qué le pasó al ministro Jackson el día miércoles en la noche, cuando, de gorro naranja y con un calendario de telón de fondo, se explayó en comparar a su generación con los políticos de antes.

“Nuestra escala de valores y principios en torno a la política no solo dista del gobierno anterior, sino que creo que frente a una generación que nos antecedió, que podía estar identificada con el mismo rango de espectro político, como la centroizquierda y la izquierda, yo creo que estamos abordando los temas con menos eufemismo y con más franqueza”, dijo. “Tenemos infinitamente menos conflictos de interés que otros que se trenzaban entre la política y el dinero”, agregó.

Fue como tirar una bomba en la línea de flotación del gobierno y del Apruebo.

Y en imposible peor timing. Esta semana, el Presidente había resuelto la encrucijada hamletiana: si dar a conocer antes o después del plebiscito cuáles reformas o cambios iban a comprometer si se aprobaba el texto constitucional. Una tensión difícil de resolver, pues implica entrar a tallar entre las dos almas del gobierno y porque tampoco hay consenso en el qué cambiar.

Boric “instó” a ambas coaliciones a un acuerdo común y previo. Quien debía “recibir” y “sintetizar”, justamente, era el ministro Jackson. Quien -eufemísticamente hablando- ya tenía una menos que satisfactoria relación con el Congreso e incluso con su propia coalición, que le ha negado votos clave.

Apuntar y humillar al Socialismo Democrático en estos momentos creó un socavón de indescriptible gravedad. Insistir en la idea de la superioridad moral de la nueva generación abona la “tesis del reemplazo”, esto es, que la intención del Frente Amplio no es de colaboración, sino de canibalismo con el Socialismo Democrático. Y es revertir lo que el mismo Boric logró como candidato y que le permitió ser electo: convocar mayorías que incluyeran a la centroizquierda, en pos de un objetivo común de mayor justicia social, menos desigualdad, en un nuevo pacto social. Boric se bajó del árbol, dejó atrás la descalificación a la generación anterior e instó no solo a votar por él y creer que su proyecto sí podía incluirlos, sino que, además, los invitó a gobernar con él. Esas personas -según el ministro- con distinta “escala de principios y valores” hoy están en importantes ministerios y responsabilidades gubernamentales, y además están dentro de los mejor evaluados. El ministro Mario Marcel y el subsecretario Manuel Monsalve son dos ejemplos de ello. Habitan carteras que hoy enfrentan las mayores angustias ciudadanas, billetera e inseguridad, y a pesar de ello, la gente les cree. Además, han tendido puentes con el espectro político y exhiben lealtad con el Presidente, tanto en el fondo de su quehacer como en la forma como habitan el cargo. Por último, han solucionado muchos más problemas que los que le han creado al Presidente.

No es poco.

En el Parlamento, Socialismo Democrático también ha tenido a menudo más lealtad y disciplina con el gobierno que la propia coalición presidencial, donde hay quienes han preferido la autoafirmación antes que el apoyo al proyecto colectivo. Es extraño, entonces, no valorar el aporte de ese mundo (donde hay varias generaciones, por lo demás) y a la vez ser inmune a mirar las limitaciones y desafíos de la generación propia. Ya tendría que haberse traspasado a los equipos ese modo de dialogar con el pasado de Boric, más fértil y menos maniqueo. Pero como dijo en julio el académico Juan Pablo Luna en La Tercera: “El shock de realidad que recibió el gobierno al llegar a La Moneda tendría que haber cortado de cuajo con la soberbia generacional y la superioridad moral, pero eso aún no parece haber alcanzado para transferir las cualidades presidenciales al resto del equipo”.

A menos de un mes del plebiscito, incomodar a parte del gobierno y a votantes que pertenecen a ese mundo es evidente que dificulta la gobernabilidad de esta administración, y también perjudica al Apruebo. Especialmente porque varios y varias próceres de ese sector ya cruzaron el Rubicón y son voceros enérgicos -y muy mediáticos- del Rechazo.

Además, dar rienda suelta a estas -algo impúdicas- afirmaciones de virtud propia es complejo: las escalas de valores se muestran, no se declaran. Y el juez de aquello son los demás, la historia, los votantes. Más importante aún, es un grave error insistir en retóricas sobre lo que divide (generacional o valóricamente), cuando lo que faltan son las narrativas sobre lo que une. No solo dentro del gobierno, sino en el país completo.

De eso se debería tratar el 5 de septiembre. De tender esos puentes sobre lo que, a pesar de las diferencias, nos une.

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