
Defender lo que no podemos definir

¿Por qué es tan difícil hacer una campaña política a partir de la defensa de la democracia? Ese mismo problema se enfrentan una serie de fuerzas políticas, de derecha e izquierda, ante la arremetida de sectores de la ultraderecha que le tienen poco cariño a la democracia liberal. La respuesta, entre otros factores, se debe a que poco a poco hemos ido perdiendo el consenso democrático: ya no es tan claro qué significa la democracia, cuáles son sus limitaciones y, por cierto, sus ventajas.
Tanto en cierta discusión académica como en la opinión pública parece haber un acuerdo de que es más útil definir a la democracia por su elemento primario: elecciones libres y justas. Con ello, cualquier pregunta sobre si un país sigue siendo democrático o no se basa en la pregunta de si sus últimas elecciones fueron ejecutadas correctamente. Asimismo, cuando le preguntamos a las personas sobre qué es lo que valoran de la democracia, la respuesta suele ser que es la posibilidad de elegir a nuestros representantes.
Eso lo saben muy bien distintos líderes autoritarios, que, bajo la premisa de las elecciones libres, han construido autoritarismos electorales. Así, las elecciones son libres en el sentido de que las personas pueden votar por quién quieran en el secreto de la urna, pero es una democracia sólo en el nombre. En Rusia, por ejemplo, los opositores son perseguidos (o asesinados) para no dejarlos presentarse a elecciones. En otros, como El Salvador, sus líderes intimidan al Congreso con las Fuerzas Armadas y cambian la Constitución para re-elegirse indefinidamente. Cuando no les gustan el resultado de las elecciones, claman una crisis democrática y llaman a sus seguidores a desconocer los resultados, como ocurrió en EE.UU. con Trump y en Brasil con Bolsonaro. En el fondo, se aprovechan de este concepto estrecho y limitado de democracia para justificar sus acciones.
Pero la democracia, en su sentido más estricto, no termina en las elecciones. Si bien hay quienes defienden la idea de que el concepto más útil es que los que tienen el poder puedan perderlo, eso no puede ocurrir en un espacio donde las libertades básicas no existan. Una democracia es un espacio donde podemos caminar tranquilos por la calle sin temer que nos detengan por nuestras ideas, vestimentas o apariencia. Democracia, también, es poder opinar de forma pública sin que eso nos cueste nuestros derechos o que temamos la persecución del gobierno de turno. Democracia es que los colegios sean espacios de creatividad y pensamiento crítico y no de burdo adoctrinamiento. Democracia es, también, un sistema donde los fallos judiciales se respetan, la prensa puede funcionar de forma libre, las iglesias pueden celebrar sus cultos y las personas podemos pensar distinto.
Quizás el problema es que esta idea de democracia es complicada, a veces más lenta de lo deseable y, sobre todo, requiere ponerse de acuerdo. Esto lo saben quiénes prometen soluciones simplistas, “de urgencia”, ante problemas complejos y difíciles de resolver. Con ello, explotan nuestros miedos y ansiedades, en nombre de una democracia vacía y estrecha. Podrán ganar elecciones, pero eso no los convierte en democráticos. Al revés, los convierte en mercenarios que buscan llegar al poder para romper con el mismo sistema que los puso ahí.
Por Javier Sajuria, profesor de Ciencia Política en Queen Mary University of London y director de Espacio Público.
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