Opinión

El espejo de las encuestas

“La tierra que habitamos es un error, una incompetente parodia”, escribió Borges en El espejo, un poema donde expresa su horror ante los reflejos que, en lugar de revelar la realidad, la repiten hasta volverla insoportable. Lo mismo ocurre hoy con las encuestas políticas. La herramienta que nació para medir el estado de la opinión pública —el “pulso” ciudadano— hoy es un mecanismo que la moldea, guía e incluso reemplaza. Tiene reminiscencias del people meter televisivo, que por décadas se transformó en un vicio de directores y productores ávidos por programar de acuerdo al rating online.

Así, las encuestas capturan una fotografía del sentir colectivo. Semana a semana, una encuesta tras otra, circulan por medios de comunicación y redes sociales en un esfuerzo de prognosis del deseo político de los chilenos. Sin embargo, en la práctica, funcionan como espejos deformantes que muestran a los ciudadanos no lo que piensan, sino lo que se supone deberían pensar. Se genera una suerte de profecía autocumplida: los votantes ya no eligen por sus convicciones, sino por la percepción de lo que los demás respaldan. La opinión -como ocurrió antes en la televisión- se vuelve mimética. Esta dinámica tiene consecuencias democráticas profundas.

En efecto, en el mercado de la información, en especial ahora con el galopante desarrollo de la inteligencia artificial, este fenómeno puede dar lugar a un cortocircuito democrático. Cuando una encuesta muestra que una idea, un candidato o una política pública gana adhesión, esta se instala rápidamente como realidad. Quien aparece liderando, consolida su ventaja, quien queda rezagado, es desechado antes de tiempo, y aquel que no es parte de la encuesta derechamente es ignorado. En vez de servir a la deliberación, las encuestas la sustituyen. En vez de tomar el pulso, lo imponen, debilitando el juicio individual y empobreciendo el debate. Lo público se vuelve performativo: se cree lo que se mide, y -porque no decirlo- se mide muchas veces lo que se quiere que se crea. Ello alimenta el populismo y reconduce los programas de gobierno a una mera lista de deseos ciudadanos que se anhela resolver casi instantáneamente.

En palabras del historiador israelí Yuval Harari (Nexus), “en sus versiones más extremas, el populismo postula que en absoluto existe una verdad objetiva, y que cada cual tiene ´su propia verdad´, de la que se sirve para derrotar a sus rivales”. Quizás por ello y por la enorme convicción que a la opinión pública se la puede manipular “encuesta en mano”, es que la candidata comunista Jeannette Jara -con tono marxista de influjo caribeño- reclame por la “tendencia a la literalidad”, de quienes cuestionan su apego a la verdad y su camaleónico -y falso- progresismo. Ella, al igual que la mayor parte de la clase política, no se guía por las reales necesidades de la ciudadanía, sino solo por su sombra estadística.

Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho penal, Facultad de Derecho U. de Chile

Más sobre:EncuestasOpiniónInformaciónJeannette JaraEstadísticas

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

Contenido exclusivo y análisis: suscríbete al periodismo que te ayuda a tomar mejores decisiones

Oferta Plan Digital$990/mes por 3 meses SUSCRÍBETE