
El loco giro de las cosas
Queda siempre la pregunta de si la polarización precede siempre a la violencia o si, por el contrario, la contiene y extingue; y si a la violencia sucede la dictadura o la anarquía.
Las encuestas de los últimos días han confirmado lo que se venía percibiendo por otros medios: que José Antonio Kast está asediando a Evelyn Matthei tal como Jeannette Jara a Carolina Tohá. Que estas tendencias sean simétricas no es extraño; sólo ratifica la naturaleza dialéctica de la política, que por lo general se intensifica cuando se mueve hacia los polos.
Es lo que ha quedado tras el hundimiento del centro, el 2021, cuando una sucesión de malas decisiones dirigenciales lo excluyeron de las elecciones presidenciales de ese año y, tal vez, de muchas más. Si alguien se propone estudiar el papel del dirigente en la historia, tiene un material de primera en los liderazgos de la centroizquierda del 2021.
En Chile, como en otros lugares del mundo, se ha instalado una política bipolar, de dos grandes bloques, cada uno de los cuales sufre una fractura hacia otras dos facciones que ocupan las posiciones más radicales. No son exactamente cuatro grupos, porque, en caso de emergencia, las dos facciones de un mismo sector son solidarias entre sí; no hay posibilidad ni voluntad de migración hacia el otro lado, como sí ocurría hasta el 2017. Es la consolidación de una política que se inició el 2021, a pesar de que la coalición triunfadora, y el propio nuevo presidente, malinterpretaron los resultados de segunda vuelta como la expresión libre de un respaldo sin condiciones, un error que explica muchos de sus tropiezos posteriores.
Aún no se sabe si los datos actuales marcan solamente una fase de la competencia presidencial o si, por el contrario, son la tendencia que se profundizará en los próximos meses. La agudización de las tensiones en la primaria del oficialismo es un indicio, no definitiva, en especial por el propósito del PC y el FA de retornar a la demonización de los “30 años”, como diciendo: “Aquí la agarramos, no hay que soltarla”, a lo que el PC agrega tres décadas de “maltrato”; el FA no tiene mucho que agregar, salvo los nuevos “errores” sobre Tombolini, Correa, etcétera. Es una forma de socavar la ventaja inicial de Tohá, desde luego, pero no se puede evitar que sea también una reivindicación de las revueltas del 2019.
Ningún esquema político nace solamente de los deseos de los partidos ni de la inercia electoral. Todos son, al final, la expresión de un estado de ánimo de la sociedad. La polarización es expresión de una sociedad enojada, irascible, de muy baja tolerancia y aun menor disposición a prestar atención a los puntos de vista de un sector distinto del propio. Ese proceso se inició en octubre del 2019, con las movilizaciones que tradujeron en violencia el juicio sobre el pasado reciente y, enseguida, con el plebiscito que mostró un juicio tajantemente negativo sobre esos mismos hechos en el rechazo a la Convención Constitucional, en septiembre del 2022. Aún sin darse cuenta, el gobierno del Frente Amplio ha sido agitador y víctima de ese proceso.
Queda siempre la pregunta de si la polarización precede siempre a la violencia o si, por el contrario, la contiene y extingue; y si a la violencia sucede la dictadura o la anarquía. Sí se sabe que en el Chile del 2019 los profetas de la violencia, y quienes los validaron por cobardía, pensaban que su culminación épica debía ser la toma de La Moneda, seguido por su correspondiente dictadura. ¿O alguien cree que la “primera línea” sería una democracia a la europea?
Los candidatos eligen a sus adversarios. Es lo que han estado haciendo Tohá y Matthei, que han ido a más foros juntas que con cualquier otro competidor. Esto puede tener un valor significativo cuando las opciones de triunfo de ambas competidoras son nítidas. Pero lo que está ocurriendo no es eso.
Tohá depende de que en las primarias del 29 de junio (¡en dos semanas!) vote un número superior a dos millones, de manera de exceder con claridad el volumen de militantes y adherentes al gobierno. Cifras inferiores dejan las mejores opciones en manos de Jeannette Jara, un escenario que ha dejado de ser una fantasía, incluso en el círculo próximo a Tohá.
Si esto ocurre -si Jara triunfa en la primaria- se elevan en forma automática las opciones de Kast, de conformidad con la mecánica de la polarización. Kast representa de forma más nítida la pulsión anticomunista que inevitablemente se echará a andar en ese caso, incluso aunque Jara adopte la decisión instrumental de renunciar a su partido. El hecho de que el PC ya esté hablando de esto -que hace unos meses era anatema- refleja el cambio dramático en las percepciones de la coalición oficialista.
En la oposición se cree que una victoria de Jara a) ampliaría la posibilidad de que en la segunda vuelta presidencial compitan Matthei y Kast, una sacudida de alcances históricos, y b) lanzaría a la izquierda a una lucha caníbal por la hegemonía del futuro. ¿Cuánto pagan hoy las apuestas por una segunda vuelta entre candidatos de derecha? Menos, bastante menos que hace unos meses: ha dejado de ser una excentricidad. Pero atención: son ideas que encajan mejor con la imaginación monumental de Kast que con el pragmatismo antidramático de Matthei.
Monumental es también el proyecto personal y político de Jara, aunque revestido de una versión teatralmente modesta de la lucha de clases. Lo que Tohá le opone es una seriedad antidramática, un continuo fast checking dedicado a subrayar que las cosas no son tan graves. Kast ha dejado de infundir temor y Jara dice que Cuba es otro tipo de democracia.
¿No ha avanzado la polarización?
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