Columna de Ascanio Cavallo: El retorno de los gobiernos

Un empleado público italiano desinfecta la plaza del Duomo de Milán durante la cuarentena por la pandemia del Covid-19. (Piero Cruciatti / AFP)


Por primera vez en la historia, el mundo asiste a una especie de examen simultáneo de todos los gobiernos en funciones. Parte de la nota final la compondrá una cifra siniestra: la de muertos. Parece muy difícil, por ejemplo, que las coaliciones de centroizquierda de Italia (5 Stelle + Demócratas) y España (PSOE + Podemos) salgan indemnes de ese conteo en millares que han llevado las pasadas semanas. La reelección de Donald Trump, que era una colina empinada, ahora parece una montaña.

Otra parte de la nota saldrá del modo en que los gobiernos hayan logrado equilibrar la protección de la salud con el funcionamiento social, incluidos la economía y el trabajo. No se había planteado nunca antes, al menos con la crudeza de ahora, la trifurcación entre radicalidad sanitaria, número de víctimas y desbaratamiento social. La fórmula es: más confinamiento, menos pandemia, menos funcionamiento. Y viceversa. Como proposición para gobernar, es difícil imaginar una más lúgubre.

Mientras el mando médico -la arquiatría- solo disponga de respuestas no farmacéuticas (la distancia social y su forma extrema, la reclusión), las opciones de los gobiernos están limitadas a dos tácticas: la blitzkrieg y la guerrilla. La primera, la “guerra relámpago”, es el cierre abrupto y total de regiones o países, el control de los movimientos y la vigilancia de las personas sin el límite de la vida privada. La segunda consiste en identificar y atacar focos, golpear-y-retirarse, controlar la expansión sin paralizar la sociedad. Por supuesto, ninguna de estas tácticas puede existir nunca en total pureza. Ambas tienen sus agujeros y sus grietas. Pero una tercera opción, que consistía en mantener la vida con normalidad y hacerse cargo solo de los enfermos, ha caído derrotada en el Reino Unido.

El fracaso de Boris Johnson tiene algo trágico, porque arrastra consigo el esfuerzo de mantener el ideario liberal aun en situación de emergencia, como hizo heroicamente Churchill en 1940. Que lo haya intentado después de encabezar el movimiento iliberal del Brexit es un indicio del grado de confusión en que se encuentra el planeta.

La blitzkrieg fue la que aplicó China sobre su provincia de Hubei y que le permitió proclamar, a fines de marzo, que había controlado la epidemia en su territorio nacional. La revista científica The Lancet ha estimado que el desconfinamiento abrupto de la ciudad de Wuhan en marzo significa una probable segunda ola contagiosa en agosto, mientras que si se hace gradualmente en abril, ese segundo brote se trasladaría para octubre. Es imposible saber si el gobierno chino confía en su capacidad de control o si está ganando tiempo para cuando haya fortalecido su sistema de salud o hayan aparecido tratamientos farmacéuticos. El juego chino es de una complejidad inextricable: mientras dona insumos a otros países, confisca las fábricas que los producen para mantener un férreo control sobre a quiénes, cómo y cuándo les entregan porciones del stock.

La táctica de guerrilla es la que han aplicado, con pésimos resultados, España e Italia, pero también, con excelentes récords, Alemania y Suecia. Es la que hoy está vigente en casi todos los países (incluido Chile) que no cerraron antes de marzo. En todos los casos, las medidas de confinamiento han producido severos daños económicos y alteraciones sociales cuyos alcances son aún desconocidos. Algunos creen que estas últimas abren la oportunidad de enfrentar lo que Bruno Latour llama “la mutación ecológica”, y Antonio Guterres “la urgencia climática”. Unos pensadores piensan que el mundo se va a reformular; otros, que se va a acelerar.

El caso es que la táctica no sigue las fronteras de los modelos ideológicos. El método policíaco se aplicó en la China verticalista, pero también en sociedades liberales como Japón y Corea del Sur. La guerrilla ha sido empleada en sistemas hipertolerantes, como Suiza o Australia, y también en populismos rabiosos como el de Bolsonaro o el de Hungría.

La última parte de la evaluación de los gobiernos se deberá a su astucia para enfrentar la catástrofe productiva que envuelve el confinamiento. Será difícil, muy difícil. Nadie querrá quedar un paso más atrás de lo que estaba antes del Covid-19.

Los economistas de todos los signos repiten ahora la frase de Richard Nixon -“hoy todos somos keynesianos”- para confirmar que en la profundidad del socavón económico no hay otro rescate posible que el del Estado. En realidad, es algo que tiene su historia. Unos siete siglos, nada menos, desde que en el Gran Hambre de 1315 los gobiernos europeos se sintieron obligados a fijar los precios de los alimentos, dando origen histórico a lo que más tarde se llamaría mercado negro.

Hoy todos los gobiernos están lanzando gruesos paquetes fiscales de rescate para sus empresas, y no se ha visto ninguno tan infantil como para suponer que lo que haga en este momento será suficiente o será lo último. Tendrá que haber, según parece, no uno ni dos, sino tres, cuatro y quizás más salvavidas fiscales. Poco ganan los políticos con exigir más ahora si no tienen ni la visión del panorama ni el control del timón.

Este es el asunto fundamental, el principal efecto político del Covid-19 en el momento de su ascenso: en medio de una vorágine de protestas antigubernamentales, en medio del descrédito de todas las instituciones, en medio de la empeñosa demolición de toda fe colectiva, los gobiernos han vuelto al primer plano. Es el retorno del viejo Leviatán, con sus fronteras, disciplinas, burocracias, controles. Como si, frente a la amenaza más rara de las últimas décadas, las naciones hubiesen recordado por qué y para qué se han organizado inventando a una institución que las protege y las reprime.

Todavía es temprano para las calificaciones finales. Habrá juicios sumarios, sin duda, y paredones y ejecuciones. Pero faltan muchas semanas antes de que ello ocurra. A las oposiciones les tocará el trabajo sucio de culpar a los gobiernos, como siempre es la política. Para el examen definitivo, queda todavía el largo y sinuoso camino de varios años.

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