Por Mauricio Morales, U. de Talca; Ricardo Gamboa, U. de Chile; Tomás Duval, U. Autónoma; y Andrés Dockendorff, U. de Chile

La mejor forma de conocer el peso relativo de cada partido dentro de un régimen democrático es el volumen de votación y el número de representantes que obtiene cada uno. Esto sirve como parámetro para medir su fuerza en las negociaciones, definir posiciones frente a temas conflictivos, y tomar decisiones estratégicas frente a asuntos contingentes.

La postergación del calendario electoral desde el año pasado contribuyó a generar un clima en que muchos partidos y actores se sienten más poderosos de lo que eventualmente son, lo que dificulta la agregación de preferencias en el juego político. Dado que desde la crisis de octubre de 2019 no existe un punto de referencia respecto al peso electoral específico de cada partido, entonces no resulta tan extraño que aparezca un alto volumen de candidatos y que cada partido se sienta con opciones de encabezar el próximo gobierno y/o liderar el proceso constituyente. En ese sentido, el resultado del plebiscito no es un buen parámetro. Si bien el “apruebo” ganó por amplio margen, es difícil sostener que esos apoyos se aglutinen exclusivamente en torno a los partidos de centroizquierda.

En este contexto, no sorprende que las élites políticas estén desorientadas y “mirándose a sí mismas”. Partidos y representantes ensayaron variopintas lecturas sobre el contenido de la crisis social a partir de las principales consignas y demandas. Algunos se atrincheraron en lecturas conspirativas y otros abrazaron entusiastas la tesis de las transformaciones globales. Pero, en la práctica, lo cierto es que los actores están operando con mucha incertidumbre sobre a quién representan y “cuánto” pesan sus posiciones respecto al resto de las fuerzas políticas. De hecho, aún es una incógnita si se ha producido un realineamiento del electorado. El rol omnipresente de las redes sociales junto con las extensas restricciones y demandas producto de la pandemia, parecieran contribuir a esa desorientación. Particularmente, debido al poder de las redes sociales, los partidos y políticos individuales -en su afán por sobresalir en un contexto de incertidumbre- ven ese universo como el elector objetivo, sin pensar que la cancha electoral está definida por las urnas y no por Twitter o Instagram. Así, nadie sabe muy bien cómo se distribuyen las preferencias ciudadanas respecto de políticas públicas importantes o de las definiciones constitucionales de fondo.

Mientras no se resuelva la incógnita indicada, las transacciones se vuelven intrincadas y los acuerdos inestables.

Las elecciones que finalmente tendrán lugar el 15 y 16 de mayo pueden ayudar a clarificar el confuso escenario actual en el que muchos partidos creen representar a una mayoría ciudadana que se expresó en el plebiscito de octubre. Luego de una crisis como la que estalló a fines de 2019, saber cuántos pares son tres moscas permite que el sistema político se ordene de mejor forma y se fortalezca la gobernabilidad democrática.

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