Opinión

Kananaskis, 2025: Los desafíos del G7 en tiempos de caos e incertidumbre

Lo que está en juego en Kananaskis no es simplemente el éxito o el fracaso de una cumbre. Es la credibilidad de las democracias liberales frente a un orden internacional cada vez más fragmentado.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, habla mientras el primer ministro canadiense, Mark Carney (der.), observa durante la reunión del Grupo de los Siete (G7) en Kananaskis, Alberta, Canadá, el 16 de junio de 2025. Foto: AFP BRENDAN SMIALOWSKI

Por Daniel Zovatto, director-editor de Radar LATAM 360

La cumbre número 51 del G7 que se inauguró este 15 de junio en Kananaskis, Canadá, no es una más. Tiene lugar en un contexto de extrema complejidad global: proliferan conflictos geopolíticos sin resolución, la economía internacional da señales preocupantes de desaceleración, y el sistema multilateral se encuentra debilitado y sin brújula. En este marco, el retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos -con su diplomacia transaccional y su visión unilateral del liderazgo global- no solo tensa la cohesión del G7: pone en cuestión la viabilidad del orden internacional liberal tal como lo conocimos desde 1945.

El año de la policrisis permanente

La expresión “policrisis” se ha vuelto habitual para describir la era actual. A esta se suma un fenómeno aún más perturbador: la permacrisis, una sensación de inestabilidad continua que impide consolidar salidas estructurales. El G7 de 2025 llega en medio de esta doble fractura: una guerra prolongada en Ucrania sin salida diplomática a la vista, un conflicto en escalada entre Israel e Irán tras el ataque israelí a instalaciones nucleares en Teherán, tensiones comerciales exacerbadas por nuevas políticas proteccionistas, y un escenario económico global marcado por bajo crecimiento y fragmentación geoeconómica.

El Banco Mundial ha ajustado a la baja sus proyecciones de crecimiento mundial para 2025 a un modesto 2,3%, el peor registro desde la crisis financiera de 2008-2009 en un año sin recesión formal. El comercio internacional crecerá apenas un 1,7%, reflejo de un contexto dominado por el regreso del proteccionismo, la desconfianza entre bloques y la reconfiguración de cadenas de suministro estratégicas.

Trump y el desmontaje del orden liberal

Frente a este panorama, el papel de Estados Unidos -líder tradicional del mundo libre- se encuentra en entredicho. Donald Trump ha regresado a la Casa Blanca decidido a consolidar una política exterior centrada en la lógica del interés nacional entendido de forma estrecha, erosionando décadas de compromiso estadounidense con el multilateralismo y las alianzas estratégicas.

Durante su primer mandato, Trump abandonó el Acuerdo de París, el pacto nuclear con Irán y desacreditó instituciones como la OTAN y la OMC. En su segundo mandato, no ha variado el rumbo: ha desmantelado buena parte de USAID, reemplazado diplomáticos profesionales por leales personales, y ha utilizado la amenaza arancelaria como herramienta coercitiva incluso contra aliados. Su visión del mundo es transaccional, jerárquica y basada en la lógica del “ganador se lo lleva todo”.

Esto no solo ha generado desconfianza entre los socios tradicionales de Washington, sino que ha debilitado la legitimidad y operatividad del sistema multilateral, en momentos en que más se necesita coordinación y liderazgo global.

La diplomacia del caos y sus efectos colaterales

En Medio Oriente, la política exterior de Trump ha actuado como catalizador de inestabilidad. El reciente ataque israelí a instalaciones nucleares iraníes -operación “León Ascendente”- constituye una peligrosa escalada. Aunque Israel afirma haber actuado de forma preventiva, los objetivos y la magnitud de la operación sugieren una acción más estratégica: degradar la capacidad nuclear de Irán y propiciar un cambio de régimen. El resultado inmediato: una respuesta iraní que ha incluido drones y misiles balísticos, y la suspensión de las negociaciones nucleares entre Teherán y Washington.

A diferencia de lo que prometía su narrativa electoral -un mundo más pacífico gracias a su “liderazgo fuerte”-, el regreso de Trump ha coincidido con un aumento significativo de las tensiones globales. Su afirmación de que podía resolver la guerra en Ucrania “en 24 horas” se ha mostrado infundada. Lejos de ejercer presión efectiva sobre Putin, Trump ha evitado sanciones adicionales contra Rusia, debilitando el frente occidental.

¿G6+1 o la refundación del G7?

El mayor desafío de la cumbre de Kananaskis es la supervivencia del G7 como foro relevante de gobernanza global. La hipótesis de un “G6+1” -seis democracias liberales intentando coordinarse frente a un socio que actúa como disidente interno- ha cobrado fuerza ante la renuencia de Trump a adherir a compromisos comunes.

Japón teme perder casi un punto de PIB por los nuevos aranceles estadounidenses. México, cuya economía depende en un 84% del comercio con Estados Unidos, enfrenta riesgo de recesión. Europa intenta negociar contrarreloj un acuerdo que evite la imposición automática de tarifas el 9 de julio. La posibilidad de una declaración final conjunta en la cumbre parece remota, y Canadá, país anfitrión, ya ha optado por emitir una “declaración del presidente” como fórmula de cierre.

Multipolaridad, rivalidad y resiliencia

En este contexto, el G7 enfrenta una pregunta existencial: ¿puede adaptarse a una era marcada por la rivalidad sistémica entre EE.UU. y China, la erosión del liderazgo hegemónico y la emergencia de actores regionales con agendas propias? ¿Puede reinventarse como plataforma flexible de coordinación estratégica entre democracias avanzadas y potencias emergentes, o está condenado a la irrelevancia?

Más que consensos declarativos, el G7 necesita traducir sus principios en acciones concretas: regulación de tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial, protección de bienes públicos globales, diseño de instrumentos financieros que respalden la transición energética y mecanismos efectivos de diplomacia preventiva ante crisis como las de Gaza, Ucrania o Irán.

Conclusión: refundar el multilateralismo con liderazgo responsable

Lo que está en juego en Kananaskis no es simplemente el éxito o el fracaso de una cumbre. Es la credibilidad de las democracias liberales frente a un orden internacional cada vez más fragmentado. La historia demostrará si los líderes del G7 fueron capaces de reimaginar un nuevo multilateralismo basado en la cooperación efectiva, la legitimidad institucional y la defensa de principios compartidos. O si, por el contrario, asistimos a la antesala del colapso silencioso del sistema internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial.

La paz no se decreta; se construye. Y el liderazgo, en tiempos de incertidumbre, no se impone: se ejerce con coherencia, visión de largo plazo y responsabilidad global.

Más sobre:G7KananaskisCanadápolicrisispermacrisisTrumpEE.UU.Medio OrienteIsraelIránLeón AscendenteChinaVocesMundo

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

¡Oferta especial vacaciones de invierno! ❄️

Plan digital $1.990/mes por 4 meses SUSCRÍBETE