Opinión

Mezquinidad

DRAGOMIR YANKOVIC/ATON CHILE

Esa fue la palabra que usó el senador UDI Iván Moreira.

Y fue certera.

“No puede haber tanta mezquindad ideológica de desaprovechar esta oportunidad que es muy importante, y que Chile jamás ha tenido”, argumentó. “Por sobre las diferencias ideológicas, tiene que haber un apoyo transversal”.

La oportunidad a la que se refiere Moreira es que una chilena se convierta en la primera mujer secretaria general de las Naciones Unidas. La mezquindad que critica es la que primó en las reacciones de los candidatos presidenciales de oposición.

Partamos por la oportunidad.

Michelle Bachelet es la compatriota que más lejos ha llegado en la diplomacia mundial. Fue la primera directora de ONU Mujeres, y luego, la Alta Comisionada de Derechos Humanos. Por ese currículum, lleva más de una década en las listas de favoritos para asumir el máximo cargo de la ONU, la Secretaría General.

Y el momento es ahora: según una norma tácita, toca el turno a América Latina, y hay consenso en que, después de nueve hombres en 80 años, es el momento de una mujer.

¿Una mujer latinoamericana con reconocimiento mundial y experiencia de altos cargos en la ONU? No hay nadie con el currículum de Bachelet para el puesto.

Bachelet ha mostrado su disposición, y el gobierno chileno, como corresponde, ha declarado su candidatura. Para Chile este sería un hito histórico y un triunfo diplomático colosal. En nuestro continente, solo lo ha logrado Perú, dueño de una de las mejores cancillerías de la región, con Javier Pérez de Cuéllar. Esta es la única oportunidad que hemos tenido, y que quizás tengamos jamás, de igualar ese éxito de la legendaria cancillería de Torre Tagle en Lima.

América Latina tiene un turno cada 40 años. Llegar justo a ese momento con una figura tan bien posicionada, es una carambola impobable.

Pero entonces aparece la mezquindad.

Chile está en campaña presidencial, y los candidatos suelen verse tironeados entre dos caminos: actuar como jefe de barra, aleonando a su claque contra la hinchada rival; o probarse el traje de futuro jefe de Estado, priorizando la unión en temas que requieren políticas de estado de largo plazo.

Y en Chile, las relaciones exteriores han tenido esa mirada. En los últimos 35 años, hemos tenido unidad sobre el apoyo al multilaterismo, la promoción del derecho internacional, el rechazo al uso unilateral de la fuerza, el respeto a los derechos humanos, la promoción de la democracia, y la intangibilidad de los tratados.

Estos son valores cruciales para Chile, un país pequeño, abierto al mundo y respetuoso de sus compromisos con otras naciones.

Por eso, Chile fue uno de los países fundadores de la Sociedad de las Naciones, en 1920; y de la ONU, en 1945.

Por eso, el presidente Ricardo Lagos resistió la presión estadounidense para aprobar su ataque ilegal a Irak en 2003. Lagos entendía que los principios en juego eran demasiado importantes y, actuando como estadista, le dijo “no” a Bush.

Por eso, los presidentes Piñera y Bachelet se comportaron con continuidad y coordinación en las demandas ante La Haya que cruzaron sus gobiernos. Chile tuvo una sola voz en el respeto a los tratados y al derecho internacional.

Entonces, ¿jefes de barra o futuros jefes de estado?

Johannes Káiser no dejó dudas. “Tenemos la sospecha de que Bachelet llegó a ser Alta Comisionada de Derechos Humanos en razón de un acuerdo que trajo haitianos a Chile”, fue su reacción.

Como lo ha hecho en otros temas de gran relevancia, como la salud pública, actuó como un youtubero ansioso de captar “likes” por medio de mentiras y teorías conspiranoides.

Por un minuto, José Antonio Kast pareció probarse el traje de estadista. “Ganar un mundial de fútbol, ganar la dirección de un organismo internacional, ganar cualquier gesta, y que el nombre de Chile esté en alto, tiene que llenarnos de orgullo”, dijo poco antes del anuncio.

Pero luego, en medio de una ola de críticas de parlamentarios republicanos, reculó. Calificó a Bachelet como “un desastre como Presidenta”, y se negó a apoyar su candidatura, diciendo que esa decisión se tomaría después del 11 de marzo. También dijo que el respaldo anunciado por Chile ante la ONU era apenas “una sugerencia”, quitando piso a nuestro propio país.

Evelyn Matthei también negó su respaldo. “No puedo decir si sí o si no porque va a depender de las circunstancias”, eludió, diciendo también que tomaría una decisión, de ser electa, recién el 11 de marzo.

Kast y Matthei, lamentablemente, también actuaron como jefes de barra.

Por miedo a la reacción de sus partidarios, y por atizar discordias internas, pusieron la política de la rencilla y el codazo por encima de los intereses permanentes del país. En el caso de Kast, vuelve a mostrar una preocupante debilidad ante la presión de sus militantes más radicales (lo mismo le pasó en el fallido proceso constitucional de 2023). En el de Matthei, torpedea su propia estrategia de campaña basada en mostrarse como una estadista, por encima de las peleas políticas.

Hubo quejas sobre el modus operandi del presidente Boric, quien no anticipó el anuncio a los candidatos (“habría sido bueno que nos invitara a un cafecito”, dijo Kast). Esa es una queja válida, pero, de nuevo, no es argumento suficiente para descarrilar una candidatura tan relevante.

Kast también acusó a Boric de “darse un gustito” al anunciar la decisión, pero lo cierto es que las campañas ya están lanzadas y esta candidatura no puede esperar a marzo de 2026.

La mezquindad de los candidatos debilita la posición internacional del Estado de Chile. Como dijo el presidente del Senado, el RN Manuel José Ossandón: “Este es un tema de Estado, un hito muy importante para Chile. Tenemos que unirnos”.

La candidatura de Bachelet debe enfrentar grandes escollos, partiendo por superar posibles vetos de China y Estados Unidos. Pero, en el peor momento del sistema internacional fundado hace 80 años, tener una voz de ese calibre haciendo campaña mundial en torno a los principios de legalidad internacional que Chile promueve es un activo para el país, logre o no su objetivo final.

Es una oportunidad única en nuestra historia. Torpedearla porque faltó un cafecito, porque hay que alimentar a los conspiranoides de las redes sociales, por complacer a los extremistas que quieren sacar a Chile del sistema internacional, o por rencillas pendientes con la expresidenta, es demasiado pequeño.

Es de una mezquindad impropia de quienes apiran a convertirse en presidente de todos los chilenos.

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