Opinión

No hay empate entre Convención y Consejo

07/06/2023 SESION INSTALACION CONSEJO CONSTITUCIONAL FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA MARIO TELLEZ

Nadie puede afirmar sinceramente y de buena fe que los dos procesos constitucionales fallidos (2021 y 2023) que siguieron al acuerdo de noviembre de 2019 son equivalentes, cada uno manifestando un exceso simétrico, aunque ideológicamente opuesto. Esta teoría del empate solo es popular entre tránsfugas que quieren restarle importancia a la brutalidad que apoyaron al llamar a aprobar la primera propuesta constitucional, o bien entre oportunistas que consideran más valioso estigmatizar a los republicanos que ser leales a la verdad.

El segundo proceso constitucional, el de 2023, nació de un acuerdo político que no fue forzado por la violencia callejera extrema. La centroderecha había planteado que si se rechazaba la primera propuesta, ellos estarían disponibles para realizar un segundo intento, bajo el entendido de que muchos chilenos seguían considerando importante generar un cambio constitucional. Esta promesa fue importante para lograr que un buen número de personas de centroizquierda votara por el rechazo. Y los líderes de centroderecha que la hicieron, liderados por Javier Macaya (UDI), cumplieron su palabra, modificando la tesis del Presidente Boric de que el mandato constitucional emanado del plebiscito nacional de 2020 seguía vigente en los mismos términos, pero validando una segunda etapa.

El diseño del nuevo proceso buscó evitar, de entrada, los graves errores que llevaron a convertir el primer proceso en un circo. De ahí el rol preponderante de la comisión de expertos y las bases fundamentales que aseguraban la continuidad institucional y un mínimo de acuerdos políticos.

Republicanos, recordemos, estuvo en contra del acuerdo del 15 de noviembre, por el “No” en 2020 y por dar por cerrado el proceso constitucional luego del 4S en 2022. Su tesis era que Chile no requería una nueva constitución, y que la carta de 1980/2005 era suficiente para lidiar con los problemas del país. Mientras la centroderecha invirtió su capital político en tratar de forjar acuerdos de largo aliento, el partido de Kast siempre pensó que eso era imposible con la izquierda octubrista, y que solo cabía la confrontación.

Ya que no hubo un segundo plebiscito de entrada para el nuevo proceso constitucional, la elección de representantes ocupó su lugar, y la opción popular fue clara: la mayoría eligió a los republicanos, que repudiaban el proceso mismo. Así, el esfuerzo nació muerto. Una mayoría de chilenos había concluido que era mejor quedarse con la constitución existente. Eso explica que el rechazo a la instancia registrado en las encuestas al inicio del esfuerzo haya sido prácticamente igual al rechazo final a la propuesta en las urnas.

En términos sustantivos, las propuestas de la Convención de 2022 y la del Consejo de 2023 son totalmente distintas. Los filtros de la comisión de expertos y las bases fundamentales del segundo proceso hacían improbables, sino imposibles, los excesos ideológicos y la lógica refundacional del primero. Y los republicanos nunca desafiaron lo establecido por ambas limitaciones (esta aquiescencia, no olvidemos, alimentó el quiebre que da origen al partido Nacional Libertario). Lo que agregaron de su propia cosecha fueron elementos complementarios, y no sustitutivos, de lo ya acordado. Lo hicieron, principalmente, para tratar de movilizar a su propia base en favor de la propuesta, pero sin conseguirlo. El proyecto finalmente votado no consistía, como el primero, en una refundación del orden institucional del país a la pinta de una facción, transgrediendo los principios básicos de la división de poderes y el orden republicano. A lo más incluía un par de guiños conservadores, gustitos republicanos, dentro de un marco general comedido. Basta leer los informes de la Comisión de Venecia sobre ambas propuestas para constatar el abismo que las separa.

En suma, ambos procesos son “inempatables”. Y las lecciones institucionales del segundo deben ser debidamente rescatadas para la posteridad. Quienes insisten en la equivalencia van a quedar como mentirosos para el resto de los tiempos una vez que se escriba la historia de estos agitados años, y más les convendría adoptar una pose honesta antes de que se fije la foto.

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