Entre el populismo y la protesta

TRUMP
Foto: Reuters


Hace algunos meses Henry Kissinger decía que Trump "podría ser una de esas figuras en la historia que aparecen de tiempo en tiempo para señalar el fin de una era y forzarla a abandonar sus viejas pretensiones." El tiempo parece irle dando razón. La elección de Trump demostró no ser un fenómeno aislado.

Se la puede asociar al triunfo de otros gobiernos en distintos lugares del mundo, desde Filipinas hasta Polonia, pasando por Hungría e Italia, y, ahora, Brasil. El triunfo del Brexit, en la democracia más estable y longeva del mundo, se vincula al mismo fenómeno. 

¿Se trata de un cambio de era? Parece serlo. La escala del fenómeno, que cruza diversos continentes, sugiere que éste responde a factores que van más allá de la mera contingencia política de un país. Y el asunto no es solo de extensión, sino de intensidad:

la agenda de los llamados "populistas" es ambiciosa. Se trata de transformaciones importantes, y en muchos casos de un rechazo a lo que precedió. Un cambio en las reglas del juego. 

Visto así, la oleada

de fin de la década conecta con la sucesión de movimientos de

de comienzos de la década: el movimiento estudiantil chileno, Occupy Wall Street, los "indignados" de España, la Primavera Árabe, etc..

En ambos casos se trata de un reclamo contra aspectos nucleares del régimen precedente. ¿No cambió acaso nuestro panorama político después del 2011?

Esto deja algunas lecciones: primero, que aquí no se trata de meros grupos de interés. Así como sería equivocado ver al movimiento estudiantil del 2011 como meramente orientado a exigir prebendas dentro del sistema (y por eso no resultaban suficientes las propuestas de becas y mejoras en créditos), tampoco se puede comprender la oleada

como impulsada por una demanda egoísta por un pedazo más grande de la torta. Como advierte la intelectual francesa Chantal Delsol, muchos suelen ver un vínculo

y egoísmo o estrechez (y lo mismo ocurre con los movimientos sociales), pero esto dificulta la comprensión del fenómeno. La segunda lección es que debemos esperar fricción. Las nuevas reivindicaciones profundas y la irrupción de nuevos actores hacen más difícil alcanzar consensos y mantener la moderación en el debate público.

En este contexto la política vuelve a ser relevante. Se hace indispensable la búsqueda de visiones generales capaces de aglutinar diversos sectores, la habilidad de llegar a acuerdos, y también de saber cuándo se debe confrontar posiciones. Hoy los técnicos se cotizan a la baja y los políticos al alza. 

Quizás tiene razón Kissinger en eso de que se acaba una era y se la fuerza a abandonar sus pretensiones. Las pretensiones de la era pasada, "el fin de la historia", eran la de un acuerdo granítico en torno al capitalismo, la democracia liberal y la globalización.

El acuerdo se está erosionando hace rato. Para bien o para mal, la política volvió por sus fueros

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