Opinión

Votar por miedo

Votar por miedo Luis Quinteros/Aton Chile LUIS QUINTEROS/ATON CHILE

El próximo domingo no elegiremos un futuro, elegiremos un temblor. El país llega a las urnas como quien entra a un templo vacío: en silencio, con una plegaria rota en los labios y un miedo antiguo en el alma. En rigor, no votaremos por una idea o un sueño de país, sino por miedo a perder lo que queda en pie. Temor, o más bien terror, a que ganen los adversarios. Signo de los tiempos, así funciona hoy el mundo.

Hace mucho que Chile dejó de soñar. La política se volvió un espejo trizado donde nadie quiere mirarse. Los candidatos presidenciales ya no son referentes y, menos, faros espirituales; son apenas sombras que nos advierten de otras sombras todavía más oscuras. Unos prometen salvarnos del caos, de la inseguridad, de la sistemática destrucción del orden. Otros quieren preservar derechos, mantenernos a resguardo del autoritarismo y de la lógica de la obediencia. Mientras, el Chile de las listas de espera, el de las tomas y campamentos, el reino de los narcos y el crimen organizado, mira todo desde la ventana, con la íntima convicción de que, al final, esto no es más que un simulacro, el eterno baile de máscaras.

Se nos tuvo que obligar a votar como si la democracia se defendiera a la fuerza. Pero el voto por deber no se parece al voto por esperanza, porque un país que vota obligado es como un corazón que late por reflejo, no por deseo. Muchos, demasiados irán a las urnas simplemente para evitar una multa, no para construir algo común. Chile es hoy un territorio suspendido, una patria que respira hondo antes del salto, sin saber si abajo hay suelo o vacío. Comunismo o fascismo son los miedos del momento, como si estuviéramos en plena Guerra Fría, atrapados en el rincón más lúgubre del siglo XX. Un país que aún respira por la herida, donde la política sigue teniendo más de pasado que de futuro.

Luego del proceso electoral tendremos un nuevo gobierno y un nuevo Congreso, pero no sabemos si habrá algo más. El que gane será simplemente el menos temido y esa es la evidencia más honda: ya no elegimos por convicción, sino para no caer en el abismo. La gente no vota por confianza o adhesión, sino por susto. La democracia en Chile y en el mundo se ha vuelto defensiva, emocional y reactiva, no deliberativa. Hoy no tenemos candidatos, ni programas ni proyectos, tenemos advertencias. El voto ya no moviliza convicciones, moviliza frustración y rabia contenida. Concurrir a las urnas dejó de ser un acto republicano, es un acto de división y de resistencia.

Y, sin embargo, algo en nosotros persiste. Tal vez no sea esperanza ni un sueño de país, pero sí una porfía antigua, una luz cansada que no se apaga. Tratamos de volver sobre nuestros pasos y descubrimos que no se puede; el daño ha sido mucho, casi infinito. No obstante, incluso un país herido por su propia locura puede seguir buscando, en medio de la noche, una razón para creer que el mañana puede ser algo distinto. Apenas un destello, la calma de un rostro dormido que todavía sueña.

Por Max Colodro, filósofo y analista político

Más sobre:votocandidatos presidencialesdemocracia

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

La mejor información para estas elecciones🗳️📰

Plan digital$990/mes SUSCRÍBETE