La dificultad de dejar ir una relación a nivel emocional: “Ya no estábamos juntos físicamente, pero mis pensamientos y energía seguían puestos en él”




“Conocí a Alberto cuando tenía 20 años, hace 11 años atrás. Hasta entonces mis relaciones habían sido más bien pasajeras y de poca profundización. Era muy joven y no me había pasado de encontrar ese nivel de compatibilidad. Hasta que lo conocí a él en un vuelo camino a Cuba y nos quedamos conversando durante todo el viaje. Yo me había propuesto dormir, porque venía saliendo de una noche larga de trabajo, pero no cerré un ojo en todo el viaje. Por lo contrario, él me preguntó sobre el libro que estaba leyendo y de ahí en adelante no paramos de hablar. Cuando aterrizamos me pidió mi contacto y nos vimos al día siguiente.

Pero este relato no es sobre nuestra historia de amor, que ciertamente fue muy especial, larga, profunda y hermosa. Esa historia terminó, en lo concreto, hace dos años. Y él sigue siendo esa persona talentosa, alegre, amable y entusiasta que conocí tantos años atrás. Lo que quiero compartir aquí es la profunda dificultad de dejar ir una relación, pero no en lo físico, sino que a nivel emocional y psicológico.

Hace unas semanas me encontré teniendo una conversación con una amiga en la que le explicaba que a grandes rasgos, lo que me seguía costando de nuestra terminada con Alberto era la idea de que ya no íbamos a estar juntos. A lo que ella me detuvo y enfatizó en la palabra ‘idea’. Me preguntó: “Pero entonces no es él a quien echas de menos’. Al principio no la entendí, porque evidentemente estábamos hablando de él. Pero lo pensé un rato y me di cuenta que tenía razón. Yo a Alberto lo había amado mucho y no niego que parte de mí siempre va a sentir afecto y mucho cariño por él, pero dos años después de nuestra terminada, no lo estoy extrañando a él, sino que a la idea de lo que éramos, de nuestra relación y de lo que él representaba para mí.

Es curioso cómo se va dando eso, porque si me pongo a pesar en retrospectiva, en este tiempo que no hemos estado juntos físicamente, mis pensamientos y energía igual han estado puestos mayormente en él. No le escribo y probablemente es escasa la interacción concreta que tenemos –de vez en cuando nos mensajeamos para saber cómo estamos y alguna que otra vez nos hemos llamado para compartir alguna noticia o inquietud–, pero sigo pensando en lo que fue nuestra relación y en que quizás no vuelva a tener otra relación así. Y a ratos, si lo permito, esos pensamientos incluso me podrían hacer dudar de por qué terminé, pero por suerte al poco tiempo me detengo y pienso: ¿realmente quiero volver a estar con él o me estoy engañando por la dificultad de no estar en una relación? ¿Lo extraño realmente o estoy condicionada porque nos han enseñado tanto que no podemos estar solas que realmente cuando lo estamos nos cuesta un mundo? Porque si no es por estar con él propiamente tal, entonces estoy siendo injusta conmigo y con él.

Y es que a veces ahí radica la dificultad de soltar y dejar ir una relación. No se trata, propiamente tal, de dejar ir a esa persona –aunque por supuesto que eso tiene mucho que ver–. Se trata, a ratos, de la incapacidad de soltar la idea, ese ideal, ese imaginario o fantasía de relación. Y esa incapacidad, a su vez, tiene que ver con el miedo a estar solas, con creer que estar en pareja siempre va ser mejor, o con creer que nunca vamos a encontrar a otra persona y por ende la decisión o el acto de terminar es uno absoluto y rígido que nos va a determinar para el resto de nuestros días. Como si no existiera la flexibilidad o la marea. Y digo marea porque es ese movimiento, de una fluctuación y un ir y venir, el que mejor representa lo que somos como seres humanos, pero a veces se nos olvida y creemos que somos estáticos. O que tenemos que serlo.

Yo a Alberto lo solté hace mucho tiempo, y en mi cabeza creo que incluso cuando seguíamos juntos yo ya no estaba ahí en esa situación junto a él. Pero desde que cortamos lo físico y dejamos de vernos, a nivel emocional he seguido depositando mi energía y mi búsqueda ahí, en lo que esa persona representa, como si se tratara de un molde más que de una persona. Y eso es lo que no me ha permitido dejar ir por completo, incluso cuando sé que ya es poco lo que queda ahí. Incluso sabiendo que esa misma dificultad por soltar a nivel emocional, y esa tendencia por aferrarme a lo poco que va quedando, ha sido la que no me ha permitido cerrar del todo esa puerta para que se abran otras posibilidades.

Yo dejé ir a Alberto y él me dejó ir a mí, pero a veces lo difícil es dejar ir lo que esa persona significa para uno. Y está bien; al ser esa fantasía algo menos tangible, puede tomar un tiempo, pero eventualmente también hay que dejarla ir”.

Diana Ruiz (31) es profesora de lenguaje.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.