OnlyFans, donde la estrella porno eres tú: ¿Pero qué tan libre te hace eso?




Stefany Castellano (21) abrió una cuenta en la red social OnlyFans hace cinco días. Hasta la fecha, 16 personas se han suscrito a su perfil y ha sumado alrededor de $75.000 pesos. Nunca pensó que ganaría esa cantidad de plata en tan poco tiempo; sus cálculos iniciales predecían que llegaría a los $100.000 en tres semanas. Pero sus suscriptores sólo van en aumento y cada uno de ellos paga siete dólares por acceder a su perfil. De esos siete, Stefany recibe $5,6 y la aplicación se queda con el resto.

Se enteró de esta plataforma por unos posteos que vio en Twitter, en los que algunas mujeres promocionaban sus cuentas de OnlyFans mostrando un adelanto de lo que podían encontrar ahí. “Si te gusta esto, búscame en OnlyFans y podrás ver más. Contenido explícito y exclusivo para ti”. Y así fue como se metió a investigar.

Se trata, según pudo ver, de una red social creada en 2016 que facilita la creación y publicación de contenido personal –sin ser sujeto a las censuras que existen en otras redes sociales, como Instagram– a cambio de un pago realizado por la persona que quiera acceder a ese contenido. Es decir, una plataforma que permite que los usuarios (o creadores de contenido, como los denomina la misma aplicación) compartan lo que quieran, incluyendo fotos íntimas y nudes, y reciban a cambio una tarifa mensual. De esa tarifa, definida junto a la aplicación de acuerdo a lo que pretende ofrecer cada usuario, la compañía recibe el 20%. El 80% restante va directamente a la cuenta asociada de la persona dueña del contenido.

La intención de la aplicación no era, según lo que vio Stefany, únicamente pornográfica. De hecho, en sus investigaciones preliminares habló con un amigo artista que se había creado una cuenta hace poco para compartir su trabajo. Se trataba, como él mismo le explicó, de una red social como cualquier otra en la que solo se puede acceder a lo que comparten los usuarios si es que se paga. En la que existe una transacción. Y si lo que se quiere compartir –o vender– es contenido pornográfico, también está el espacio para hacerlo. Como si se tratara de pornografía o soft porn, pero sin la industria y los intermediarios. Porque acá cada uno es dueño del contenido que sube.

Stefany es venezolana y no tiene cómo pagar su universidad. Y cualquier trabajo remunerado, en este minuto en el que no cuenta con pasaporte, no era tan rentable. Menos en la mitad de una pandemia, en la que los índices de desempleo solo han aumentado. La plata, en ese sentido, fue su principal motor. Pero por otro lado, pertenece al centro de alumnos de su universidad y le interesa desarrollarse políticamente. Finalmente, tomó la decisión de que monetizar sus fotos eróticas no tenía por qué definirla y se lo tomaría como un trabajo. “No es ningún secreto que la situación para nosotros es compleja, y cualquier otro trabajo no me da para pagar mis estudios y la cuenta del WiFi, que ahora en aislamiento aumenta. En este sentido, si bien recomiendo que las mujeres que se metan a esta app estén seguras de su cuerpo y tengan un estómago fuerte –porque igual se reciben comentarios babosos y también críticas y prejuicios–, no hay que verlo como otra cosa más que un trabajo. Si no subo contenido en una semana, OnlyFans me manda un correo advirtiendo que van a cerrar mi cuenta y le van a devolver la suscripción a mis seguidores. Ellos se suscriben a mi perfil y esperan contenido con frecuencia, no puedo no entregárselos. Es como cualquier otra prestación de servicios”, explica.

¿Pensó alguna vez que lo que estaba por hacer era homologable al comercio sexual? Sí, pero decidió no otorgarle a eso una connotación negativa. “Las fotos que subo son eróticas y disfruto sacándomelas. No son tan explícitas. Algunos me pagan propina, porque eso está permitido, y me piden que les mande algo más solamente a ellos, pero ahí cada quién pone su límite. Yo no lo hago. Y sí, mis fotos pasan por un filtro de aprobación masculina, porque mis seguidores, aunque la aplicación los mantenga anónimos, son en su mayoría hombres que llegan desde mi Twitter. Pero no pienso en ellos cuando subo mis fotos, pienso en que me gustan a mí”, relata. “Creer que todo trabajo sexual nos daña es victimizar a quien no quiere ser victimizado”.

La discusión es histórica: En sociedades patriarcales en las que la mujer ha sido sujeta, entre otras cosas, a la precarización laboral ¿qué tan voluntaria y deliberada es la decisión de transar sus cuerpos en el mercado? ¿Es la decisión de realizar trabajo sexual, incluso cuando se la toma de manera consciente, una decisión libre? ¿O se da a falta de otras posibilidades?

A lo largo de la historia estas interrogantes han dado paso a una separación de las aguas en las distintas corrientes feministas. En 2018, la filósofa y feminista italiana Silvia Federici, dijo en un seminario en la universidad de Santiago que el trabajo sexual no era el único trabajo donde se explotaba el cuerpo femenino. ¿Por qué habría que abolir la prostitución si en los sistemas capitalistas hay muchas otras formas en las que se nos obliga a vender nuestro cuerpo?, planteó. “El matrimonio también ha sido una forma de prostitución”, dijo. Y agregó que el capitalismo siempre ha dividido a las mujeres en buenas y malas, por lo que esperaba un feminismo que aprendiera a superar esas divisiones. Es, según ella, la violencia que ejercen el patriarcado y el capitalismo la que hay que cuestionar.

A su vez, la feminista francesa Virginie Despentes, autora de Teoría King Kong, también ve la prostitución como una forma de liberación y una entrada al sistema cobrando por algo que igual, según explica, las mujeres hacen de manera gratuita. Ella misma se prostituyó durante dos años –tema que relata en su libro– y defiende su legalización, pero admite que su experiencia no es la de todas: ningún cliente fue violento con ella y contaba con otras opciones.

Pero su postura, al igual que la de Federici, ha sido criticada por las feministas abolicionistas, quienes argumentan que la prostitución es producto de un sistema patriarcal y su mantención solo perpetúa la desigualdad de género. Como explica la periodista fundadora de feminicidio.net, Graciela Atencio, al medio español El Salto: “en la era del neoliberalismo, la transacción del cuerpo femenino en el mercado se ha convertido no solo en una industria, sino que en el último privilegio que los hombres aspiran a seguir teniendo sobre las mujeres”.

Pero más allá de la disputa eterna, lo que habría que evaluar, como explica la coordinadora de Inclusión y Género de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, Carla Rojas, son las condiciones o el entorno que hacen que una mujer tenga que recurrir a esa opción a falta de otras. Y es que lo que hacen estas aplicaciones, según ella, es aprovecharse de un contexto económico en el que las mujeres siempre han sido precarizadas y cuentan con nulas posibilidades de ingreso al mercado o protección. “¿Qué tan voluntaria termina siendo la decisión de trabajar en esto? Muchas veces es una salida porque es la única que está disponible. En ese sentido, mi preocupación va por el hecho de si las mujeres que toman esta decisión lo hacen por quererlo o por necesitarlo”, explica. “Si es que no existiera la transacción económica podríamos hablar de apropiación y empoderamiento a través de la erotización y sexualidad de la mujer, pero en situaciones de crisis es un poco cuestionable, porque en el fondo hay un sistema que está reproduciendo la precarización de las mujeres”.

Efectivamente, la Encuesta de Ocupación y Desocupación realizada recientemente por el Centro de Microdatos de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, dio cuenta que en marzo de este año la tasa de desempleo en Santiago fue de 15,6%, la más alta registrada en los últimos 20 años, incluso más que en la crisis de 2008. Pero lo más complejo es que en el análisis de género se reveló que de las mujeres en edad de trabajar, solo un 46,1% lo estaba haciendo. Antes de la crisis sanitaria, esa cifra era de un 48%. En Latinoamérica, en general, la cifra es de un 52%, mientras que en los países de la OCDE, un 62%. Es decir, Chile tiene la tasa de participación laboral femenina más baja de la región, con una brecha de un 30%.

Con esas cifras, como sugiere Rojas, cuestionar la decisión de trabajo de las mujeres es hablar desde una postura de privilegio. “Que alguien decida cobrar o no por algo que usualmente se hace de manera gratuita no es un problema. Lo que nos preocupa es el análisis global del riesgo que genera que la sociedad no se haga cargo del cuestionamiento de si las mujeres son libres o no. La sexualidad y el cuerpo son terrenos de discusión que se construyen en relación a otros. No como constructos libres; nuestra identidad la construimos en relación a otras y otros, entonces el hecho que las mujeres estén precarizadas, vulneradas o sin opciones, es responsabilidad de todos”, explica.

“Mientras no exista una sociedad que culturalmente respete el derecho de las mujeres a usar su cuerpo de la manera que quieran –para su auto erotización, auto seducción o empoderamiento– son más los riesgos”. Porque en definitiva, mientras exista la precariedad laboral, el mercado del capital en el que el cuerpo pasa a ser de uso y consumo, solo podría llegar a perjudicar a las mujeres. En ese sentido, Rojas no sugiere que una profesión tan antigua como la prostitución sea prohibida. “Si la visión de prohibir viene desde una postura de privilegio, eso es negar una desigualdad estructural. Lo que sí me preocupa es normar estos trabajos para que la mujer esté protegida”.

Actualmente, la red social de OnlyFans cuenta con 30 millones de usuarios registrados. En mayo del 2020, la plataforma afirmó haber pagado alrededor de $725 millones de dólares a sus 450.000 creadores de contenido (los que comparten fotos o videos y reciben un fee a cambio). Y en abril de este año, un documental realizado por BBC Three reveló que en un solo día, un tercio de los perfiles de Twitter a nivel mundial estaban promocionando nudes a la venta en distintas plataformas, entre ellas OnlyFans. Y estos números solo han aumentado en los cuatro meses de crisis sanitaria, en los que muchos han quedado cesantes.

Como explica la catedrática en sociología y autora del libro Mujer, poder y dinero: Construye tu puzzle de éxito, Alicia Kaufmann, la mercantilización del cuerpo femenino, en todas sus formas, es de las profesiones más históricas y por ende, lejos de entrar en lo moralista, la discusión está en que nuevamente se trata de un control social, como siempre lo ha habido para las mujeres. “Más que el hecho en sí, hay una puesta en marcha de mecanismos de control social informales, que son cada vez más sofisticados y en los que lo más íntimo queda expuesto”, explica. “No se trata de hacerlo o no libremente, pero ¿cuáles son las posibles repercusiones que esto podría traerle a la mujer? A su vez, qué tanto influye en su toma de decisión el hecho que vivimos en un mundo machista en el que siempre se ha cosificado a la mujer. Cuando hay un impulso económico, esto puede parecer inofensivo. Pero puede tener costos. Y de haberlos, el problema radica en que no existe una protección para esa mujer”.

Existiría un entorno que lleva a que las mujeres sientan que esta es la única opción. Como explica la educadora sexual y creadora de Regina Educa, Tamara Villanovoa, si la motivación que hay detrás es la de empoderarse como mujer, no habría un problema. “Mi duda es que muchas veces, la motivación detrás radica en una carencia del sistema. Mostrarse o no, da lo mismo; el problema es la precarización que vivimos las mujeres y el hecho que el espacio laboral femenino se esté reduciendo cada vez más. Lo que nos lleva a tener que monetizar nuestro propio cuerpo. La entrada a estas aplicaciones evidencia que nosotras somos las más dañadas en la pérdida de todo tipo de oportunidades, incluso las laborales”.

Carla Rojas concuerda. Según ella, los estereotipos de género se construyen a la primera edad y en ese relato, la mujer siempre es objetada socialmente y se entiende que eso es lo que está validado. “Una misma se da cuenta cuando subimos una foto en la que sale nuestro cuerpo y tiene muchos más likes que la foto donde salimos recibiendo un premio. De alguna manera esta sociedad siempre está incentivándonos para que podamos percibir que eso es lo que se valora. Y lo peligroso es que estos medios de sociabilización perpetúan ese estereotipo en el que la mujer es un objeto de deseo sexual y el hombre sujeto. Y por ende, el foco sigue siendo puesto en eso”.

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