Sacar la ciencia del laboratorio: la misión de Macarena Rojas Ábalos
En un país donde la ciencia suele hablar en difícil, Macarena Rojas Ábalos decidió traducirla, abrirla y compartirla. Porque el conocimiento, dice, no sirve si no circula.

Desde niña, Macarena Rojas Ábalos sintió curiosidad por el mundo que la rodeaba. Por eso estudió Biología en la Pontificia Universidad Católica, convencida de que su destino estaba en la investigación. Trabajó en el laboratorio del Premio Nacional de Ciencias Nibaldo Inestrosa y todo apuntaba a un camino académico tradicional: doctorado, publicaciones, carrera universitaria. Pero había algo que no calzaba.
El punto de inflexión llegó cuando intentó explicarle a su mamá en qué trabajaba. “O lo simplificaba tanto que perdía sentido, o era tan técnico que se volvía incomprensible. Fue frustrante”, recuerda. Esa dificultad para comunicar lo que amaba se convirtió en una revelación: la ciencia estaba encerrada en un lenguaje inaccesible, y ella quería abrir esa caja negra.
Decidió entonces dejar la academia y estudiar un máster en periodismo escrito. “No sabía hablar en simple, y entendí que esa era justamente la tarea: acercar la ciencia, volverla significativa para todas las personas”, cuenta. Así comenzó a combinar su formación científica con la escritura, la docencia y la creación audiovisual.
En 2018 empezó a dictar talleres para estudiantes y académicos que enfrentaban el mismo problema: sabían investigar, pero no comunicar. Durante siete años impartió un curso pionero en la UC, por el que pasaron más de 400 estudiantes. Luego, en la Universidad San Sebastián, incorporó la comunicación científica como parte obligatoria de los programas de doctorado. También ha capacitado a más de 200 investigadores en centros de excelencia.
En 2021 fundó El Viento Estudio, una productora de comunicación científica, junto a la animadora Beatriz Butazzoni. Su objetivo: contar la ciencia con creatividad, emoción y conexión social. “Nos une la certeza de que ciencia y arte no son mundos separados. Son dos formas de narrar la realidad”, dice. El nombre no es casual: “El viento está en todo, aunque no se vea. Mueve, transforma, atraviesa. Queríamos que la productora tuviera esa energía”.
Uno de sus hitos fue el Neurofest, el primer festival de neurociencia abierto a la ciudadanía en Chile, que reunió a más de 5.000 personas en un solo día. Charlas, experiencias inmersivas y actividades culturales permitieron hablar de memoria, emociones o salud mental desde un enfoque cercano y estimulante. “La ciencia puede emocionar. Contada con creatividad, construye puentes entre mundos que muchas veces parecen lejanos”, afirma.
Su trabajo tiene también una dimensión ética y política. Como presidenta de ACHIPEC —la Asociación Chilena de Periodistas y Profesionales para la Comunicación de la Ciencia— ha promovido el debate sobre el rol público del conocimiento. “El silencio también comunica. En tiempos de desinformación, no hablar es dejar que otros ocupen ese espacio, muchas veces sin rigor. Comunicar debería ser parte del contrato social de la ciencia”, sostiene. Porque cuando la ciencia se abre, fortalece la democracia, inspira decisiones informadas y nos permite imaginar un país más justo, más consciente y más conectado con su propio futuro.
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