Parir es dar vida, pero también es dar muerte a una mujer que nunca más volverá a ser la de antes

Mucho se ha dicho sobre la experiencia de la maternidad. Que es algo divino que nos cambia la vida y que las mujeres somos una especie de santas por poder experimentarla. Que es aquello que nos viene a completar como personas y que convertirnos en madres es nuestra labor superior como género. Que las embarazadas tenemos un brillo especial y que madre hay una sola, pero en el día a día ¿la sociedad y nosotras mismas nos reconocemos así?
Es la pregunta que la cineasta Constanza Tejo (31) se hizo luego de sus nueve meses de embarazo y de parir a su primer hijo. Durante ese periodo nadie la llamó a hacer cine por su “condición”, se comenzó a quedar en casa, aislada del resto del mundo, mientras su cuerpo comenzaba a mutar. Vivió el duelo de esa imagen que había construido de ella misma, siguiendo con su vida tal cual, solo que con una guagua a cuestas. Y decidió hacer de esa experiencia su primera película: de los cambios que experimentó en primera persona, de la disociación frente a su identidad, de la exclusión laboral por su gestación.
El documental La Mutante, en el que relata sus nueve meses de embarazo relegada a los quehaceres del hogar y la nueva maternidad, es en sus palabras, un intento desesperado por visibilizar el gran costo que cubre silenciosamente nuestro género para traer vida al mundo. “Me sentía tan sola, que la cámara fue mi compañía para atravesar esos nueve meses y no volverme loca mientras todo indicaba que ahora me correspondía ser sólo dueña de casa”.

Aquí su testimonio:
“Cuando le conté a mi madre que estaba embarazada, ella estalló en llanto al igual que mi abuela. ¿Qué secreto escondían estas mujeres sobre esta experiencia que yo no sabía todavía? Rabia, vergüenza y pena, fueron las primeras emociones en fluir, para terminar en una aceptación incómoda parecida a la de una vaca cuando la llevan al matadero.
Yo ingenuamente y sesgada por el empoderamiento falso de mis 23 años, pensaba que todo era una exageración. Estaba convencida de que sería la misma cineasta de siempre y que estaría con mi cámara al hombro y la guagua colgando atrás, pero definitivamente no podía estar más equivocada, porque dar vida no es tan simple y mágico como nos lo han pintado.
Todos mis planes se fueron desmoronando a medida que pasaban los meses. No me aceptaron más en rodajes, porque nadie quería asumir la responsabilidad de tener a una embarazada en set. Eso me llevó a estar encerrada en casa y sentir que ya no era útil en mi área. Me apareció la vergüenza a flor de piel al compararme con otras colegas que avanzaban a pasos agigantados en sus carreras.
Mientras me recluía a las labores domésticas, sentía que mi cerebro se iba apagando. A ratos olvidaba palabras, perdía mi raciocinio, me sentía torpe y tonta. Me aterraba la idea de que lo que más amaba de mí se estuviera esfumando. En ese entonces no entendía que lo que estaba pasando era una modificación química y hasta de tamaño en mi cerebro, conocido ahora como el baby brain, en donde toda la función cognitiva cerebral se dirige a las necesidades maternales. Es como si una ya no pudiera servir para otra cosa que ser sólo una madre y sentía que mientras mi hijo crecía con fuerza, algo dentro de mí se iba muriendo sin vuelta atrás.

Matrescencia fue el término acuñado por la antropóloga Dana Raphael en la década de los 70´s para describir la transformación biológica, física, social y cultural que atraviesa una mujer en su camino a convertirse en madre, el cual puede prolongarse hasta seis años después del parto. Y es que biológicamente hablando, el embarazo es el cambio más fuerte que atraviesa un cuerpo humano en una cantidad épica de tiempo, superando con creces a la adolescencia. El desarraigo de la identidad de la mujer, junto a la construcción de una nueva, funcionan como eje estructural de este viaje, porque la gran pregunta que surge en la dulce espera es qué y quién soy ahora, mientras estoy en este gran proceso de cambio.
Para traer vida, las mujeres debemos atravesar su contraparte dramática, la muerte en un sinfín de formas. La muerte de esa espera de nueve meses, de un cuerpo que cedió hasta agrietarse para dar espacio a un bebé, de una personalidad que está completamente alterada por hormonas y desbalances químicos, de todas las ideas que nos hicimos sobre cómo sería ser madres y que se quiebran en mil pedazos al afrontarse a la realidad, de un parto en el que mayoritariamente se sufre violencia obstétrica y entre tantas otras cosas más, la muerte de nosotras mismas. La nueva vida se muestra imponente y trasgresora, quitándonos toda chance de vivir los duelos que dejó esta gran transformación, porque ahora hay que amamantar, hay que mudar, hay que hacer dormir, hay que despertar cada dos horas, cocinar, lavar los platos, diferenciar tipos de llantos, volverse experta en un nuevo trabajo que es 24/7, en medio de 4 paredes, a puerta cerrada y sin remuneración, haciendo tareas que se vuelven invisibles para un otro, al igual que quien las ejecuta.
Luego de pasar por toda esta vorágine, nace una madre, una nueva mujer, una nueva concepción del amor y de una misma, que sin saber ni entender cómo, se vuelve a equilibrar y poner de pie nuevamente. Yo demoré 9 años para lograr retomar mi carrera y estrenar mi ópera prima.
No es casualidad que el índice de natalidad decrezca cada año y que Chile se instale como uno de los punteros en este tema. Espero que las autoridades entiendan la importancia del rol de las gestantes, pero sobre todo que lo valoremos nosotras mismas”.

__
* La Mutante volverá a estrenarse en el Cine Arte Alameda en marzo, en un circuito alternativo que conmemora el 8M. Más información en @la.mutante.pelicula.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.