Cuando las emociones se contagian: qué hacer y cómo controlar su propagación

En tiempos complicados, la angustia, la ansiedad y la tristeza afloran con más intensidad en las personas, lo que provoca, como si también fuera un virus, que se repliquen entre la gente. Es lo que se denomina contagio emocional, un fenómeno que se puede prevenir.




Cuando la selección chilena gana un partido, nos guste o no el clima emocional del país cambia y casi siempre es para mejor. Como dijo Julio Martínez, para millones de compatriotas la marraqueta al otro día está más crujiente y el té más dulce, y el ánimo generalizado tiende a ser más alegre y optimista. Pero, ¿qué pasa cuando nos vemos expuestos a situaciones que no son positivas?

El mundo no se encuentra en un buen momento, de eso hay pocas dudas: a la crisis climática se le sumó la pandemia y sus problemas económicos, lo que ha exacerbado los conflictos políticos y sociales, aumentando la incertidumbre que, hoy por hoy, ronda básicamente en todos los rincones. Y así como con el fútbol una emoción positiva consigue ser contagiosa entre muchas personas, también una animosidad negativa es capaz de transmitirse y por eso es necesario estar alerta en cuanto a lo que sientes tú y el entorno que te rodea.

Definiendo las emociones

Según los académicos españoles de psicología Enrique Fernández Abascal y Francesc Palmero, “una emoción es un proceso que se activa cuando el organismo detecta algún peligro, amenaza o desequilibrio, con el fin de poner en marcha los recursos a su alcance para controlar la situación”.

A grandes rasgos, las emociones se clasifican en dos grupos: las básicas y colectivas. El miedo, la alegría, la tristeza, el asco, la ira o la sorpresa son consideradas entre las primeras, y son individuales e innatas. Desde la otra vereda figuran las emociones colectivas, que se sienten en función de un otro. Ahí encontramos la compasión, solidaridad, la culpa, la lástima, la vergüenza, el orgullo, la admiración, la envidia o el desprecio.

Contagio emocional

“Las emociones son contagiosas”, dice Pablo Toro, psiquiatra de la Red de Salud UC CHRISTUS. “Si una persona está viviendo o experimentando una emoción, y su organismo funciona bien, probablemente será capaz de comunicarla emoción y junto con eso va a provocar entonces emoción en los demás”.

Es como un efecto espejo: cuando vemos una emoción en otro u otra, tendemos a experimentarla nosotros también. “Hay algunas que son más contagiosas que otras”, agrega el especialista. Por ejemplo, cuando vemos un ambiente de alegría y jolgorio, es fácil contagiarse de eso, algo que también pasa cuando entramos en lugares tristes o depresivos.

Si bien son emociones “que no nos ocurren directamente, las empezamos a sentir y actuar como si lo estuviéramos viviendo también”, añade María Jesús Lagos, psicóloga de Centro Médico Cetep. “En casos complicados, podemos identificar angustia, ansiedad, temor y pánico, pero va a variar mucho según la situación y emoción que se esté provocando”, puntualiza.

Ansiedad y angustia

Lamentablemente, las emociones que se propagan con mayor intensidad de forma colectiva son la ansiedad y la angustia. La intensidad de la reacción no siempre es la misma: “puede variar desde solo angustiarse hasta extremos en los que se generan crisis de pánico o incluso desarrollarse un trastorno por estrés postraumático por experimentar el sufrimiento de otra persona”, advierte Toro.

Un ejemplo de ansiedad colectiva fue lo que pasó en el terremoto del 27 de febrero de 2010, momento en el que Chile no solo se zamarreó a través de las placas tectónicas, sino que hubo un remesón interno entre las personas que vivieron de forma intensa el suceso o quienes estuvieron esperando con angustia las noticias de sus familiares.

Luego vinieron las réplicas, algo que indudablemente dejó atemorizados a varios después del brutal movimiento. “Cuando fue el terremoto, Chile quedó muy expuesto entonces a los sufrimientos de las personas; viendo las historias en la tele mucha gente quedó traumatizada por eso”, analiza el psiquiatra. “Hay personas que expresan poco y sienten poco, y otras que se conectan heavy y terminan muy impactadas por lo que sufren los demás”.

Cuidado con los niños

“Es muy importante que los adultos que estén a cargo de la crianza sepan regular sus emociones”, destaca Toro, porque “lo que más puede contagiar son las emociones negativas muy desreguladas”.

Así se explica la herencia de los trastornos ansiosos: si los niños ven a su mamá o papá angustiado constantemente, con sus emociones desbordadas, estas se propagan en los pequeños casi de forma automática, “condicionándose a desarrollar angustias frente a estímulos que podrían haber sido neutros”.

Un ejemplo que pone Toro es la presencia de un perro: si cada vez que el animal aparece los padres reaccionan angustiados o estresados frente a él, los hijos aprenderán a asociar estas emociones al perro. “Con el tiempo, solo bastará con que esté el perro para que el niño se angustie solo y no necesitará verle la cara a sus padres”, detalla.

En ese sentido, sería ideal que quienes estén a cargo de los niños pudieran contener su angustia, o la menos explicarla y decirles que están trabajando en ella: al bajar un poco esa expresividad emocional, explica el psiquiatra, se evita su contagio.

El juego es una forma en la que los niños expresan sus puntos de vista o pensamientos, y “los juegos de roles con peluches o muñecos ayudan a que puedan expresar sus preocupaciones y comprender lo que está ocurriendo, modelando los límites”, agrega Lagos.

“Decir, por ejemplo: ‘A Pepito le está pasando esto, pero no te está pasando a ti’”, ejemplifica la psicóloga, un ejercicio que se hace “para separar las vivencias del resto frente a las propias”. La alerta se enciende cuando el niño empieza a funcionar mal en otras áreas de la vida: no duerme bien, no regulan su esfinter, no quiere jugar, está irritable. En ese escenario, “es importante consultar y sacarse la duda de si es un contagio emocional, estrés postraumático o es algo propio de él”.

Luz de alerta

Indudablemente, sentir o emocionarse colectivamente no es algo que se pueda evitar y normalmente es algo que pasa: se siente esta emoción y luego se transita a otra o se olvide. El problema de esto es cuando la emoción persiste.

“Si tú quedas un poco nervioso pero se te pasa en un par de horas y al día siguiente estás bien, no hay problema”, señala Toro. Sin embargo, puede ocurrir que “si estás muy angustiado, dormiste pésimo en la noche y no puedes parar de pensar en el suceso, te impide trabajar, significa que te desequilibraste y ahí conviene consultar a un especialista”.

Para Toro, quienes son un poco más sensibles a este contagio de las emociones son los niños, ya que ellos están recién conociendo las emociones. “Podrían quedar traumatizados por mirar escenas, películas o noticias en las que exista mucha emocionalidad o estén expuestos a ver el sufrimiento humano muy descarnado”, afirma. Aunque no es exclusivo de ellos: “el trauma por vivir escenas o vivir el sufrimiento de otra persona es algo que se puede dar en cualquier edad”.

Tips para protegerse del contagio

En una entrevista en julio de este año, Ricardo Araya —psiquiatra de la Universidad de Chile y académico del King’s College London— ya compartía sus preocupaciones sobre lo que se podría generar a futuro, considerando que “desde hace varias décadas Chile no ha invertido en los niveles que se requieren para proteger la salud mental de su población”.

“Es probable que la carga de los trastornos mentales aumente definitivamente comparado con la situación prepandémica” en Chile, explicaba al sitio de la Universidad de Chile.

“Un 46,7% de los chilenos experimenta síntomas de depresión por la pandemia”, fue el titular del Tercer Termómetro de la Salud Mental, estudio realizado por la Asociación Chilena de Seguridad y la Universidad Católica. Y en una medición que hizo la consultora Ipsos, Chile apareció como el segundo país del mundo que más ha empeorado su salud mental desde el inicio de la pandemia. Una realidad que expertos en esta área han alertado desde hace tiempo.

Por ejemplo, el psiquiatra Alberto Larraín advertía el año pasado respecto de las distintas oleadas que provocará el coronavirus. “La primera tiene que ver con el virus como tal; la segunda ola se refiere a enfermedades que no se van a tratar; la tercera, son las personas que interrumpen sus tratamientos; y la cuarta oleada, la más grande y la que puede tener consecuencias más perdurables en el tiempo, tiene que ver con el tema de salud mental”, declaraba hace un año en CNN el psiquiatra Alberto Larraín.

A favor de su cuidado y de evitar que se propaguen emociones negativas, la psicóloga María Jesus Lagos sugiere tomar las siguientes medidas:

—Reducir el tiempo de permanencia en las redes sociales e identificar las fuentes de contagio para alejarse de ellas. Por ejemplo, evitar a personas o cuentas de redes sociales que identificamos como causantes de emociones negativas.

—Practicar actividades que nos beneficien y nos traigan bienestar, como realizar un deporte que nos guste o hacer salidas al aire libre en plena naturaleza y que además sean novedosos para nosotros. Esto nos ayuda a ventilar la mente y el cuerpo, y funciona como un gran desintoxicante.

—Todos los días debemos marcarnos un objetivo que, por muy pequeño que sea, nos dé algo de alegría. Pasar por delante de un parque que nos traiga bonitos recuerdos o comer un trocito de pastel pueden ser alguno ellos.

“Tener canales de comunicación clara y trasparente, como gestionar espacios de contención, ya sea en conductas recreativas o conversar en familia”, recalca Lagos. Preguntar cómo está viviendo este momento cada uno, qué siente de compartir los miedos o las preocupaciones, para poder desde ahí conversar estrategias para ir resolviendo estos distintos asuntos. “De repente uno se mete en este pánico colectivo, pero hay que frenarlo antes de que se convierta en un asunto tuyo también”, expresa.

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