"Si Pinochet hubiera sabido con quiénes hablábamos habría hecho una razia"

Hace 30 años, semanas después del plebiscito del 5 de octubre de 1988, el diario La Época publicó el último fascículo de La historia oculta del régimen militar, la más completa investigación periodística escrita sobre ese período. Lanzada luego como libro, la obra se convirtió en un clásico del género. Una entrevista con sus tres autores -realizada por académicos de la Escuela de Periodismo UDP- entrega detalles inéditos sobre cómo lograron reportear la trastienda de Pinochet en el poder.


-Dame un pucho -dijo el conscripto- No he fumado en todo el día.

-¡Nada de cigarrillos! -gritó un suboficial, a cierta distancia-. Mi general dijo que ni una luz.

El diálogo ocurre la madrugada del 12 de septiembre de 1973, entre soldados que custodian los escombros humeantes de La Moneda. En Santiago reina el toque de queda y los conscriptos están cansados y nerviosos.

Así parte La historia oculta del régimen militar, la investigación periodística que cubre los 17 años de la dictadura de Pinochet, desde las violaciones a los derechos humanos hasta las soterradas disputas entre los miembros de la Junta. La obra fue lanzada por primera vez hace 30 años, en el desaparecido diario La Época, mediante fascículos semanales que culminaron con la cobertura del plebiscito del 5 de octubre de 1988.

Los autores eran los periodistas Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, tres compañeros de carrera en la Universidad de Chile que, en las postrimerías del régimen, trabajaban en La Época como editores. Amigos, voraces lectores y cinéfilos, se propusieron hacer un relato rigurosamente periodístico, aunque con giros literarios acotados que lo intensificaran. Así surgió la idea de partir con la escena de los soldados custodiando La Moneda destruida. Luego, la trama va ampliando el foco hasta graficar en toda su magnitud la tragedia del quiebre democrático.

Se propusieron escribir unos 25 capítulos, robándole tiempo a la frenética labor periodística de esos días. Para no verse "pillados" por la contingencia, tenían listas cuatro o cinco entregas cuando el primer capítulo se publicó con el diario. Pero muy pronto estaban sobrepasados, cerrando los fascículos el día antes. De los 25 capítulos proyectados escribieron más de 50, el último de ellos con detalles de cómo la noche del 5 de octubre un amargado Pinochet, en La Moneda, se vio obligado a aceptar la derrota. La obra completa ha sido reeditada varias veces como libro.

Hace algunos años, a instancias de dos periodistas e investigadores de la Escuela de Periodismo UDP, los tres autores hablaron por separado de esa experiencia. El resultado es esta entrevista a tres voces sobre una de las investigaciones periodísticas más emblemáticas de la historia chilena reciente.

* "Eran mayoritariamente fuentes de gobierno"

¿Cómo consiguieron que fuentes del propio régimen hablaran para este proyecto?

Ó. Sepúlveda: A nuestros primeros entrevistados les contábamos que íbamos a cubrir una serie de hechos que la prensa de la época había omitido. Toda esta gente, en general, entendió, y a eso probablemente contribuyó que los primeros capítulos tuvieran un cierto peso, un cierto tono que influyó mucho: cuando empezamos a publicar, las fuentes se multiplicaron.

M. Salazar: En el contexto político del momento, parte importante de la derecha estaba muy dispuesta a la transición. Hubo gente de ese sector que nos ayudó harto, incluso a convencer a otras fuentes para hablar. Otro actor importante fue la Iglesia Católica, partiendo por el cardenal Raúl Silva Henríquez. Esto hizo que personas que nunca imaginamos nos hablaran. Eso sí, con el compromiso ya claramente establecido después de ver los primeros capítulos de que el resguardo de la fuente no se iba a romper.

¿Cuántos entrevistados tuvieron en total?

A. Cavallo: Hasta donde recuerdo, eran cerca de 140 personas, aunque las horas de grabación eran muchas más. Eran mayoritariamente fuentes de gobierno. En segundo lugar venían los entrevistados de oposición. Sobre estas últimas, evitamos en lo posible hablar con los dirigentes de primerísimo nivel, salvo para chequear información. Si no, convertíamos la trama en una suerte de santería civil y nuestro foco era el gobierno.

Ó. Sepúlveda: Mi cálculo es que usamos cerca de 300 fuentes, aunque es una estimación mía, que los demás autores no tienen necesariamente que compartir.

¿Por qué optaron por usar casi exclusivamente fuentes en off the record confidenciales?

M. Salazar: Antes de que los primeros capítulos salieran nos encontramos con bastante gente que estaba dispuesta a hablar, pero que no quería ser mencionada. Nosotros en La Época teníamos un manual de estilo, que decía que todas las fuentes debían citarse, salvo en casos extraordinarios. Pero el libro partía con los primeros años de la dictadura, los más complicados. Y al empezar a reportear, la mayoría de la gente no quería aparecer con su nombre. Ese era un lío, por lo que decidimos no poner fuentes, salvo alguien que pidió expresamente ser mencionado: el abogado Jorge Ovalle Quiroz (asesor del comandante en jefe de la Fach, Gustavo Leigh).

A. Cavallo: Si poníamos un episodio con fuentes y otro sin fuentes, el primero iba a ganar fuerza en desmedro del otro. Además, trabajamos sobre la convicción de que en el ambiente de la época pretender tener solo fuentes en off the record era una demencia. Ahora, la inmensa mayoría de las entrevistas las grabamos en cintas, no obstante ser pactado en off the record.

Ó. Sepúlveda: Había gente que no tenía problemas en que citáramos su identidad, pero se trataba de casos en que nosotros teníamos información que avalaba lo que nos decían. Sin embargo, la mayoría te pedía inmediatamente el off the record como condición para hablar.

¿Qué reglas utilizaban para trabajar con fuentes en off the record?

Ó. Sepúlveda: Teníamos clarísimo el principio ético básico de no revelar jamás a una fuente en la investigación, ni al conversar con otros entrevistados ni en el texto. Tampoco quisimos nunca confundir nuestra misión de periodistas con la de un investigador policial, ni hacer denuncias en los tribunales ni arreglar cuentas con la historia. Simplemente ser testigos y retratar.

"Sergio Fernández me prohibió la entrada a La Moneda cuando volvió en 1987 (como ministro del Interior)".

A. Cavallo: Nosotros nunca hemos dicho quiénes nos hablaron, pero una vez Mónica Madariaga (ex ministra de Justicia y Educación de Pinochet, fallecida en 2009), al presentar sus propias memorias, dijo: "Yo quiero decir que fui una fuente". Con ella la cantidad de horas de grabación fue inmensa. Y ella siempre partió sobre la base de que no revelaríamos unilateralmente su identidad.

¿Qué resguardos tomaron para evaluar la información de las fuentes en off?

M. Salazar: Para reproducir un hecho delicado había que encontrar tres fuentes distintas que contaran la historia de una manera aproximada. Ahí entraba el recurso de la novelización de la trama: darle atractivo y estilo al relato, lo que, a mi juicio, fue un acierto.

¿En qué episodios requirieron de tres fuentes para chequear la información?

M. Salazar: Uno de los episodios más comentados es una reunión del círculo más pequeño de Pinochet, donde Pinochet golpea una mesa de vidrio y la rompe, en medio de una pelea con el general Gustavo Leigh (en el capítulo 3, Fractura en el piso 22). En esos momentos el episodio era bastante difícil de creer. Ahora, especialmente para la gente que tiene cierto manejo en estos temas, se puede identificar qué fuentes hablaron, pero en ese momento era súper complicado, porque las fuentes eran muy restringidas.

A. Cavallo: Al narrar el viaje fracasado de Pinochet a Filipinas (ocurrido en 1980), Óscar Sepúlveda logró reconstruir visualmente detalles inimaginables. Incluso, llegó con la placa de auto que iba a usar Pinochet en esa visita.

En algunos pasajes ustedes omiten información, como en el capítulo 14, Los años de gloria de la Dina, donde no ponen los nombres de las empresas proveedoras de la Dina, porque no tenían la certeza de que esas firmas supieran que trabajaban con ese organismo.

M. Salazar: Me parece que uno debería dejar espacio para la duda cuando no hay certeza. Decir: "Hay fuentes que dicen esto, pero nosotros no fuimos capaces de saber si es verdadero". Ese tipo de aclaraciones nosotros tres la compartimos hasta ahora. Probablemente otros periodistas también. Pero muy pocos medios te permiten hacer eso. Los medios quieren acercarse al máximo a la verdad y eso no siempre se logra.

* Una delegación de la Dina

¿Dónde se reunían con fuentes confidenciales como exmiembros de la Dina u oficiales de Ejército?

M. Salazar: En los lugares más extraños, lo que es típico de esa clase de fuentes. Por ejemplo, en una plaza, con un tipo que se te acercaba y te decía: "Caminemos". Me acuerdo haberme juntado con una fuente en la ribera del Mapocho, con el tipo súper nervioso. O cuando hablabas con la ultraizquierda, que te hacían subirte a un auto y te llevaban para acá y para allá.

A. Cavallo: Hicimos el quinto capítulo del libro sobre la Dina, Las cuatro letras del miedo. Era un capítulo con información más o menos pública, a la que sumamos antecedentes inéditos de Manuel Salazar. Pero luego de publicarlo nos llamaron exagentes de la Dina quejándose porque no les habíamos preguntado. Entonces, hicimos otro capítulo, Dina: los años de gloria, con los datos aportados por una delegación de exagentes que llegó al diario. Los ex Dina sentían que habían tenido que hacer el trabajo sucio, pero que el modelo económico lo estaban disfrutando otros. Se suele olvidar que la Dina tenía un modelo económico propio. Su división económica había investigado a los grupos empresariales, a los ricos, no a los pobres. Entonces, estos entrevistados estaban preocupados de reivindicar esa parte. Pero como eran bastante toscos, de paso te contaban una cantidad de brutalidades desconocidas. Con mucho orgullo nos contaron que tenían bajo control a todos los embajadores que vinieron a la Sexta Asamblea de la OEA en Santiago (realizada en 1976), gracias a la "compañía" de sus mujeres de la Brigada Femenina.

¿Hubo información que no lograron chequear y publicar o que omitieron por posibles represalias?

Ó. Sepúlveda: Más que omitir información por posibles represalias, lo hicimos por falta de unanimidad nuestra en la credibilidad de las fuentes. O cuando no había pruebas suficientes.

A. Cavallo: Teníamos indicios sobre quién era un personaje muy, muy importante del régimen al que le decían el "Cara de Jote" y que presenció continuamente actos de tortura. No estoy seguro si no lo confirmamos completamente, o si preferimos no inferir una acusación tan grave.

"El libro también le interesó a Pinochet. Así me lo dijo un general: 'Mi general empezó a leer los fascículos, dijo que estaba bien, pero que a estos cabros les falta la mitad'".

En el libro sugieren cosas sin decirlas claramente. Una de ellas es cuando a Pinochet le cancelan la visita a Filipinas y su comitiva debe volver. El libro dice que mientras el avión retornaba, en el entorno de Pinochet se temió seriamente por la estabilidad del régimen. ¿Por qué no dicen derechamente que Pinochet temió que le hicieran un golpe en Santiago?

A. Cavallo: En ese caso se trata de una especulación que recorrió a la comitiva. Si hubiéramos dicho "golpe de Estado" habríamos tenido que precisar. Lo mismo ocurre después, en 1986, luego del atentado en el Cajón del Maipo, en que hubo un par de horas en que Pinochet buscó detectar desde dónde podría venir el complot.

Ó. Sepúlveda: Uno no puede asegurar lo que pasa por la mente de un personaje. Uno a lo más sugiere lo que podría estar pensando.

* "Hasta dónde van a llegar"

¿Hubo presiones cuando comenzaron a salir los primeros capítulos?

M. Salazar: Publicado el primer capítulo, el director del diario, Emilio Filippi, recibió una llamada del general Santiago Sinclair, entonces vicecomandante en jefe del Ejército, quien le preguntó: "Queremos saber hasta dónde van a llegar". Y Filippi le explicó lo que pretendíamos, que no queríamos victimizar ni culpar a nadie.

A. Cavallo: Yo creo que si nos hubiéramos metido más con los políticos civiles los problemas hubieran sido mayores.

En varios pasajes relatan reuniones de Pinochet con su entorno más estrecho. Incluso, describen sus estados de ánimo y rabietas. ¿Cómo lograron ese grado de descripción?

Ó. Sepúlveda: La gente en esa época sentía que estaba viviendo la historia. Había fuentes muy locuaces, como Mónica Madariaga, cuya colaboración podemos revelar ahora que murió. Cuando estas versiones coincidían con, por ejemplo, la de un general que te decía "efectivamente así fue", podías reconstruir episodios y climas internos. Los diálogos reconstruidos reflejan ese tono y esa tensión. Obviamente, eran diálogos y escenas que no tenían una fidelidad total, porque no había grabaciones de las reuniones de Pinochet con sus ministros y generales.

A. Cavallo: Siempre he pensado que si Pinochet hubiera sabido con quiénes hablábamos habría hecho una razia, desde el vicecomandante en jefe del Ejército hacia abajo. A mí, Sergio Fernández me prohibió la entrada a La Moneda cuando volvió en 1987 (como ministro del Interior). Igual era una prohibición que tampoco causó tanto efecto, porque no tenía cómo saber que seguía teniendo fuentes en La Moneda.

Ó. Sepúlveda: Tuvimos reuniones con ministros en La Moneda. Ellos tenían respeto por nuestro trabajo, más allá de que no compartieran la visión de nuestro diario. Nos tenían cautela y reserva, pero al mismo tiempo confianza. Probablemente preferían asumir el riesgo de hablar con nosotros para que su versión fuera recogida. Ellos también tenían que cubrir sus espaldas, porque era un periodo en que todo el mundo se movía muy sigilosamente. Era importante para un ministro de Pinochet dejar su versión para la historia. Era frecuente la gente que decía: "Mire, yo estuve aquí, pero en esto otro donde me han mencionado no estuve por tal y tal razón". Aclarar los límites de la participación personal era bien típico.

¿Cuáles creen que eran las motivaciones que tenían autoridades del régimen para convertirse en fuentes del libro?

Ó. Sepúlveda: Querían ser escuchados. Nos decían algo así como: "Nos parece seria la forma en que están trabajando, sé que en algún momento van a tocar algún periodo en el que yo participé y quiero que escuchen mi versión, que no pretende ser la verdad, pero sí un aporte".

M. Salazar: Hubo autoridades del régimen y gente muy cercana a Pinochet que estuvo muy dispuesta a conversar, aunque solo sobre algunas cosas. Porque hubo gente que puso esta condición: "Hablamos, pero solo de esto, nada más que de esto". Con el tiempo uno se da cuenta de que en esa actitud había un cálculo: "Este gobierno se acaba y, por lo tanto, me tengo que acomodar a los cambios".

¿Qué motivos tuvo Mónica Madariaga para hablar?

A. Cavallo: Mónica Madariaga venía bastante de vuelta. Peleó mucho con los militares cuando era ministra. A los almirantes les molestaba que fuera mujer. Incluso, cuando ella asumió en Justicia, el almirante Merino obligó al subsecretario, que era marino, a que renunciara, porque "a un marino no lo podía mandar una mujer". Los generales de Ejército se cruzaron con ella cuando asumió en Educación y empezó una campaña interna y luego pública contra los rectores militares en las universidades. Una vez ella declaró: "Yo pedí que me dejaran dirigir un regimiento y todavía no me dan autorización". Pinochet debió darse cuenta de que ella se estaba convirtiendo en un problema.

* Pinochet: "A estos cabros les falta la mitad"

¿Se percataron en el reporteo si Pinochet rastreaba las filtraciones a la prensa?

Ó. Sepúlveda: Yo creo que tenía sus métodos, aunque no inició ninguna persecución específica con nosotros, porque el libro también le interesó a él. Así me lo dijo un general: "Mi general empezó a leer los fascículos, dijo que estaba bien, pero que a estos cabros les falta la mitad".

¿Pidieron una entrevista con Pinochet?

Ó. Sepúlveda: A través de esa misma gente con la que hablábamos le pedimos entrevista, pero no resultó.

¿Qué ocurrió cuando aparece el primer capítulo?

A. Cavallo: Pensábamos que se cerrarían todas las fuentes. Sin embargo, ocurrió lo contrario. Cuando entre el segundo y tercer capítulo se percibió que era una obra cronológica, empezó un fenómeno. Había gente que nos llamaba para decirnos: "Cuando lleguen al 78 hablen conmigo". Eso es algo totalmente normal, de reivindicación histórica. Un protagonista nunca quiere que la historia se escriba demasiado en contra suya. Y empezaron a entregarnos documentos, material que en general buscaba reivindicar la propia función de la fuente. Pero como mucho de ese material tenía información objetiva, nos servía.

Ó. Sepúlveda: Probablemente aportó el tono y la seriedad del trabajó. Además, en ese momento la gente sentía menos miedo de contar las cosas. Quizás cuatro años antes un proyecto así no hubiese tenido el mismo resultado.

M. Salazar: Hubo gente del régimen militar que inicialmente se mostraba reacia a colaborar, pero después del primer capítulo eso cambió. Era gente que de alguna manera quería abrirse un espacio, que suponía que La Época iba a tener un papel relevante en la transición. Muchos ya sospechaban a mitad del 88 que el plebiscito lo perderían y ya se estaban imaginando los escenarios políticos posteriores. Entonces, hubo gente del régimen y de la derecha que llamó para contar episodios pequeñitos, pero que eran útiles para calzar piezas mayores.

* Contra el tiempo y a tres manos

¿Cómo se editaban entre ustedes?

A. Cavallo: Nos repartíamos alternadamente la redacción de los capítulos semanales, para que a nadie le tocara publicar dos capítulos seguidos. Por esa razón técnica los temas están un poco alternados. La idea era que los otros dos revisaran, pero a la altura de los capítulos 12 o 13 nos fue quedando menos tiempo para eso. A la altura de mayo o junio de 1988 estábamos en una crisis absoluta, despachando semana a semana cada capítulo.

Ó. Sepúlveda: Teníamos libertad para opinar todo sobre el capítulo del otro, rayando o aportando antecedentes si creíamos que faltaban. Nos entendíamos bastante bien.

M. Salazar: Uno escribía un capítulo y se lo pasaba a otro. Ese otro editaba, agregaba datos y se lo pasaba al tercero. Eso le dio a La historia oculta un estilo de narración particular, unificado, y también permitió profundizar ciertas aristas y eliminar otras.

Llama la atención el estilo visual del libro, que privilegia las escenas y la reconstrucción de diálogos por sobre el análisis.

Ó. Sepúlveda: Cuando cada uno se hizo cargo de escribir sus capítulos y luego cruzamos los borradores eso nos gustó y decidimos aplicarlo sistemáticamente. Nos parecía más entretenido que recurrir al tono del cientista político.

A. Cavallo: Grabábamos a nuestros entrevistados para no tener que tomar apuntes. Así se privilegiaba la reconstrucción de diálogos y escenas. Era la única forma posible de llegar a eso. En Chile tenemos una oralidad muy visual, muy rica para reconstruir diálogos y situaciones.

¿Cómo compatibilizaban la escritura con su labor en el diario?

Ó. Sepúlveda: Hacíamos la pauta del diario en la mañana y luego pensábamos en las entrevistas para la serie. Si surgían entrevistas largas, yo, como editor político, me apoyaba mucho en mi subeditor, Rafael Fuentealba. En esos días llegaba de vuelta a las siete de la tarde, para revisar la edición y decidir con Rafael los cambios para la edición nocturna. Entre las 10 y las 12 de la noche retomaba el libro, dependiendo de lo atrasado que estuviera. Como a la una de la mañana nos íbamos con Ascanio y Manuel a conversar sobre los capítulos siguientes, tomando alguna cerveza. Estuvimos un año completo en eso.

A. Cavallo: Escribíamos los capítulos en los computadores del diario, que tenían un sistema infernal. Primero, el servidor generaba un calor espantoso y había que mantenerlo en una pieza con hielo para que no se cayera. Segundo, no podías llevarte información para trabajar en la casa. Un viernes, Óscar Sepúlveda estaba escribiendo un capítulo sobre la visita del Papa, que tenía que cerrar como plazo máximo el lunes a las seis de la tarde, para publicarlo el martes. Y ese viernes se cayó el sistema y se perdió todo. El lunes hubo que reescribir el capítulo. No alcanzamos a sintetizar. Esa es la explicación de por qué hay tres capítulos del Papa y no uno en la primera edición del libró. De hecho, la visita del Papa fue la única corrección a fondo que nos permitimos en ediciones posteriores: redujimos los tres capítulos originales a dos.

"Hubo gente del régimen militar que inicialmente se mostraba reacia a colaborar, pero después del primer capítulo eso cambió".

* Buceando en las pugnas internas

¿Cuáles creen que fueron los grandes méritos del libro?

Ó. Sepúlveda: Transmitir el clima interno al interior del régimen militar, algo sorprendente para su tiempo. Fue valioso describir todas las disputas de Pinochet con sus propios colaboradores, con la propia Junta de Gobierno. Eso fue un aporte, porque en el mundo de la oposición había menos secretos. El cómo se formaba una organización sindical o cómo se organizaba una protesta era menos impresionante que saber cómo había peleado Pinochet con el general Leigh.

M. Salazar: Hay algo súper importante para el momento en que salió la serie, pero que lamentablemente no fue recogido en las ediciones del libro: las fotos. Ahí hubo un aporte gráfico que resultó estremecedor. En el primer capítulo venían fotos del Estadio Nacional, con prisioneros desnudos. Había gente que no lo podía creer. Esas fotos están tomadas de un libro que se publicó en la RDA de un famoso documental. Y había también muchas fotos que eran desconocidas, porque no se habían podido publicar en los medios. Óscar Sepúlveda consiguió la patente del ve- hículo que iba a usar Pinochet en Filipinas. Esa foto fue la que abrió el capítulo sobre el tema.

¿Cuáles son sus capítulos favoritos?

A. Cavallo: Me gusta mucho el capítulo de Filipinas (Filipinazo, capítulo 27), una historia que estaba completamente virgen y que quedó muy bien detallada y escrita. Otro es el que narra la destitución del general Leigh, que los propios militares me comentaron que tenía detalles impresionantes (La caída de Leigh, capítulo 22). También me gustó el capítulo de la llegada del Papa (El Papa pisa Pudahuel, capítulo 49). El capítulo sobre el plebiscito creo que está bien (5 de octubre, capítulo 53), porque fue la primera interpretación global del plebiscito, aunque a ratos se pierde en detalles obsesivos. De este último me acuerdo de la escena en que el ministro Fernández dice que el 43% logrado por Pinochet es un triunfo, y el general Fernando Matthei le pregunta "dónde está la champaña". Esa escena apareció casi al mismo tiempo en La Época y en Qué Pasa, pero nadie había explicado en qué contexto fue, qué estaba pasando con Pinochet.

M. Salazar: Me gusta el primer capítulo (Los días del "poder total"). Muestra lo que va a ser el libro, rompe con todo lo que se ha hecho hasta ese momento en prensa escrita y abre una ventana. En general, rescato los recursos literarios que usamos, que creo que tiene que ver con la experiencia de reporteo que echo mucho de menos en los periodistas de hoy. Cada uno de nosotros tuvo que hacer el servicio militar cinco años antes de que recién te pusieran una jineta. Hoy, los periodistas jóvenes quieren hacer frentes de inmediato, y que les paguen bien o se van.

Ó. Sepúlveda: Me gustan los capítulos sobre el funcionamiento de la Dina (capítulos 5 y 14: Las cuatro letras del miedo y Dina: los años de gloria). Después, los que narran la destitución del general Leigh y el Filipinazo.

¿Qué debilidades tiene el libro?

M. Salazar: Probablemente faltó profundizar en temas que tienen que ver con mis obsesiones personales. Temas como los derechos humanos, las negociaciones al interior de la izquierda, las relaciones del PC con la Unión Soviética y con Fidel, aunque quizás todo eso sea materia de otros libros.

A. Cavallo: Creo que el libro tiene un cierto desequilibrio estructural, lo que quizás tenga que ver con el método de trabajo, pero echo de menos un reporteo más profundo a los años 1974 y 1975, que cubrimos muy rápido. En cambio, 1978, 1981 y 1982 están muy detallados. También creo que por razones de urgencia renunciamos muy rápido a episodios que deberíamos haber profundizado, como la investigación sobre la muerte del niño Rodrigo Anfruns, que quedó como subcapítulo. Pudimos haber entrado más en eso; teníamos cómo hacerlo.

Ó. Sepúlveda: Una debilidad es cierto desorden cronológico, por los flashbacks. Lo que pasa es que esto no fue pensado en un principio como libro. No trabajamos un año entero como una unidad para después publicarlo. Y eso es un problema.R

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