Sin palabras, solo con sentidos

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La obra Orlando, estrenada en el marco de Santiago a Mil, más allá de todo, es una experiencia netamente sensorial.


Anunciada como una ópera itinerante, Orlando es una pieza que apela más que nada a los sentidos, donde se prescinde de la palabra y lleva a que el espectador se libere y saque sus propias conclusiones.

Estrenada en el marco de Santiago a Mil, es la propia directora y coreógrafa Julie Beauvais quien sale a recibir al público y advierte a los asistentes que son libres de caminar, sentarse o acostarse si así lo desean. Con la sala Artes Visuales de Matucana 100 convertida en un heptágono, cojines distribuidos en el suelo, siete pantallas de gran formato y un contrabajista ya tocando sones de una partitura más bien atmosférica, tensa, lúgubre, ritualista, esperan al público.

Inspirada en la obra homónima de Virginia Woolf, una sátira biográfica que narra las transformaciones durante cuatro siglos de un personaje que transita tanto por sus propios cambios de género como por la historia social y política inglesa, la idea de esta acción artística es presentar los Orlandos del mundo actual a través de la proyección de figuras de distintas etnias inmersas en paisajes diversos (playa, mar, montaña, campo, etc.), donde el viento se hace sentir y ver. Son personajes de gestos faciales sombríos, con brazos que mayormente están extendidos que se mueven en varias direcciones, y que cambian de posición en las pantallas.

Es una instancia que desconcierta, especialmente si no se ha leído nada sobre ella, lo que redunda aún más en una dificultad para entender a qué apunta el Orlando de Woolf. Porque son 50 minutos en los que solamente se tienen las proyecciones -imágenes, eso sí, de gran calidad- y la partitura de Christophe Fellay interpretada en vivo por César Bernal, músico chileno invitado, quien crea los sonidos, ya sea por medio de su propia boca, o la embocadura y cabeza de una flauta dulce, y lleva al contrabajo por inquietantes entornos.

Y al término es nuevamente Beauvais, acompañada de Horace Lundd, la directora de fotografía y video, quien toma la palabra. Primero para escuchar las impresiones del público -que van desde "es algo demasiado intelectual" a agradecimientos por "el momento de relajo"- para luego explicar la obra. Porque de otra forma, sin una lectura previa sobre qué trata es difícil de relacionarla con su fuente inspiradora. Pero sí tiene como mérito que, sin ello, igualmente juega con los sentidos y puede llegar a incomodar. Pues Orlando -cuyo título completo agrega un poco de manera ambiciosa "ópera del nuevo paradigma, para siete movimientos, una voz y un horizonte"-, más allá de todo, es eso, una experiencia netamente sensorial.

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