Baquedano: luces y sombras del general en el corazón del estallido

General Manuel Baquedano

Con un temprano interés en la carrera militar, Manuel Baquedano -el general cuya estatua se levanta en Plaza Italia- participó en varias acciones de armas durante la segunda mitad del siglo XIX, entre ellas, la guerra civil de 1851, la ocupación de La Araucanía y sobre todo, la guerra del Pacífico, donde sus tácticas fueron consideradas por algunos como básicas y rudimentarias, pero los especialistas opinan otra cosa. De carácter parco y estricto, también sabía cuándo, tal vez, salirse de la norma.


Ocurrió durante una tarde de asueto en el campamento de Las Yaras, poco antes de la batalla de Tacna, en 1880. El general Manuel Baquedano reposaba el almuerzo sentado en el patio de la casa que era ocupada como cuartel general, cuando notó a dos soldados que intentaban atrapar a unas gallinas. Las aves daban los huevos que el general acostumbraba a desayunar cada mañana, casi un lujo en los páramos salinos del desierto.

En eso, el secretario Máximo Lira le advirtió de la situación al general. Este, adusto como siempre, apenas respondió con una frase que sonó como aforismo. “Los niños tienen hambre, hambre tienen los niños”.

Para el investigador histórico militar, Rafael Mellafe, ese tipo de historias resumen en parte la personalidad de un jefe, que si bien es caracterizado como estricto en el cumplimiento de las reglas, entendía que a veces debía recular un poco. De ahí que no hizo mayor escándalo sobre las gallinas. “Él sabía que los ranchos para la tropa eran escuálidos ya que no habían llegado todas las provisiones y los soldados tenían que ingeniárselas en buscar alimentos. Por lo mismo no hubo sanción disciplinaria”.

Hombre de pocas palabras, Manuel Jesús Baquedano González (nacido en Santiago en 1823), creció bajo la influencia de la vida militar, debido a que su padre, Fernando, era un destacado oficial que sirvió en varias campañas militares, desde la independencia. Por ello, cuando este fue convocado para la expedición chilena que iba a combatir a la Confederación Perú-Boliviana, en 1838, el hijo no dudó en seguirlo.

“Cuando las tropas parten al Perú al mando del general Manuel Bulnes, entre algunos polizones iba Manolito Baquedano que se había escapado de la casa para seguir a su padre en la aventura bélica, obviamente sin el permiso de su progenitor. Pero le fue bien y logró llegar hasta teniente”, cuenta Mellafe.

Desde entonces, su actividad militar siguió en ascenso. Y como sucedía por entonces, esta se cruzó con los sucesos políticos de la época. Durante el motín de Urriola (20 de abril de 1851), un levantamiento provocado por los opositores al gobierno de Manuel Bulnes, era el oficial de guardia en La Moneda y bajo las órdenes del Presidente, se ocupó en sofocar la rebelión en las calles de Santiago.

General Manuel Bulnes

Pero tuvo algunos gestos. Cuenta Vicuña Mackenna, que mientras recorría la zona de los combates aledaña a la Plaza de Armas, Baquedano encontró a su amigo y ex compañero de colegio, Eusebio Lillo, quien era uno de los conjurados. Al verlo, le dijo que escapara de inmediato. El autor de la canción nacional huyó en el acto.

Meses después, con la guerra civil en curso, acompañó a Bulnes hasta el sur donde enfrentó al ejército rebelde en la brutal batalla de Loncomilla, en la que hubo hasta jinetes despedazados al caer a un barranco. Pese a su celo en el cumplimiento del deber, sabía que su padre, Fernando, y su hermano Eleuterio, estaban enrolados en el bando enemigo y debía enfrentarlos. Apenas se disparó el último tiro, Manuel pidió permiso para visitar a su progenitor, quien fue herido en el combate.

“Hay que remarcar que la Historia de Chile republicano, está cruzada por hechos de armas, en los que se vieron involucrados chilenos contra chilenos -explica el historiador Fernando Ulloa-. No estaba tan cohesionada políticamente la llamada ‘Familia Militar’ y además, intervenían decididamente en política”.

Un fundo en la Araucanía

Poco después, mientras el gobierno de Montt se ocupaba de fundar escuelas en medio de estados de sitio y muchos partían a California atraídos por la fiebre del oro, Baquedano buscó algo de sosiego de la vida militar. En 1854, pidió su baja del ejército y luego compró un fundo en la zona de la Isla de la Laja, cerca de Los Ángeles, al que llamó Santa Teresa, como su madre. “Llegó a tener 1.500 hectáreas, aunque desconozco si esa fue su extensión en tiempos de Baquedano, que era un hombre soltero”, agrega Ulloa.

Por entonces, en los círculos políticos había quienes postulaban la idea de ocupar la Araucanía para agregarla al territorio nacional. Mientras, en el sur, Baquedano se dedicaba a criar animales y cultivar algunos sembradíos. Pero entre los historiadores, esos años de agricultor generan visiones contrapuestas porque de una u otra forma, se cruzaron con las expediciones militares en la zona.

Parlamento celebrado en Hípinco entre el Coronel Saavedra y todas las tribus costinas y abajinas, representadas por sus principales jefes : 24 de diciembre de 1869. Colección Biblioteca Nacional de Chile.

“En rigor casi no tuvo participación en la ocupación”, sostiene Rafael Mellafe. Aunque había pedido su baja para vivir en su fundo, esta no fue aceptada y se le llamó nuevamente al servicio. “En 1855 fue nombrado como Comandante de General de Armas de Los Ángeles, para estar cerca de su campo. También fue nombrado comandante del escuadrón Cívico N°3 de la misma ciudad. No tuvo participación en la ocupación propiamente tal, como tampoco en expediciones que hayan penetrado territorio mapuche. Se dedicó a su campo”.

Por su lado, Fernando Ulloa comenta que Baquedano sí se involucró en la ocupación, justamente debido a su condición de terrateniente. “Se convirtió en alguien con intereses económicos en el territorio fronterizo y a la par, comandó a los Cazadores a caballo por 10 años -explica-. Recordemos que La Frontera, era la zona de La Laja y del Biobío. Baquedano, entonces, estuvo presente en las dos zonas que el Ejército ocupaba: La Baja Frontera o la zona costera en Arauco y la Alta Frontera o la zona del llano central y donde se ubican actualmente las mayores ciudades de La Araucanía”.

“En lo relativo a las operaciones de Baja Frontera y Alta Frontera, Baquedano es mencionado por los cronistas -agrega-. Pero no se lleva el protagonismo de Cornelio Saavedra como autor material e intelectual de muchos despojos”.

El comandante inesperado

Pero fue durante la Guerra del Pacífico en que el parco general Baquedano se hizo un nombre. Participó en el desembarco de Pisagua como Comandante general de caballería y participó en algunas acciones de apoyo. Poco después, al mando de las tropas, consiguió una victoria en la batalla de Los Ángeles, muy difundida en la prensa, la que le permitió una mayor figuración pública.

Por entonces, Baquedano -de 60 años-, era considerado un oficial serio y reservado. “Era esencialmente disciplinado, de la antigua escuela, aquella que consideraba infalible al superior”, explica Gonzalo Bulnes en su fundamental libro Guerra del Pacífico. Un detalle que no pasaría desapercibido para quienes estaban al mando.

Hacia 1880, el comandante en jefe del Ejército era el general Erasmo Escala (quien a su vez, había reemplazado al anciano general Justo Arteaga, quien a sus 74 años apenas podía montar). Sin embargo, la mala relación con el ministro de guerra en campaña, Rafael Sotomayor (quien representaba al Presidente Aníbal Pinto en el teatro de operaciones), le costó el puesto.

Desembarco de Pisagua

“La relación del general Erasmo Escala con el gobierno de Pinto estaba totalmente rota llegando incluso a problemas de índole personal entre el ministro Sotomayor y el general Escala -explica Rafael Mellafe-. Este presentó su renuncia (con elástico) con la intención de que relevaran al ministro de sus funciones, pero su dimisión fue aceptada en los primeros días de abril de 1880”.

Pero también hubo consideraciones técnicas. Si bien, se estaban consiguiendo logros, la inexperiencia de la guerra en el desierto generó varios problemas de abastecimiento. Y se necesitaba un cambio. “Llegado un momento, el ministro de Guerra, antes de las riesgosas y decisivas campañas de Tacna y Arica y de Lima, consideró que hacía falta un general en jefe con mayor visión estratégica y liderazgo”, explica el periodista y escritor, Guillermo Parvex, autor de libros sobre el conflicto, como Un veterano de tres guerras (Ediciones B, 2018).

En un primer momento, hubo otro candidato para quedarse con el puesto. “Era el general José Antonio Villagrán, pero eran conocidas sus ambiciones políticas y el gobierno liberal de Pinto no deseaba dejar a un general como Presidente”, explica Mellafe.

Por ello es que fue Baquedano quien se hizo con el cargo. Para los expertos, su personalidad reservada finalmente le jugó a favor. “Un hombre callado, sin ambición política y que ya se había cubierto de gloria en el combate de Los Ángeles, por tanto conocido entre la población de Chile -detalla Rafael Mellafe-. Además era muy querido entre la tropa y tenía fama de poner orden donde no lo había”.

Tropas del ejército chileno en campaña. Foto de Díaz & Spencer

Apenas se hizo cargo de la situación, Baquedano impuso una dura disciplina a sus hombres y subalternos. En una de sus primeras medidas, reunió a los jefes en su mesa y les habló firme; se acabaron las camarillas, las disputas por puestos y las discusiones con el gobierno. “Era muy férreo. Siempre actuó absolutamente apegado a la Ordenanza General del Ejército”, señala Parvex.

También se hizo cargo de implementar la reorganización del Ejército, un punto que ya había generado roces entre Escala y Sotomayor. La idea era crear divisiones, con elementos de artillería, infantería y caballería. “El Comandante en Jefe del Ejército ya no tenía comando directo sobre cada unidad, sino que debía pasar por un Jefe divisionario el cual era responsable, no solo de su gente, sino que de cumplir los objetivos asignados”, explica Mellafe.

Aunque no era considerado el estratega más brillante por algunos de sus pares, estos sí le reconocieron su capacidad de mando. “Ud. sabe que en materia de concepciones dejará bastante que desear -escribía José Francisco Vergara, futuro ministro de Guerra, en carta al presidente Pinto-. Pero lo cierto es que en el fondo, tiene más tino que otros que parecen más inteligentes que él”.

Este último aspecto que subrayaba Vergara, tenía que ver con la leyenda que surgió sobre el comandante en jefe, como un pobre estratega militar. Esta se basa en la idea de que ganó sus batallas usando una estrategia simple de ataque frontal con apoyo de la artillería, como se empleó por ejemplo en Tacna (a poco más de un mes de asumir el mando), y en las batallas de Chorrillos y Miraflores, que decidieron la entrada del ejército chileno a Lima en enero de 1881. Es decir, con los soldados lanzados a toda carrera, con fusil en mano, contra las posiciones del enemigo.

“El corresponsal de El Mercurio que cubrió la Batalla de Tacna lo critica fuertemente diciendo que la única forma que Baquedano conocía era el ataque frontal. Eso no es correcto -explica Mellafe-. En Tacna solo el 40% de la tropa tenía alguna experiencia previa en batalla, es decir el 60% era novata. Bajo esa condición no se pueden pedir maniobras muy sofisticadas”.

Batalla de Chorrillos

Desde su punto de vista, Parvex también defiende la habilidad como estratega del comandante en jefe. “Es sabido que son siempre los que acometen contra posiciones fortificadas, los que sufren más bajas, sobre todo cuando están en igualdad de condiciones numéricas y de equipamiento y ello no sucedió en las grandes batallas lideradas por el general Baquedano”.

Por su lado, Fernando Ulloa rememora una anécdota. “Se ha puesto el foco usualmente en sus campañas en el Perú y me tocó ver en un Museo sobre la Guerra del Pacífico en Lima que se referían en muy malos términos de él, como un sujeto desalmado capaz de cualquier cosa con tal de conseguir la victoria”.

Pero a contrapelo de su carácter duro, y con la experiencia de lo ocurrido en los días de Arteaga -quien se negaba a recibir consejos y solo escuchaba las recomendaciones de sus hijos-, Baquedano entendió que en algunos momentos, necesitaba la ayuda de otras voces.

“Supo hacerse rodear de gente que sabía que eran más capaces que él -señala Mellafe-. De ahí surgen las figuras de Pedro Lagos (quizás el mejor táctico de la guerra), Arístides Martínez, Marcos Maturana y José Velásquez, todos pertenecientes a su Estado Mayor. Este es un punto interesante ya que una cosa es hacerse rodear con buenos asesores y otra es escucharlos, Baquedano tenía esa virtud”.

Eso sí, cuando Baquedano decidía una acción, no había marcha atrás. Como en el campo de batalla, se avanzaba hacia el objetivo sin más. Si alguien osaba proponer algún cambio de último momento, él echaba mano a una frase. “Cuando la decisión estaba tomada, no había nadie que lo hiciera cambiar de opinión, de ahí su frase ‘El plan, el plan’, es decir, ceñirse al plan acordado -explica Mellafe-. De cierto modo es entendible dada la falta de elementos de comunicaciones como los actuales”.

Fue un 29 de agosto cuando la política volvió a llamar la puerta de Manuel Baquedano. Tras una reunión en la casa del general Velásquez, cerca de La Moneda, el anciano militar, ya retirado de la dura vida de los cuarteles, fue convocado por el Presidente José Manuel Balmaceda para una tarea no menor. Asumir el mando provisional de la nación, en espera de lo que decidiera la Junta de Gobierno de Iquique, el bando vencedor de la guerra civil que en 1891 desangró al país. “Lo que se necesita, es un hombre de energía como usted”, le habría dicho el mandatario.

No era la primera vez que le ofrecían la primera magistratura. En 1881 -y replicando lo ocurrido en Estados Unidos, con el general Ulysses Grant, vencedor de la guerra civil-, Baquedano fue tentado para competir en las elecciones presidenciales, sin embargo, declinó su postulación en favor de Domingo Santa María, quien fue electo. Se le volvió a ofrecer en 1890, pero nuevamente se marginó.

José Manuel Balmaceda

Así que una vez que el derrotado Balmaceda aseguró el resguardo de su familia en la embajada de Estados Unidos, le entregó el poder a Baquedano y en la noche partió a refugiarse en la legación argentina, donde acabó con su vida de un balazo en la sien derecha, el 19 de septiembre.

¿Por qué Balmaceda le entregó el poder al excomandante en jefe? Responde Rafael Mellafe: “El general Baquedano no tomó partido durante la revolución de 1891, es decir, se mantuvo neutral. Obviamente era una figura destacadísima y muy querida y respetada dentro de Chile y seguramente su imagen pesó”.

“Revisando la prensa de la época se corrobora que era venerado por todas las clases sociales”, complementa Guillermo Parvex.

Baquedano estuvo en el cargo solo tres días, durante los cuales su autoridad no bastó para controlar los saqueos que las desbandadas tropas congresistas efectuaban en la capital en las casas de los partidarios de Balmaceda. Luego, el 31 de agosto de 1891, entregó el mando a los vencedores. Su vida pública había concluido.

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