
El desesperado relato de Don Francisco de la pesadilla que significó el final de Sábado Gigante
Hace diez años, el 19 de septiembre de 2015, llegaba a su fin en Estados Unidos el programa más importante y popular nacido en Chile. Mario Kreutzberger, eso sí, nunca lo quiso aceptar. Cuando se lo dijeron, condujo "como un zombi" por las calles de Miami. Este es el relato de un epílogo atormentado.

2015 despegó como un año cualquiera para Don Francisco. Con una agenda a la altura de una de las personalidades televisivas más reconocidas del mundo hispano en Estados Unidos: una invitación de Michelle Obama -entonces primera dama de esa nación- para conocer un programa de acceso a la educación para inmigrantes; un encuentro con estudiantes de leyes en una universidad de Washington; y otra invitación del mismo Papa Francisco a moderar un congreso en El Vaticano.
Pese a un calendario que despuntaba pura vigencia, algo lo inquietaba. Quizás una consecuencia de que para ese último Año Nuevo no había realizado una de sus cábalas de toda la vida, la que le permitía caminar sobre seguro en la temporada siguiente: anotar en un papel sus metas y proyectos y guardarlo en la misma billetera fiel que mantiene desde fines de los años 50, según cuenta en su libro autobiográfico Mario Kreutzberger: con ganas de vivir.

Por lo mismo, algo que no sabía explicar le zumbaba en la cabeza. Y tenía que ver con su trabajo: ese año finalizaba su contrato con la cadena Univisión de Miami, la misma donde empezó a emitir Sábado Gigante desde fines de los 80 y que significó su vitrina para el mundo.
El presentador había acordado en 2012 que, una vez que Sábado Gigante culminara en pantalla, el formato seguiría con otros animadores, pero manteniendo la idea y el equipo de producción. Sin embargo, ese trato de palabra lo había resuelto con César Conde, presidente de Univisión por esos días, pero que en 2015 ya no estaba en el canal. En su reemplazo ahora estaba Alberto Ciurana, un hombre de perfil distinto.
Fue el mismo ejecutivo quien lo llamó a su oficina un 17 de febrero de 2015. Los rumores acerca de un eventual final de Sábado Gigante arreciaban por los pasillos de la empresa norteamericana y Mario Kreutzberger temía lo peor: que esa llamada significara la lápida definitiva.

“Con la perspectiva del tiempo, hoy me siento como el marido engañado, ese que no quería saber lo que tenía que saber ni quería ver lo que había que ver”, dice el chileno en el texto.
Luego sigue, al relatar cómo fue camino a las oficinas del jerarca de Univisión: “Al subir las oficinas ejecutivas del segundo piso, por si acaso, y como soy supersticioso, con los nudillos de mi mano derecha fui golpeando las maderas de todas las puertas que atravesé en el trayecto. Estaba nervioso, ansioso, preocupado, y en mi cabeza circulaban mil conjeturas de todo tipo”.
Cuando llegó frente a Ciurana, tras un saludo protocolar, escuchó lo peor: “La empresa ha decidido terminar con Sábado Gigante, y como señala el contrato, te lo estoy avisando con doce semanas de anticipación”.
Como un zombi por las calles
Kreutzberger, en esa oficina de Miami, no pudo disimular su asombro. Así lo relata: “Apreté con fuerza los dientes, hasta sentir dolor, tratando de disimular el impacto que me producía el anuncio. Sentí como si hubiera recibido un martillazo en la cabeza y otro más fuerte en el alma”.
Intentándose reponer del golpe, Don Francisco le dijo al ejecutivo que había un acuerdo de palabra de hace varios años de seguir con el proyecto, aunque con otros conductores. Ciurana sólo le lanzó: “Eso no es lo que dice el contrato y es toda la información que tengo”.
Su mayor proyecto en su vida televisiva había sucumbido.

Eso sí, intentó jugar una última ficha: hablar con el poderoso Emilio Azcárraga, accionista mayoritario de Televisa y socio de Univisión. “Sentía que la cabeza me iba a explotar. Bajé del segundo piso a toda velocidad”, rememora. Luego retoma: “Fui directo al estacionamiento, tomé el auto, y durante un par de horas, como un zombi, conduje sin rumbo por las calles de Miami. Transpiraba. Por más de una década pensé que me había preparado para este momento, pero sin duda no estaba listo”.
De hecho, cuando conducía “como un zombi” por las calles de Miami, el chileno asegura que se le vinieron miles de recuerdos a su mente, de los inicios del programa en 1962 en Canal 13, de los días de gloria en los 80 en la misma estación, de su llegada a Estados Unidos para convertirlo en un buque emblema de la comunidad latina.
“Él estaba muy golpeado. No era fácil una noticia así”, dice ahora a Culto Gloria Benavides, integrante de Sábado Gigante durante décadas con su personaje de La cuatro y quien estuvo hasta el final en el programa.

Una pesadilla
Kreutzberger en su libro sigue retratando el anuncio del fin del proyecto como una bomba sin opciones de recuperación: “Me imaginaba que era una pesadilla de la cual despertaría en cualquier momento”.
Como última alternativa, efectivamente fue a reunirse con Azcárraga. “Llegué a mi reunión con él inseguro y nervioso”, recuerda. En el encuentro, Don Francisco lamentó la noticia y le dijo que concluir el programa en un par de semanas -el plazo era mayo- no le daría tiempo para levantar un adiós acorde a la leyenda. Además, le mostró el listado de todos los logros que habían conquistado para Univisión por décadas.
Azcárraga fue igual de lapidario: “Don Mario, lamentablemente en este caso no puedo hacer nada”. El mundo nuevamente se le vino abajo. De hecho, quedó mudo y en su interior sólo atinó a repetir un chilenismo: “Cómo no vai a poder hacer nada, weón, si vos soi el dueño de esta weá”.
Luego pensó otro: “Cagamos”. En términos más elegante, no había mucha vuelta que darle.
Aunque Kreutzberger, tozudo como siempre en su carrera, seguía tratando de encontrar un salvavidas. En esa desesperación, se fue a hacer, según relata, lo que siempre ha hecho en momentos de emociones fuertes: comer.
Sin mucho empacho, se metió a un Deli y se zampó un tremendo sándwich de pastrami, chucrut y queso, y una cerveza light.
En ese trance, se le ocurrió hablar con su amigo y abogado César Álvarez para que lo acompañara a Nueva York a una reunión con el presidente y CEO de Univisión, Randy Falco. Ahora sí era la última carta de supervivencia.
Al chileno se le ocurrió armar una larga lista de lo que consideraba “los atropellos y barbaridades” que sentía haber sufrido por parte de Univisión. Pero Álvarez le sugirió lo contrario: en vez de ir con un perfil más crítico y al choque, la idea era pedirle a Falco una extensión del programa para que se pudiera despedir en un gran especial a fin de año.

Don Francisco recurrió a todo tipo de cábalas, aunque estaba pesimista. Sentía que a un ejecutivo como Falco no le interesaba Sábado Gigante, ni entendía su historia, ni menos conocía su relevancia en Chile. Sin embargo, los recibió con un “please come in”.
Antes que hablaran cualquier cosa, el ejecutivo miro a Kreutzberger y le dijo: “Mario, el programa no terminará en mayo como estaba programado, sino el 19 de septiembre”. Al chileno le volvió el alma al cuerpo. Sentía que revivía y al fin se hacía justicia con su mayor legado televisivo. “Aunque estaba muy contento, no quería que se me notara demasiado”, apunta en su texto.
El conductor siempre ha pensado que esa extensión de plazo fue producto de una llamada de Azcárraga a Falco donde le habría dicho algo así como: “Oye, démosle unas semanas más a este viejo en su despedida y que se vaya contento”.

Como fuere, quedó tranquilo, después de semanas donde incluso soñó que golpeaba a los ejecutivos de Univisión por terminar Sábado Gigante.
El capítulo final se dio finalmente tanto en Chile como en el mundo ese 19 de septiembre de 2015. Fue el adiós definitivo.
Benavides, que estuvo en ese último episodio personificando a La Cuatro, recuerda: “El último día de programa fue terrible. Don Francisco nos dijo ‘no quiero que nadie llore, tiene que ser una despedida feliz, porque este programa hizo feliz a la gente’. Pero cuando salimos a la alfombra roja hacia un bus que había y el programa ya había terminado, la gente sollozaba a gritos. Ahí lloré. Estaba muy emocionada, porque iba a dejar de trabajar con gente que era de distintas nacionalidades y que a partir de ahí tomaban otros rumbos”.
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