
Julio Ramón Ribeyro: ese extraordinario corredor de distancias cortas
El notable escritor peruano está de vuelta en las librerías nacionales con sus Cuentos reunidos (Alfaguara) que recopila la totalidad de sus libros de relatos, con los que obtuvo un lugar relevante en las letras latinoamericanas. ¿Cuáles son las claves de su obra? Un grupo de especialistas consultados por Culto aborda su mirada puesta en el sujeto de a pie, las situaciones cotidianas, y sobre todo un notable manejo del formato breve.

Si Roberto Bolaño debió ser vigilante nocturno de un camping en Barcelona para poder sustentarse, Julio Ramón Ribeyro fue el portero de un hotel en París. En rigor, primero había llegado a España, en 1953, gracias a una beca de periodismo de ocho meses otorgada por el Instituto de Cultura Hispánica, luego estuvo 1 año estudiando en la Universidad Complutense de Madrid. Pero después pasó a Francia y Alemania donde tuvo que arreglárselas como pudo. No tenía un peso en los bolsillos.
Así lo recordó él mismo en una entrevista posterior, de 1986, ya siendo un escritor reconocido. “(Fue una época) bastante dura, como es la vida allá para la mayoría de los estudiantes. Tuve trabajos esporádicos. Cuando se me acabó la beca, y mientras aguardaba obtener otra, me puse a trabajar. El dinero que me enviaban de casa tardaba en llegar”. Y así, mientras vivía en la capital de Francia, llegó a trabajar en un hotel. “Afortunadamente era un hotel pequeño: tenía seis o siete habitaciones. Era portero permanente, de día y de noche. Y también debía ocuparme de hacer la limpieza y cobrar el alquiler, hacía de todo”.
Esa experiencia como portero le permitió conocer la vida tal como era. Un día, en medio de la jornada laboral, se topó con una imagen que no lo abandonó más. “Entre mis obligaciones tenía la de levantarme muy temprano para sacar los cubos de basura a la calle. Y, en una de esas salidas a la calle con los cubos de basura, vi que había una serie de vagabundos que estaban esperando justamente esto para precipitarse sobre los cubos y sacar de ellos lo que fuera necesario. Esto me hizo recordar estas escenas de mi infancia”.

Ahí supo que tenía oro puro y, presto, comenzó a darle forma a un cuento titulado Los gallinazos sin plumas, que además bautiza a su primer volumen de relatos, de 1955. Con ese libro inició el camino para convertirse en uno de los más grandes cuentistas latinoamericanos, acaso el mejor. Logro que luce más todavía si se piensa que le tocó una época dorada para las letras del este lado del mundo. Fue el mismo año en que Juan Rulfo publicó Pedro Páramo, y Julio Cortázar preparaba su ineludible Final del juego (1956), en la antesala del Boom Latinoamericano.
Ribeyro afinó tanto su oficio que llegó a tener muy claras las nociones del género cuento, acaso uno de los más complejos de la narrativa y donde pocos pueden salir airosos. Las formas breves terminaron por acomodarle y ya lo tenía claro en el prólogo de Los gallinazos sin plumas: “El cuento me parece que no es un ‘resumen’ sino un ‘fragmento’. Quiero decir con esto que el cuentista no debe tratar de reducir a cuatro páginas un acontecimiento o una vida humana que podría requerir una novela, sino que debe en este acontecimiento o en esta vida escoger precisamente el momento culminante, recortarlo -como se recorta la escena de una cinta cinematográfica- y presentarlo al lector como un cuerpo independiente y vivo”.
Hasta ahora, los cuentos de Julio Ramón Ribeyro se encontraban dispersos en sus diferentes ediciones, pero la casa editora Alfaguara los acaba de compilar en sus Cuentos reunidos, que con un prólogo del colombiano Juan Gabriel Vásquez, ya están a disposición de los lectores nacionales. Se trata de un acervo imperdible y con un sello propio. ¿Cuál sería este?

Escribir espiando a los personajes
En términos generales, si Mario Vargas Llosa era el afrancesado que escribía del poder y los grandes temas de Latinoamérica, Julio Ramón Ribeyro era quien hacía lo propio con los peruanos de a pie, el espacio doméstico, las historias cotidianas. Pero entrando al área chica, ¿cómo podríamos definir la obra de Julio Ramón Ribeyro como cuentista?
El escritor nacional Diego Zúñiga es un reconocido lector del peruano y responde a Culto: “Creo que fue un cuentista clásico, en términos de forma, y por lo mismo, alguien que conocía perfectamente las dificultades y los desafíos del género, las trampas y los recovecos por donde podía moverse con sus historias y personajes tan entrañables. Sólo alguien con ese nivel de destreza y conocimiento podía arriesgarse a hacer un cuento como Solo para fumadores, por ejemplo”.
Por su lado, el editor Vicente Undurraga comenta: “Ribeyro es gran arquitecto de formas breves, un estilista sigiloso y un observador fino de las minucias que marcan la vida, especialmente sus penurias y precariedades. Me gusta la idea que tenía Bryce Echenique de que a Ribeyro se lo puede pensar en relación al César Vallejo de Trilce y Poemas humanos. Lo recuerda Juan Gabriel Vásquez en el prólogo a esta edición de Alfaguara de sus Cuentos reunidos, donde apunta: ‘en esos versos donde los hombres van tocando a las puertas y pidiendo perdón, donde la gente madruga a ponerse los dolores, donde los padres son una víspera, tienen lugar los cuentos de Ribeyro’”.
El periodista peruano Jorge Coaguila es autor de la biografía Ribeyro, una vida (2022), y responde a Culto: “Su centenar de cuentos es una manera de entender la experiencia humana, con personajes muy diversos, en situaciones comunes y extraordinarias. Ambientados en diversos puntos del Perú. También del extranjero. Además, claro, permite disfrutar de un lenguaje muy claro y preciso”
Por su lado, el peruano Daniel Titinger, periodista autor del volumen Un hombre flaco: retrato de Julio Ramón Ribeyro (Ediciones UDP, 2014), señala: “Sigiloso en su aproximación a una historia, tal vez. Sobrio, sin duda. Como si estuviera espiando a sus personajes –o los pensamientos de sus personajes– para contar lo que no parece tan complejo: la vida común y corriente de la gente común y corriente. No parece tan complejo, te decía, pero la aparente normalidad requiere de una mirada fina, lúcida y culta para ser narrada con genialidad. Y estamos hablando de un genio de la literatura hispanoamericana”.

Si bien, Julio Ramón Ribeyro fue fundamentalmente cuentista, también publicó novelas. Consultamos a nuestros entrevistados si con el tiempo la primera dimensión ha cobrado más relevancia que la segunda. Zúñiga comenta: “Sí, aunque creo que la pregunta resultaría más difícil de responder —o exigiría más elucubraciones– si la comparación fuera con sus diarios, que es el otro género en el que Ribeyro hizo cosas extraordinarias. La tentación del fracaso es un libro monumental. Supongo que somos muchos los lectores que estamos esperando la segunda parte de esos diarios, que tengo entendido que se publicarán este año”.
Apunta Vicente Undurraga: “Creo más bien que es un escritor sin par, tan excepcional que de su escritura quisiéramos siempre leerlo todo, incluidas sus novelas, sus ensayos y, cómo no, sus alucinantes diarios y sus apuntes y notas o, como las llamó el mismo, sus ‘prosas apátridas’. Pero por supuesto que sus cuentos son hechos sobresalientes que le aseguran a Ribeyro lectores por décadas y décadas”.
“Sí, aunque sus novelas son la suma de capítulos que parecen cuentos -indica Jorge Coaguila-. El autor decía que era corredor de distancias cortas. Sus otros libros lo confirman, como sus diarios, sus ensayos y sus textos de difícil clasificación”.
Otra visión tiene Daniel Titinger: “Sus novelas –aunque no estoy seguro que estén en el estante de ‘novelas’ en las librerías– no están a la altura de sus cuentos. Ribeyro era un corredor de distancias cortas”.

Una pregunta que es válida de hacerse es: ¿Qué lugar tiene Julio Ramón Ribeyro dentro de los cuentistas latinoamericanos? Responde Diego Zúñiga: “Para mí está muy muy arriba, digo, los mejores cuentos de Ribeyro son tan impresionantes como los mejores cuentos de Cortázar, Rulfo, Silvina Ocampo o Felisberto Hernández. Pero también podríamos extender esta lista a autores de otros países con tradiciones importantes de cuentistas, como Estados Unidos o Rusia. Es un clásico, y con eso quiero decir que es una literatura que está completamente viva, que interpela hoy a los lectores con la misma intensidad que cuando fue publicada. Incluso, quizá con mayor intensidad”.
Undurraga también se anima: “Quizás en alguna taberna conversando con Juan Rulfo, Clarice Lispector o João Guimarães Rosa, o en todo caso cerca de ellos”. Coaguila agrega tajante: “Julio Ramón Ribeyro es uno de los mejores de la lengua castellana, algunos escalones debajo de Borges, pero en buena compañía de Cortázar, Onetti, García Márquez, Rulfo”.
Daniel Titinger se explaya al respecto: “Si fuese una olimpiada, Ribeyro gana medalla. No te lo digo inflando el pecho por su nacionalidad, que es la mía, sino por el valor que le otorgo a su literatura. Te lo digo por mi fascinación por sus personajes grises que avanzan con dificultad en una tarde gris, también, por esa ciudad siempre gris que es Lima. Te lo digo por su tristeza (Ribeyro dijo, a propósito de su literatura: ‘cuando empieza la felicidad, empieza el silencio’. Me gustaría haber firmado una frase como esa). Te lo digo por su manera de fumar, también, y sobre todo por su manera de beber. El problema, Pablo, es que tanta timidez lo tuvo oculto entre la marea de celebridades latinoamericanas. A Ribeyro, en vida, nunca lo iluminaron los flashes. Como dice Bryce Echenique: Ribeyro entraba por la puerta de atrás. La fama nunca lo abrumó porque nunca la tuvo, pero puede ser también una razón para que lograra, en silencio supremo, explorar el alma humana”.

Eligiendo un cuento
Finalmente, les pedimos a nuestros entrevistados que escogieran sus cuentos favoritos de Julio Ramón Ribeyro. Parte Diego Zúñiga: “Solo para fumadores me parece fascinante porque me recuerda justamente al Ribeyro de sus diarios: ese narrador lleno de inteligencia pero también lleno de dudas, frágil, realmente conmovedor. Y también me gustan mucho sus cuentos que están desbordados de humanidad, como Al pie del acantilado o Los gallinazos sin plumas. Ese interés por personajes grises, que parecen no importarle a nadie, y que él decidía mirarlos y permitirnos entrar en esas vidas, en esos afectos. Hay algo ahí que él hacía con un talento muy único. Y también me gusta mucho Por las azoteas, por ese cruce entre la ternura y la violencia que hay en el relato”.
Pensando como editor, Vicente Undurraga cita una elección que alguna vez hiciera directamente el autor: “Mejor recomendar los tres que el mismo Ribeyro escogió alguna vez para una antología personal: Solo para fumadores, Silvio en El Rosedal y La juventud en la otra ribera. En ellos se encuentran todo el humor, la inteligencia formal y la prosa adictiva que marcan su estilo único”.

Jorge Coaguila reconoce que es una pregunta difícil, pero igual se anima: “Podría citar Solo para fumadores, que, con el pretexto del vicio de fumar, narra episodios destacados de su vida. Otro que podría mencionar es Al pie del acantilado, de corte social, es una mirada humana del sufrimiento de muchos que no tienen techo, de los que viven al margen, de los que no tienen voz. Si me apuras, citaría La insignia, que recorre la trayectoria de un sujeto que llega a la cúspide de una institución sin saber los objetivos de esta. Lo veo como una parodia de muchos políticos, de algo absurdo que es común en muchos lugares de nuestra región, por desgracia”.
Y Daniel Titinger cierra el telón: “Los que más me gustan son dos, que son además del primer Ribeyro, que difiere algo del escritor que terminó siendo: Los gallinazos sin plumas, porque fue quizá el primer cuento de terror que leí en mi vida; o al menos me aterrorizó en la niñez, y La insignia, porque a veces me siento como el protagonista, presidente de una sociedad de la que no entiendo ni entendí nada nunca”.

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