Culto

Martín Caparrós por sí mismo: del exilio a su difícil enfermedad actual

El destacado escritor y periodista argentino publica sus memorias tituladas Antes que nada (Random House), donde repasa su vida, sus años en el periodismo, el exilio, el regreso, sus libros, y la enfermedad que por estos días enfrenta.

Martín Caparrós por sí mismo: del exilio a su difícil enfermedad actual

Tal como le pasó a Ricardo Piglia, a Martín Caparrós le detectaron ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica). Una enfermedad degenerativa que no tiene cura y la que solo se trata de manera paliativa esperando lo inevitable. En ambos casos la respuesta fue la misma, la única que conocen: escribir.

En la fase más avanzada del ELA, Piglia usó un sistema computacional que le permitía redactar usando sus ojos, Caparrós no tuvo que recurrir a ello para escribir Antes que nada, sus voluminosas memorias donde repasa su vida y que acaban de llegar a Chile vía Random House. En sus páginas, comenta la forma que se tomó el diagnóstico. Lejos de victimizarse, optó por ser práctico y simplemente entregarse.

“Entonces pensé que, justamente, seguir con mi vida en todo lo posible era hacer otra vida, adaptarla a lo que si podía: no enfrentarme todo el tiempo a los límites, evitarlos todo lo posible. Sentadito estoy muy bien, sería la nueva orden. Y un corolario: que persistir, a veces, es idiota; que, tantas veces, no queda más remedio que adaptarse”.

Jeosm

En el volumen, Caparrós pasa revista a todo aquello que definió su vida. Sus inicios en el periodismo, su afición por la lectura, el ejercicio de la profesión. Los viajes, sus muchos viajes. La escritura. Emigrar (más de una vez). Su hijo, la familia, la política, la miltancia en la organización guerrillera Fuerzas Armadas Revolucionarias, la pasión por Boca Juniors, sus amores.

Así leemos, por ejemplo, sus inicios en el periodismo, en el diario Noticias. “Nunca pensé que sería periodista: sucedió. En diciembre del 75 me faltaba todo el verano para empezar la facultad y estaba impaciente por entrar al mundo de los grandes. Un amigo de amigos de mis padres Miguel Bonasso, dirigía un diario que acababa de aparecer, pagado por los Montoneros. Conseguí que esos amigos le hablaran de mí, le pidieran que me recibiese. Fui, traté de caerle bien, le conté mi esperanza de volverme fotógrafo. Los amigos debian tener cierta influencia y yo debia ver como una mascota graciosita porque Bonasso, para mi gran sorpresa, me dijo que bueno, que iban a contratarme, pero que recién podrían empezar mi formación en marzo; mientras tanto podía esperar en mi casa o trabajar el verano como cadete; le dije que empezaba al día siguiente”. Comenzó en el estilo de la vieja escuela: sirviéndole café a los viejos redactores.

“En el diario Noticias trabajaban viejos escritores -ya andaban por los cuarenta años que yo admiraba mucho: Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Paco Urondo. Intenté ser un cadete un chepibe, dicen en argentino-serio. Durante un par de meses manché a media redacción con brebajes mal servidos y repartí trotando los cables de las agencias de prensa a las secciones respectivas”.

Noticias fue la escuela para Caparrós, y ahí conoció a su máximo referente. “En el diario Noticias escribí mis primeros artículos, aprendi rudimentos, admiré de más cerca a Rodolfo Walsh -mi primer jefe en la sección de Policiales y Vida cotidiana-, supuse que si ser periodista era poder mirar, entrar a los lugares, hacer preguntas y recibir respuestas y creer que sabía y ver, casi enseguida, el resultado de la impertinencia en un papel impreso, la profesión me convenía. Ahora, en tiempos computarizados, cualquiera escribe en Times New Roman y cualquier texto parece ya fijado; entonces -un larguísimo entonces- llegar a ver tus letras convertidas en tipografía era un rito de pasaje apetecido, que otros controlaban y, al controlar, legitimaban. Lo más fácil era hacerlo en un diario".

También narra su salida al exilio. Cuenta de su llegada a París, a mediados de los 70. “Así llegue, en septiembre de 1976, a tratar de instalarme por primera vez en un país ajeno. Al cabo de unos días conseguí una chambre de bonne -un cuarto de mucama- de esas que los edificios tradicionales parisinos de la segunda mitad del XIX construían bajo su techo abuhardillado, seis pisos de escalera: puertitas a lo largo de un pasillo con un solo baño -un agujero y la ducha- al fondo del pasillo para todos, cuartos chicos con un lavabo y el espacio para un colchón en el suelo y un armario y una pequeña mesa. Por supuesto, bañarme no era lo que más hacía. No era fácil y lo intentaba cuando podía, a la francesa: tras el rugby un par de veces por semana, sobre todo. Entre las muchas costumbres locales que intenté adoptar en mis años de homenaje a la grandeur estaba, sin dudas, la de oler a persona".

De sus años en Francia, luego pasó a vivir en España, en la bisagra entre los 70 y los 80, cuando Madrid era la Movida, y Madrid era una fiesta. “España, en esos días, era un espectáculo. La oportunidad de ver el nacimiento de una sociedad: cómo un país que había estado tan hundido, tan sometido a curas y generales y aprovechadores y otros fanáticos de cruz y la espada se sacudía todo eso y empezaba a ser el que -supuestamente- tanto había querido, y cómo algunos descubrían que no lo habían querido tanto y otros que era mejor querer que conseguir y otro que su vida era casi como la deseaban. Era curioso verlo día tras día, pequeño cambio tras pequeño cambio, teta tras teta, bomba tras bomba, y solo lo empañaba esa estúpida sensación de que nosotros -¿quiénes éramos, en realidad, nosotros?- sabíamos mejor, que todo eso era inocente ingenuo ligeramente memo, que no paraban de descubrir el agua tibia. Habría preferido no mirarlo así; a veces me pasaba".

Luego, el regreso a la Argentina, y la publicación -en 1984- de su primer libro, la novela Ansay o los infortunios de la gloria, con la Editorial Ada Korn. Con eso, Caparrós cumplía un viejo anhelo, el de ser escritor. “Ansay o los infortunios de la gloria se fabricó en una imprenta cerca de la facultad de Medicina: siempre recuerdo aquella tarde en que fui a buscar el primer ejemplar, me lo dieron en un sobre de papel madera, me senté en un banco de la plaza Houssay, abrí el sobre, saqué el libro, lo miraba, lo olía, me lo quería comer: no sabía qué hacer con él, ese hato de papeles que me cambiaba tanto. O, por lo menos, que yo creía que me cambiaba tanto: había hecho un libro, por fin lo había hecho. Un libro: el objeto que más reverenciaba y ahora había uno mío, mi título fatuo, mi nombre en esa tapa. Ya debía ser un escritor, después de pretenderlo tantos años ya era ese que había querido -y sin embargo me parecía tanto a mí mismo-. Seguí mirándolo, dándole vueltas, oliéndolo todavía un rato largo. Fue el primero de muchos, pero la escena no ha cambiado demasiado: recibir el primer ejemplar de un libro mío, el objeto en el que he trabajado meses o años, sigue siendo una mezcla de emoción y desconcierto: ¿y ahora qué hago? ¿Cómo hacer para que esto alcance el sentido que debería tener? O, incluso: ¿para esto tanto esfuerzo?“.

Caparrós alterna el relato de su vida con el de su enfermedad. Hacia el final comenta: “Aunque trato de no ser un moribundo mientras no sea un moribundo. Ya habrá un momento en que no pueda evitarlo: por ahora, prefiero eludir esa mezcla de espanto y de piedad con que las personas se relacionan con los que van a morirse antes de lo posible, pronto, sin las dudas. Eludir esa mezcla de espanto y de piedad con que, imagino, los que van a morirse se relacionan con sí mismos. Eludirlo todo el tiempo que pueda. Quizá sea un error. Por suerte, no podré tratar de corregirlo”.

Lee también:

Más sobre:LibrosMartín CaparrósAntes que nadaLibros Culto

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

OFERTA ESPECIAL DÍA DEL PADRE

Infórmate y disfrutaDigital + LT Beneficios $3.990/mes SUSCRÍBETE