Todos los Hombres del Presidente: cuando Robert Redford se obsesionó con el periodismo y el escándalo Watergate
Uno de los roles más recordados del actor que falleció este martes 16 a los 89 años fue el de Bob Woodward, uno de los periodistas que destapó el caso que tumbó a Richard Nixon. Desde un principio, Redford insistió con llevar a cabo la cinta y hasta persiguió a los reporteros reales para convencerlos.

El periodista Bob Woodward no tenía confianza que la cinta Todos los hombres del presidente se convirtiera en un éxito y en un referente del cine vinculado a las tramas políticas.
“Se puede reducir a una comedia de amigotes”, era su temor cuando el guionista William Goldman le presentó el proyecto: un largometraje basado en el libro que Woodward había escrito junto a su colega Carl Bernstein en torno a la investigación que protagonizaron para el diario The Washington Post, escándalo conocido como Watergate y que culminó con la salida de la Casa Blanca del presidente Richard Nixon.

Con lápiz en mano, Woodward escribía “¡No!” o “Error” en los márgenes de varias páginas del guion, sobre todo donde Goldman había insertado situaciones cómicas inventadas para los personajes de ambos reporteros.
De hecho, el propio Redford le había enviado el libreto al periodista, demostrando que él era el mayor entusiasta con que la iniciativa se concretara en la pantalla grande. Por lo demás, si Redford personificaría a Woodward, Dustin Hoffman haría lo propio con Bernstein: los dos mayores actores de la época encarnarían la herida más traumática de la historia estadounidense reciente.
No era un desafío fácil. La cinta se trabajaba sólo unos meses después de ese 9 de agosto de 1974 en que renunció Nixon. La fractura estaba latente.
Por lo mismo, el propio Woodward no creía demasiado en la idea.
Una obsesión de Robert Redford
Pero la realidad dijo otra cosa. Todos los hombres del presidente se convirtió en un thriller de excepción, arrasó en las boleterías durante 1976, ganó cuatro Oscar y catapultó como leyendas a Woodward y Bernstein, además de convertirse en una historia venerada tanto por periodistas y como adictos a los rincones ocultos del poder. Es, de hecho, la película ancla para reporteros, estudiantes de periodismo, profesionales de las comunicaciones y todo aquel que vea como reflejo cuando la prensa se erige como el cuarto poder y tumba a la figura más relevante de su país.
Y su génesis -aunque a momentos algo convulsa- estuvo precisamente en Redford.

En una nota precisamente con The Washington Post, el fallecido actor contó que muchas veces habló sobre el origen de la idea de la película, que se le ocurrió en julio de 1972 mientras realizaba la gira promocional de El candidato. El estudio había organizado una gira con escalas en un tren que iba de Jacksonville, Florida, a Miami, cerca de donde se estaba realizando la Convención Nacional Demócrata que pronto consagraría la candidatura de George McGovern.
Entre paradas, Redford conversaba con los periodistas políticos y de espectáculos que lo seguían. Todo el mundo comentaba por lo bajo sobre un allanamiento que había tenido lugar dos semanas antes en la sede del Comité Nacional Demócrata en el complejo Watergate de Washington.
Redford recuerda que preguntó “¿Y qué pasó con eso? ¿Fueron los cubanos?”, en referencia a los cuatro sospechosos, que eran cubanoestadounidenses. Las miradas de reojo y las sonrisas enigmáticas de los periodistas le sugirieron que sabían más de lo que decían. “Había cierta complicidad entre ellos”, dijo el actor en ese entonces al periódico.

Y cuanto más avanzaba la conversación, más frustración sentía Redford por el cinismo de los periodistas acerca de lo que parecía ser una historia explosiva, trepidante y decisiva para la historia de su país. El sentimiento de los medios era: “Nunca lo vamos a saber, no hay mucho qué hacer”.
Cuando Redford les preguntaba a los periodistas cómo era posible que no denunciaran el caso, ellos le respondían que no había tiempo, que no contaban con el apoyo de sus editores y que el próximo mandatario estadounidense, Nixon, seguramente se encargaría de pulverizar cualquier denuncia pública.
Tras el viaje, Redford se fue a su casa de Utah, donde se preparaba para filmar Nuestros años felices, y leyó todo lo que pudo acerca del allanamiento y el caso Watergate. “Y después, cuando empezaron a aparecer los artículos de Woodward y Bernstein, resultó que tenía razón”, comentó.

Con ambos periodistas ya célebres tras el escándalo de Watergate, y con conceptos como “garganta profunda” escalando en el léxico periodístico, Redford empezó a insistir con sus cercanos de perfilar a Woodward y Bernstein.
“Pensé que había un gran potencial para un análisis de personajes”, recordó Redford, refiriéndose a Woodward: blanco, anglosajón y prostestante, republicano, graduado de Yale; y a Bernstein: judío, liberal y de pelo largo. “Dos tipos que no podían ser más diferentes. Religiones diferentes, ideas políticas diferentes, todo diferente. Y, sin embargo, tenían que trabajar juntos y no se caían muy bien. Dije: ‘Caramba, parece una interesante peliculita en blanco y negro”.
Redford empezó a intentar contactarlos. “No me devolvían las llamadas”, fue el portazo que recibió.
A la caza de Hollywood
Los periodistas no estaban interesados en relacionarse con personalidades de Hollywood. Hasta que Redford, filmando El golpe en Chicago, llamó a Woodward. Después de mucho insistir, se juntaron en Nueva York y Redford presintió que los tenía: la película había dado su primer paso.

En abril de 1974, unos meses antes de que se publicara el libro Todos los hombres del presidente, Redford acordó comprar los derechos de la película por 450.000 dólares, una cifra exorbitante e impactante para aquel momento. (Ya había influido en el libro al sugerir a los autores que deberían convertirse ellos en los protagonistas de su investigación y de su libro, en lugar de enfocarse en los criminales).
También debieron convencer a The Washington Post. Lo hicieron y el proyecto ya estaba marcha. Costó, pero Redford se salió con la suya.
Redford no tiene dudas acerca de la representación de la historia en su película. “Estoy orgulloso de la historia, porque mostró el punto más alto del periodismo y el punto más bajo de la política”, dijo alguna vez.
En los años posteriores, el intérprete también se dio tiempo para hablar del periodismo vinculado a la política y al cine. “El periodismo siempre ha estado bajo amenaza”, dijo al periódico español El Mundo.
Redford, desde su estatus de estrella, amplificó uno de los trabajos más ásperos de las comunicaciones globales.
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