Las series sacuden y profetizan el caos mundial

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House of cards. Foto: Netflix

Las producciones no sólo se inspiran en hechos reales, sino que a veces se adelantan a ellos y hasta se convierten en partícipes: la trama rusa, Facebook y los escándalos de Brasil hoy están en pantalla. Ante la marcha veloz del presente, la TV también ha empezado a moldear el futuro.


"Los Simpson ya lo hicieron", se llamaba un episodio de la sexta temporada de South Park. En el capítulo, la broma recurrente era que cada trama que uno de los protagonistas intentaba inventar, ya había salido en la serie de la familia amarilla. Una clara broma interna de los creadores del programa, que asumían que poco podían hacer que la serie de Matt Groening no hubiera hecho de alguna forma antes.

Pero con los años, el dicho mutó: "Los Simpsons lo dijeron". El poder de la serie animada de anticiparse a sus tiempos no sólo se aplicaba al terreno de la ficción, sino también a la vida real, con una serie de "predicciones" a lo largo de los años que han obsesionado a las comunidades de internet. Desde lo simplemente inexplicable, como la presidencia de Trump (la que anticiparon en 2000) y la compra de Fox por Disney (a la que se adelantaron el 98), a lo anecdótico y probablemente accidental (el partido de Portugal y México en la Copa Confederaciones), los de Springfield tienen fama de prever lo que va a pasar. Aunque la sorpresa siempre viene acompañada de la explicación lógica: son bromas que resultaron tener algo de verdad, eventualmente.

Distinto, y algo más sorprendente, es el caso reciente de House of cards. Durante las últimas semanas, se ha vuelto a comentar una trama de la cuarta temporada de la serie, donde Frank Underwood (Kevin Spacey) utiliza a un hacker para obtener datos personales de cientos de miles de usuarios a través de internet, adaptando así los temas de su campaña a los gustos e interesas de los votantes (en su defensa, su rival estaba haciendo básicamente lo mismo). Un hecho que se parece escalofriantemente al escándalo actual de Facebook, donde se descubrió que por años los datos personales de cerca de 90 millones de usuarios fueron obtenidos -sin permiso de estos- por la firma Cambridge Analytica, que vendía esta información, a modo de asesorías, a campañas políticas para que pudieran conocer los intereses de su electorado. Información que habría ayudado a Donald Trump a llegar al poder, además de la campaña del llamado Brexit en Reino Unido.

Las similitudes se quedan, por el momento, allí (en la serie, el hacker también ayuda a Underwood a fingir un ataque terrorista y a cometer fraude electoral. Termina sospechosamente muerto).

Pero la trama sucedió en 2016, dos años antes de que el escándalo estallara ante la opinión pública.

El caso de House of cards es curioso, pero no inexplicable. De hecho, responde a una tendencia en las series políticas modernas: frente a una contingencia marcada por la era Trump, en donde los escándalos son pan de cada día, no sólo hay que inspirarse en el presente, que rápidamente quedará obsoleto, sino pensar en qué podría pasar en el futuro. Y lo de Facebook y Cambridge Analytica será exasperante, pero pocos podrían decir que nunca imaginaron que algo así podría pasar.

Carrera contra la contingencia

House of cards no es el único thriller político que ha logrado adelantarse a la realidad en su búsqueda por capturar el espíritu del presente. Homeland, serie cuyos creadores han insistido en múltiples ocasiones que no pretende ser un reflejo de la realidad, también se ha visto el último tiempo conectada de forma directa a la verdadera Casa Blanca. En su sexta temporada, estrenada a comienzos del año pasado días antes del arribo de Trump como Presidente de Estados Unidos, la serie iba mostrando con el correr de los capítulos algunos conflictos casi a la par que sucedían en el mundo real: un nuevo presidente, mujer en el caso de la serie, enfrentándose públicamente con sus servicios de inteligencia, desde la CIA hasta el FBI, y grupos organizados expandiendo noticias falsas por la red. Claro, si bien emitidos a la par, esos episodios fueron escritos y filmados antes de que titulares similares se tomaran las portadas de los diarios en Washington. De hecho, las historias estaban listas antes de que Trump saliera electo.

No todo es anticiparse, sino también alcanzar el ritmo de la realidad: para una serie que suele usar tramas que rayan en lo absurdo, la temporada actual de Homeland tiene a los rusos como villanos interviniendo en la política estadounidense. Algo que habría sido descabellado hace algunos años. Hoy, no tanto.

Pero Estados Unidos no tiene el monopolio del interés de la televisión por la contingencia. El 23 de marzo Netflix estrenó El mecanismo, serie sobre la operación Lava-Jato, el escándalo de corrupción más grande en la historia de Brasil.

No hay sorpresa entre los símiles entre la historia con la realidad, después de todo, está basada en ella. Pero sí en que la serie haya llegado a la pantalla el mismo día en que Pedro Pablo Kuczynski, Presidente de Perú, renunciaba a su cargo por uno de los coletazos sudamericanos del caso en el que se vio involucrado, y días antes que Luiz Inácio Lula da Silva, ex Presidente brasileño , fuera enviado a la cárcel por su relación con el escándalo. No es de extrañar que la televisión sea más hábil en representar directamente hechos reales que el cine. Después de todo, una película puede tardar años en realizarse. La TV tiene un margen de meses.

Aún así, la fuente de inspiración es un arma de doble filo. La realidad va cada vez más rápido. La misma Robin Wright de House of cards dijo medio en broma medio en serio que la presidencia de Trump estaba arruinando la serie, adelantándose a posibles tramas incluso antes de filmarlas. Reclamo similar hicieron los guionistas de la comedia Veep, de HBO, asegurando que durante el último ciclo debieron editar varias bromas a último minuto, ya que Trump tuiteaba algo que hacía que el chiste dejara de ser gracioso. La tarea es difícil: seguirle el paso a un mundo caótico, en donde lo desquiciado se ha vuelto la norma. En esa permanente persecución, la televisión a veces gana.

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