Columna de Ascanio Cavallo: El dedo en el viento

Mario Tellez / La Tercera

Los numerosos marineros de la política chilena parecen haber llegado a la conclusión de que el aire está soplando en la dirección de una renovación completa del personal a bordo y que las sucesivas elecciones del 2021 culminarán en una presidencial de rostros nuevos.



En una vieja película de 1944, un grupo de náufragos le pide a un marinero que les aclare hacia dónde sopla el viento. El marinero levanta un dedo, palpa el aire e indica una dirección. Nunca se sabe si el marinero ha mentido. Tras levantar muchas veces el dedo, los numerosos marineros de la política chilena parecen haber llegado a la conclusión de que el aire está soplando en la dirección de una renovación completa del personal a bordo y que las sucesivas elecciones del 2021 culminarán en una presidencial de rostros nuevos.

Por nuevos hay que entender a la generación que está debajo de los 50 años y que lleva algún tiempo en la política, aunque no en la primera línea. Si esto es así, entonces el requisito que ha primado hasta aquí, el conocimiento del público, no tendría la misma importancia que tuvo en el pasado. Durante 30 años, los chilenos han elegido presidentes que venían ungidos de antemano, instalados en las encuestas con más de un año de anticipación. Sólo Joaquín Lavín ofreció una sorpresa en 1999, pero al final no ganó. Entrar al ruedo a 10 meses del voto sería una novedad, pero los marineros creen que el nuevo año se está formando de novedades.

Por lo demás, la cuestión intergeneracional está en el centro de los problemas de Chile. La distancia creciente entre los líderes dominantes y las personas que acuden a votar ha contribuido a la percepción de un sistema político atrofiado, momificado y sin aire, contra el cual se cargan cada vez más culpas, incluyendo las fantasiosas.

Hay quienes creen que Michelle Bachelet dio un “dedazo”, como decían los mexicanos cuando reinaba el PRI, al firmar una carta promoviendo a su exministra Paula Narváez. Un día después, también la apoyó la senadora Isabel Allende, con lo cual Narváez consiguió en 48 horas la certificación de los dos apellidos principales del PS.

En el esquema de círculos concéntricos que plantean las coaliciones, esta es una noticia devastadora primeramente para los otros aspirantes socialistas, que ahora se recriminarán por haber dudado mucho antes de lanzarse a una campaña en forma. Los dañados: Álvaro Elizalde, más vacilante que sus promotores, y José Miguel Insulza, que nunca ha sido de gatillo rápido.

El segundo círculo son los aliados del PS, el PPD, el PRSD, el PRO y la DC. Hasta ahora, en esos cinco partidos había seis precandidatos -Heraldo Muñoz, Jorge Tarud, Francisco Vidal, Carlos Maldonado, Ximena Rincón, Alberto Undurraga-, todos exministros (excepto Tarud) y todos aspirantes a un endoso como el de Bachelet. Pero es verdad que, si se imponen en sus respectivos partidos, cualquiera puede aspirar a medirse en una primaria con una candidatura socialista. Por lo tanto, para ellos la señal de Bachelet es un perjuicio grande, pero no definitivo.

El tercer círculo es, en realidad, imaginario. Sólo se lo forma quien cree que es posible que toda la izquierda se reúna en algún punto del 2021. Pero esto se divisa coyuntural y estructuralmente inviable. Por primera vez, el PC ha logrado crear un proyecto hegemónico, subordinar al Frente Amplio y disponer de un candidato competitivo. Esa es una excelente razón para que mantenga su línea. Y es una razón todavía mejor para que la ex Concertación no quiera subir a un tren donde sería vagón de cola y, por el contrario, procure hacerse de una candidatura fuerte. La única forma de que ese panorama cambiara es que, después de un tiempo, se vayan todos para la casa y emerja alguien completamente distinto (no hay que olvidar que Bachelet mostró interés por Izkia Siches). Pero para eso sí que el calendario es demasiado estrecho.

La apuesta de las izquierdas por las caras nuevas -en el sentido en que Paula Narváez y Daniel Jadue pueden serlo- es correlativa con lo que está pasando en la derecha: no hay contaminación con el Congreso, ni con escándalos reales o supuestos, ni con grupos bajo sospecha. Narváez, como cualquiera que haya sido ministro, puede ser impulsada por una figura como Bachelet, pero después tendrá que matar a su progenitura, porque caras nuevas también significa caras liberadas, despejadas de las sombras que distribuyó el 18-O sobre la historia reciente. El único que ya ha hecho eso está en la derecha -Mario Desbordes-, pero no es claro si lo ha ejecutado en el momento adecuado. En buena medida, esta campaña presidencial ha empezado a ser una cuestión de exactitud en las oportunidades.

Comparada con todas las anteriores, esta campaña presidencial está retrasada. Por eso no es raro que una sencilla carta de apoyo haya causado todo el zafarrancho que está a la vista. Pero sí es curioso que Bachelet haya roto con la prescindencia que se espera de los expresidentes. En verdad, quien la trizó primero fue Ricardo Lagos, cuando la prefirió a ella sobre Soledad Alvear, pero eso ha sido reconocido repetidamente como un tropiezo. Y después no ha habido oportunidad de reponer nada, porque Chile se ha pasado 16 años entre dos presidentes.

El retraso había hecho pensar que las otras elecciones -constituyentes, gobernadores, alcaldes- serían las que configurarían el proyecto presidencial. Sería la carreta delante de los bueyes, porque quien tendrá que manejar el difícil Chile desde el 2022 será quien gane la Presidencia. Y esto quiere decir que para lograrlo tendrá que subordinar primero las otras elecciones -como ya empieza a ocurrir- y enseguida dirigir una campaña con una densidad nunca antes vista, mezcla de programa de gobierno con proyecto de refundación institucional.

Si es verdad que el viento sopla en esa dirección -si los marineros no se equivocan-, esta podría ser también la elección más novedosa en un siglo.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.