Columna de Javier Sajuria: Si el centro existe, ¿qué es el centro?

Foto: Andres Perez

Es cierto que una parte importante de la ciudadanía se ha ido retirando voluntariamente del proceso político desde el retorno a la democracia, y que esa tendencia se profundizó después de la incorporación del voto voluntario en 2013. Pero atribuirle homogeneidad a ese segmento no es consistente con lo poco que lo conocemos.


La discusión sobre las listas al Consejo Constitucional ha dado pie a una nueva edición de una de las obsesiones de la élite chilena: el centro político. Entre quienes plantean que en el centro está el futuro y aquellos que lo tratan de espurio, pareciera que nos estamos saltando la discusión sobre qué es el centro y cuál es su verdadera relevancia política.

Para algunos, como Carlos Peña, el centro obedece a las teorías tradicionales de la modernización económica. Así, el centro sería esa clase media que busca la moderación para evitar el avance de posiciones extremas que pongan en riesgo sus propios avances en la estructura capitalista. Desde el punto de vista ideológico, hay quienes definen al centro como quienes simplemente se ubican entre la izquierda y la derecha, pero sin criticar los principios de la sociedad neoliberal, buscan que sus beneficios se distribuyan de mejor manera. En ambos casos, las teorías parecen no tener mayor asidero en la evidencia, ya que el centro, como construcción social, no existe más allá de lo que cada uno busca en sus estrategias electorales.

Donde sí existe el centro, más o menos con los principios que menciono, es dentro de la élite. Ya sea por motivos programáticos o pragmáticos, hay un territorio en disputa entre quienes buscan llevar la bandera de la moderación. Sin embargo, ese afán por encontrar enemigos en los otros espacios ideológicos puede llevar, como ha advertido Noam Titelman, a la creación de una ultra de centro. Hoy, vemos algo parecido entre quienes promueven la técnica (“los expertos”) por sobre la política.

En medio de un proceso electoral, entonces, queda la pregunta sobre si tiene algún asidero hablar del centro en términos de sus votantes. En su columna dominical, Peña le asigna una serie de atributos a este grupo, que correspondería a un 60% de personas. A pesar de reconocer que son grupos dispersos, plantea con una seguridad admirable cuáles son sus características ideológicas comunes. El problema es que la evidencia es mucho menos concluyente.

Es cierto que una parte importante de la ciudadanía se ha ido retirando voluntariamente del proceso político desde el retorno a la democracia, y que esa tendencia se profundizó después de la incorporación del voto voluntario en 2013. Pero atribuirle homogeneidad a ese segmento no es consistente con lo poco que lo conocemos. Las encuestas, por ejemplo, tienen cada vez más problemas para llegar a los no votantes y, cuando lo logran, sus opiniones suelen ser inconsistentes en el tiempo. Esto no es sorpresivo para quienes trabajamos en temas de opinión pública, ya que gran parte de las opiniones son una mezcla de predisposiciones e información. Por lo tanto, mientras más débiles son esas predisposiciones (por ejemplo, la ideología), más sensible se hace la opinión ante nuevos flujos de información.

No hay que confundir la volatilidad con la moderación, ni tampoco la ausencia de identificación política con el centro. Lo que hoy abunda es un rechazo a las formas e instituciones políticas, que se aleja mucho del ideal centrista que parece dejar sin sueño a algunos.

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