Columna de Hatem Dasuky: Alfonso Swett Opazo, in memoriam
Por Hatem Dasyky, periodista y ex diplomático.
Tuve el honor y el privilegio de ser amigo de Alfonso. Todavía no me repongo de su ausencia. Nos conocimos cuando él presidía la CPC y yo era el Encargado de Negocios de la Embajada de Colombia en Chile. Nuestra visión común sobre el denominado estallido social hizo que creciera una amistad sincera que con el tiempo se extendió a nuestras familias y amigos comunes.
Decía que yo era su alma gemela por la cantidad de cosas que teníamos en común, como por ejemplo que en algún momento de la vida pensamos ser curas, porque tuvimos hijas y las adoramos, porque podíamos pasar una jornada social sin licor, solo con una Coca Cola, por la preocupación sobre el futuro político y social de América Latina y porque por encima de todo estaba siempre la familia, entre otras tantas casualidades.
Por supuesto que era pura generosidad de su parte, Alfonso era un hombre maravilloso con un carisma y liderazgo envidiable que cualquier mortal como yo desearía.
De su trayectoria empresarial y académica se sabe mucho y todo se ha dicho, pero del Alfonso de carne y hueso, poco.
Su amor por Ximena y la Isabelita era sobrenatural, cuando hablaba de ellas se le iluminaban los ojos y sonreía con ese gesto tan característico en el que se le arrugaba la nariz. Se sentía orgulloso de sus hijas, estaba feliz con la boda de María Francisca a donde pensábamos vernos el 28 de diciembre. Un papá ejemplar para ella, Margarita María, Josefina Antonia y María Isabel.
Fue un hijo ejemplar con un inmenso respeto y admiración por Don Alfonso y Doña Isabel. Comprometido y preocupado por sus hermanos, Sebastián, Carolina y Macarena. Un recuerdo también a Felipe Larraín, su mejor amigo, y para Soledad, su mano derecha en Forus.
Mi abrazo desde la distancia para todos.
Alfonso, no tengo duda, está al lado de Dios, era uno de sus mejores hijos y es el lugar que en vida mereció.
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