Perú: el coronavirus se ensaña con el país que aplicó un confinamiento temprano

La Catedral de Lima rinde un homenaje a los fallecidos por coronavirus en el país.

El Presidente Martín Vizcarra cerró fronteras y decretó la orden de quedarse en casa cuando apenas tenían 71 casos. Sin embargo, problemas estructurales han mostrado que estas medidas no fueron suficientes.


Perú implementó uno de los confinamientos más estrictos del hemisferio occidental con miras a controlar la epidemia del coronavirus, pero las medidas no se visualizaban en abril, cuando se veía a un montón de mujeres a empujones en el pequeño puesto de venta de pollos de Katherine Rivera. Todas estaban comprando comida durante uno de los pocos días permitidos por el Presidente Martín Vizcarra.

En un esfuerzo por mantener a las personas dentro de sus casas se ordenó que las mujeres y los hombres pudieran dejar sus hogares solo en días alternados de la semana, mientras que el domingo nadie podía salir. El resultado fue que grandes multitudes de mujeres, que en Perú se encargan de la compras de mercadería, se dirigieran hacia los mercados en los días designados. “Ellas compraban tanto que era como si el mundo se fuera a acabar”, dijo Rivera, quien tuvo fiebre y diarrea luego de contraer coronavirus en el Mercado San Felipe de Lima, donde el 40% de los trabajadores han dado positivo por la enfermedad desde comienzos de mayo. “Fue horrible. Definitivamente no estábamos preparados”.

Tres meses después de que Vizcarra desplegó soldados en las calles y cerró casi todos los negocios, Perú está haciendo frente al peor brote aparte de Brasil. Pero a diferencia de ese país, cuyo Presidente (Jair Bolsonaro) le restó importancia a los peligros del coronavirus y no instauró un confinamiento nacional, Perú fue aplaudido por implementar rápidamente políticas estrictas para que las personas se quedaran en sus casas.

El 16 de marzo, cuando Perú tenía 71 casos de coronavirus y ningún muerto, el gobierno cerró sus fronteras, prohibió los viajes domésticos y bloqueó la apertura de los negocios no esenciales. Detuvo también a miles de personas que violaron el toque de queda nocturno. Multó a otros por no usar mascarillas o por conducir sin un permiso.

La mala situación de Perú pone de manifiesto la lucha que enfrentan los países en vías de desarrollo, que ahora soportan la peor parte de la pandemia. Así, esto muestra cómo las medidas más amplias, como el confinamiento, pueden ser socavadas debido a problemas estructurales. En Perú, esos problemas incluyen un sistema de salud reducido, una inmensa economía informal en la que el 70% de la fuerza laboral no tiene una red de seguridad social y la existencia de profundas desigualdades, que significa que la mayoría de las personas no tiene cuentas corrientes o refrigeradores, mientras que a muchos otros les falta agua potable. Esas realidades persisten en Perú pese a los años de un robusto crecimiento económico que le valió los elogios de Wall Street.

Como resultado, los críticos ahora dicen que algunas de las políticas aplicadas terminaron siendo contraproducentes, ya que llevaron a que mucha gente fuera a los mercados o a los bancos, lugares que se convirtieron en caldo de cultivo para los contagios en las primeras semanas del confinamiento, cuando aún había una oportunidad de controlar la pandemia.

“La severidad del confinamiento fue, en realidad, contraproducente”, dijo Carlos Ganoza, un experto de políticas públicas y un execonomista del gobierno. “Puedes tener a las personas en sus casas el 99% del tiempo y el otro 1% los tienes mezclándose todos juntos. Eso sería una política terrible y eso es básicamente lo que hizo el confinamiento en Perú”.

El resultado es que las medidas similares a las de Perú, que funcionaron en Milán y Madrid, fueron menos efectivas aquí.

Hoy, este país de 30 millones de habitantes tiene 232.992 casos confirmados, superando a Francia, y se encuentra en camino de exceder en números a Italia en los próximos días, según la Universidad de Johns Hopkins. La cifra de muertos oficiales llega a 6.860, pero al igual que otros países es probable que el número real sea más alto. En abril y mayo, 36.020 personas murieron en Perú, más que el doble que durante el mismo periodo desde 2017 a 2019, según información del ministerio de Salud.

Hasta ahora, el confinamiento no ha revertido la curva del coronavirus. Los hospitales permanecen sobrepasados con pacientes, mientras que sus parientes de forma desesperada buscan los escasos tanques de oxígeno. Algunas autoridades han acusado de traición a las empresas que suministran oxígeno por el sobreprecio en medio de la creciente demanda.

Los expertos temen que un virus, que ha golpeado de manera desproporcionada a los barrios más pobres y sobrepoblados, se expanda aún más a medida que el gobierno reabra la economía, que el Banco Mundial espera que se contraiga 12% este año, siendo la peor cifra en América Latina.

“No hay nada que indique que la situación vaya a mejorar”, dijo Ricardo Fort, un investigador en el centro de estudios de Lima Grade. “El sistema completo está casi hecho para el desastre en una pandemia como esta”.

Los funcionarios aquí dicen que las medidas han disminuido el crecimiento de la pandemia, al entregar tiempo para almacenar ventiladores y agregar cientos de camas nuevas. También permitió a los funcionarios de salud a que aumentaran el testeo, dándole a Perú una de las mayores tasas per cápita de testeo en América Latina. Sin un confinamiento, el número de casos sería cinco veces más alto, dijo el ministro de Salud Víctor Zamora. “Eso nos permitió salvar muchas vidas”, sostuvo.

Pero el gobierno también reconoce que algunas políticas fueron erróneas, incluyendo la orden de determinar qué días las mujeres y los hombres podían salir de sus casas, la que se dejó de aplicar en abril.

Los peruanos respaldaron estas reglas severas, ya que un sondeo de Ipsos reveló que el 95% de los consultados aprobaba las medidas. Información de Google mostró que más personas se quedaron dentro de sus casas en comparación a otros países de América Latina, ya que el caótico tráfico de Lima desapareció de un día para otro.

Cuando las personas salían a menudo iban al mismo lugar. Afuera de los bancos se formaron grandes filas con personas que esperaban los pagos del gobierno, destinados a ayudar a que las familias más pobres sobrevivieran el confinamiento. Cerca del 60% de los peruanos no tiene cuenta corriente, según el Banco Mundial, y se vieron forzados a ir a una sucursal bancaria para obtener efectivo.

Los mercados de alimentos, donde la mayoría de los peruanos compra su comida, se convirtieron en otro caldo de cultivo para el virus, que se expandió rápidamente entre los pasillos angostos y mal ventilados. A diferencia de Europa y Estados Unidos, la mayoría de las personas aquí -a menudo- compra solo lo suficiente en mercadería para un día o dos, en parte por costumbre, pero también debido a la falta de dinero. La mayoría no puede guardar carne y productos lácteos por mucho tiempo, ya que la mitad de los hogares no tiene refrigeradores, según la agencia de estadísticas del gobierno.

En lugar de manejar a las multitudes, extendiendo los horarios de atención o creando lugares pequeños temporales para comprar comida, la autoridad limitó el tiempo y los días para comprar, a veces con poca antelación.

Un par de días antes de Semana Santa, Vizcarra anunció un confinamiento total para esos días. La medida pilló a las personas desprevenidas y fueron rápidamente a los mercados. Las autoridades habían prohibido los servicios de delivery y cerraron los restaurantes, incluso para las comidas para llevar.

Los expertos dicen que las autoridades fueron lentas para hacer frente los riesgos en los mercados, ya que esperaron semanas ya estando en confinamiento para comenzar a testear a los trabajadores. Inicialmente, hubo pocos esfuerzos para manejar a las masas, que aumentaron en las calles fuera de los mercados, las que atrajeron a muchas personas que habían perdido sus trabajos y estaban vendiendo mascarillas y verduras. Un portavoz del gobierno no respondió a las peticiones para comentarios.

Naomi Aquino, de 19 años, respaldó las duras medidas. Sin embargo, no pudo quedarse en casa por mucho tiempo. A comienzos del confinamiento, comenzó a vender paltas de una caja fuera del mercado de Lima para ayudar a sus padres, su hermana menor y sus abuelos. “Cada día que no vendo paltas es un día que no hay comida en la casa”, dijo Aquino, que usa una mascarilla roja.

Los infectados mercados fueron cerrados y limpiados en mayo, y se les permitió reabrir solo después de implementar reglas y mantener distanciamiento social.

Para entrar al Mercado San Felipe los compradores ahora se lavan sus manos y se les toma la temperatura. Dentro, ellos siguen las flechas que dirigen a las personas. Las señales les recuerdan mantener un metro de distancia.

Jessica Balbín vende pasta y huevos detrás de un panel de plástico. Ella dio positivo para el virus, pero no tenía síntomas. Después de la autocuarentena volvió a trabajar usando una mascarilla, guantes y una red de pelo.

“No sabemos cuánta gente está realmente enferma”, dijo. “Si ellos hubieran hecho esto desde el comienzo, habría sido mejor”.

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