40 horas



SEÑOR DIRECTOR:

Detrás de la reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales existen suficientes argumentos que dan cuenta de la necesidad de su implementación. Por de pronto, la conciliación entre el trabajo y la vida familiar, la reducción del ausentismo y de los accidentes laborales, son algunas de las razones que se invocan a menudo y que tienen asidero en la evidencia.

Ahora bien, no debemos olvidar los desafíos económicos que supone esta reforma. La Comisión Nacional de Evaluación y Productividad (CNEP) analizó técnicamente el proyecto de ley, y concluyó que su implementación podría ocasionar una caída de 5% en las horas efectivamente trabajadas, una reducción de los salarios reales de hasta un 5,5%, y una disminución del crecimiento del PIB anual de hasta un 1,5%.

Por ello, los expertos recomiendan -además de la progresividad en su implementación- flexibilizar la jornada laboral ordinaria, previo acuerdo entre las partes. En esta línea, se propone establecer ciclos de uno o tres meses (según pacten las partes), donde el total de horas trabajadas no supere, en promedio, las 40 horas por semana. Es decir, algunas semanas se podrá trabajar más de 40 horas y otras menos. Lo que importa es que el promedio del ciclo sean 40 horas por semana. Si esto se acompaña con ciertas garantías para los trabajadores y un rol activo de los sindicatos, el fantasma de la precarización del trabajo desaparecería y, de paso, nos encaminaríamos en la senda ya recorrida por algunos de los países más productivos de la OCDE, como Suecia, Países Bajos, Alemania y Dinamarca.

Francisco Medina K.

IdeaPaís

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