Columna de Daniela Lagos: Yo nunca: drama, comedia y los dolores de crecer

La apuesta de la serie de Netflix -hoy en su segunda temporada- no es sólo mostrar un elenco distinto al que suele verse en televisión, sino que también poner al centro de la historia, junto con las clásicas angustias de corazones rotos y clases demasiado complicadas, una conversación sobre el duelo.



El año pasado, Netflix estrenó la primera temporada de Yo nunca, una mezcla de comedia y drama sobre una chica adolescente, producción con la que trajo a la pantalla una propuesta refrescante respecto a los culebrones escolares.

El primer acierto radicaba en su elenco: en el papel protagónico estaba una chica de ascendencia india (Maitreyi Ramakrishnan) y, alrededor de ella, su familia, sus mejores amigas (de familias latina y hongkonesa) y el chico que no puede dejar de mirar, el más deseado de todo el colegio, y que de paso es japonés-americano.

Pero la apuesta no era sólo por mostrar un elenco distinto al que suele verse en televisión, sino que también poner al centro de la historia, junto con las clásicas angustias de corazones rotos y clases demasiado complicadas, una conversación sobre el duelo. Sobre cómo una chica sigue adelante luego de perder a su padre y quedar sólo con una madre con la que no parecen poder conectar.

Y todo esto narrado nada menos que por el tenista John McEnroe, que se presenta como John McEnroe, habla de sí mismo en la mitad de los capítulos y tiene fuertes opiniones respecto de las decisiones que toma la protagonista.

Con estos elementos en la juguera, Yo nunca fue de a poco ganando seguidores, y ahora el estreno de la segunda temporada tenía un nombre que dejar bien parado. Y para dejar el suspenso de lado, hay que subrayar que la serie no decepciona. Quizás no es mejor que el ciclo debut, pero sin duda están ahí el humor a veces absurdo, las inseguridades, las malas decisiones, los cuestionamientos.

Con series como Euphoria y We are who we are se puede decir sin duda que las ficciones con protagonistas adolescentes están viviendo un gran momento, con posibilidades de historias distintas y que muestran el lado más inquietante de lo que es ser una persona joven, pero eso no quiere decir que no haya espacio para historias más “blancas”, con dramas menos intensos, y producciones como Atypical o Yo nunca demuestran que hacer esas historias tampoco es hablar de nada, o solamente de presentar historias tipo “no le gusto al que me gusta”.

Se puede lograr un buen equilibrio, ser a ratos livianos y absurdos y en otros presentar las angustias del crecimiento. Mostrar personajes que presentan otras culturas sin saltar al extremo del estereotipo. Hablar de amistad, crianza y relaciones de una forma entretenida y, por qué no, para toda la familia.

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