Columna de Juan Ignacio Brito: Donde calienta el sol



En apenas meses, pasamos del embeleso con la violencia y la protesta social al amor a los Carabineros y el orden. No en vano alguna vez fuimos tachados de “maníaco-depresivos” por un presidente del Banco Central. Nos gusta salir de una beatería para entrar sin pausa en otra.

Así, hoy resulta inaceptable lo que ayer recibía aplausos entusiastas (y viceversa). Lo sufrió la periodista Paulina de Allende-Salazar. Hace un tiempo, nadie chistó cuando trató con rudeza impropia al candidato José Antonio Kast en una entrevista televisiva. En esa época era bien visto. Pero las cosas cambiaron y ella no pareció advertirlo. Se equivocó y pronunció lo hoy indecible. El traspié le costó caro: fue crucificada en plena Semana Santa. La airada reacción de Carabineros, el veto de un general sobre empoderado y la entreguista respuesta de su empleador terminaron con la profesional en la calle. Aquí solo cabe recurrir a la sabiduría evangélica: quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Otros han sido más astutos y han sabido usar los tiempos para su conveniencia. Son los inefables, los que nunca quedan mal con nadie, los girasoles que siempre apuntan hacia la luz. Estos sobrevivientes no han recibido sanción alguna. Son la prensa populista, aquella que, antes de hablar, levanta el dedo para saber de qué lado sopla el viento. Abunda en la TV y en las redes sociales.

Antes estuvo con la “revuelta”. Entonces era rentable expulsar de los sets televisivos a los que se aferraban al viejo orden, empatizar con “la gente que lo pasa mal” (la frase es del conductor de un noticiero), hacer entrevistas zalameras a terroristas desde la cárcel, emitir programas donde se fumaba marihuana, se pedía la renuncia de Piñera y se aseguraba estar “con el pueblo”.

Ahora que las circunstancias cambiaron, esos mismos comunicadores han sepultado sus antiguas convicciones. Usan el púlpito para predicar otras, opuestas a las de antaño. En el mismo canal que despidió a De Allende-Salazar, uno de ellos se lamenta con gesto compungido: está “agotado con lo que estamos viviendo”. No le queda energía, “no da más”. Le duele “ver así” a “este país que quiero tanto”. Varios de sus colegas viajaron sin escalas desde la crítica feroz a la defensa cerril de Carabineros y la denuncia escandalizada del “clima que legitimó la violencia”. Sin pudor ni rubor, protagonizan una carrera de conversos hacia la nueva ortodoxia.

Molesta esta versión farisaica. El periodismo populista no solo desacredita a una profesión que se juega su prestigio minuto a minuto, sino que da un pobre servicio a la comunidad. Se equivocan los profesionales que pretenden encantar antes que informar. Y también las empresas mediales que recurren a idéntico criterio para despedir y contratar.

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