Opinión

El 4S también es fiesta patria

Foto: Andrés Pérez Andres Perez

La Convención Constitucional fue parida por la violencia callejera y actuó con la arrogancia de una fuerza de ocupación extranjera que pretende desmembrar y repartirse una patria ajena conquistada por la fuerza. Dado que su mandato había nacido del fuego, asumieron que el fuego era su mandato. Y su ambición fue reducir a cenizas la tradición institucional del país, los equilibrios políticos que sostienen la república y hasta los símbolos patrios. El odio a Chile y a su historia está presente en cada recoveco del texto, junto con un afán de repartija de botín entre todas las agrupaciones de plañideros profesionales que se conjuraron en su redacción.

Si el texto hubiera sido aprobado, hoy Chile sería un Estado fallido. Con sus fuerzas públicas desperdigadas y atadas de manos, con una descentralización que habría hecho al Estado más débil que cualquier organización criminal internacional, con la Araucanía entregada a terroristas y narcotraficantes, con municipios corruptos emitiendo deuda pública a destajo, con las ocupaciones de terrenos sin sanción alguna, y con un Estado central ineficiente, incapaz de ofrecer servicios básicos, pero abusivo, corrupto y arbitrario. Los capitales habrían dejado el país como alma perseguida por el diablo y el 18 de septiembre habría sido suplantado por el 18 de octubre, con la bandera negra, el perro matapacos y la mano en el ojo. A celebrar entre la mugre un país arrojado a la basura.

Ni la igualdad ciudadana, base de toda república, sobrevivía a la propuesta, que entregaba derechos según etnia y raza. Ahí donde cupiera una distinción odiosa, fue introducida.

Quien crea en la existencia del bien y del mal difícilmente podrá permanecer indiferente frente a lo ocurrido. Leyendo la propuesta, es visible que siembra discordia a destajo. Que la inspira la venganza, el odio y la desmesura. Y que destruye sin construir nada. El país propuesto es un desierto nivelado en nombre del resentimiento. Todo espolvoreado por una falsa alegría, una falsa esperanza y una falsa dignidad.

Respecto a sus principales redactores y defensores, ocurre como hacia el final de la serie japonesa “Full Metal Alchemist: Brotherhood”, cuando los protagonistas se enfrentan con la Envidia, que parece todopoderosa e inconmovible, pero al final, después de mucho batallar, se encuentran con un gusano enano e impotente al que es un desperdicio existencial odiar. No podía ser de otra manera. ¿Y qué eran, al final, Bassa, Loncón, Rojas Vade, Baradit, Stingo, Atria y tantos otros? Hoy da vergüenza escucharlos hablar con grandilocuencia. Dan lástima sus candidaturas a los cargos que juraban destruir. Dan risa sus intentos por raspar la olla de la muerta épica octubrista con la que hace tan poco incendiaban la pradera.

El gran desafío que tienen hoy las fuerzas unidas por el rechazo hace tres años es evitar caer en el antioctubrismo. Es decir, en una relación mimética con los promotores de la destrucción de Chile. Lo que se necesita es un proyecto grande y generoso, que devuelva la unidad a los chilenos y el cariño por la patria. Un proyecto inspirado en septiembre, y no en octubre. Que no nazca del odio a los que intentaron hacernos daño, sino del cariño por las generaciones pasadas, presentes y futuras, y sus ganas invencibles de sacar adelante a esta larga y angosta franja de tierra.

No es fácil pensar en esos términos en tiempos de bronca y agotamiento. Pero ojalá las fiestas patrias nos sirvan de inspiración y guía. Todos, en algún momento de las celebraciones de septiembre, hemos sentido gratitud por vivir en Chile. El desafío es convertir esa gratitud en ambiciones, instituciones y modales cotidianos que duren todo el año.

Por Pablo Ortúzar, investigador del IES.

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