Opinión

Mi vecino el Presidente

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Cuando se supo que Gabriel Boric había escogido el barrio Yungay para vivir en una casona de 13 dormitorios y 9 baños, los vecinos recibieron la noticia con esperanza. Imaginaron que su arribo traería algo de calma a un barrio severamente afectado por la nueva criminalidad que golpeó Chile luego de la pandemia y el estallido. Quizás eso también pensó el Presidente, que además quiso dar una señal política: eligió no vivir en la zona más acomodada del país como sus predecesores, incluyendo al compañero Salvador que redactaba sus revolucionarios discursos desde una mansión en la avenida Tomas Moro de Las Condes.

La intención era buena, pero el resultado fue justamente el contrario al buscado. En primer lugar los delitos no bajaron. De hecho subieron y sumaron el más terrible de todos que son los homicidios. El Barrio Yungay corresponde al Cuadrante 10 de Carabineros y según las estadísticas del Sistema Táctico Operativo Policial, los robos subieron un 24% entre 2021 y 2024. Pero el índice más preocupante son los homicidios. Como el Barrio Yungay se transformó en un mercado atractivo por su equidistancia con el centro y la periferia poniente, las bandas de crimen organizado se lo disputan a balazos.

¿Cómo es posible que esto haya ocurrido en un barrio presidencial custodiado por una veintena de carabineros elite? La respuesta es tan simple como cruda. La única misión de esos policías es proteger al Presidente para que pueda dormir, divertirse o caminar tranquilo y no pueden descuidarse para entregar seguridad al resto de los vecinos. Entonces se produce el efecto contrario al que buscaba Boric. Aumentó el contraste entre los beneficios que perciben los poderosos y la fragilidad que vive el ciudadano común.

El Presidente creó en su palacio del Barrio Yungay un microcosmos que se parece mucho a su gobierno. Un mundo paralelo similar al que se vive en el distrito donde Carolina Toha ganó la primaria oficialista y sus viudos lloran por la moderación perdida. Como hemos comentado en otras columnas. la autosegregación territorial genera un efecto alucinógeno que distorsiona severamente la percepción de la realidad. Si no sales de ese microcosmos, puedes pensar que la polarización se explica por los matinales o las redes sociales, y no por el deterioro objetivo en la calidad de vida y la seguridad de millones de chilenos.

No es casualidad que Franco Parisi –detestado e incomprendido en el distrito 11- tenga sus mejores resultados en las regiones del norte, que es donde más se han deteriorado las condiciones de vida debido a la migración irregular idealizada como derecho humano por la progresía bien pensante de izquierda y derecha. Es fácil ser moderado desde el interior de la casona presidencial, pero otra cosa es afuera, con los autos tuneados, las quitadas de droga o los ruidos de balazos y fuegos artificiales. Ahí es más probable que te pongas extremo, sobre todo si ese cambio se produce en pocos años como ocurrió en Chile.

Cuando Boric deje La Moneda se moverá a otro sector emblemático de clase media: la comuna de San Miguel, cuna de Los Prisioneros, el Llano y la Ciudad del Niño. Pero nuevamente existe el riesgo de crear un microcosmos. El asunto partió mal por la forma en que el Presidente compró su casa propia, con una tasa preferencial que ninguna persona de su edad puede alcanzar. Tampoco sentirá el temor de la delincuencia, ya que estará custodiado por carabineros, ni sufrirá la angustia del desempleo o los malabares para llegar a fin de mes gracias al salario millonario que recibirá como pensión vitalicia, incluyendo plata para financiar asesores y aduladores. Viviendo esa realidad urbana paralela, no me extrañaría que en pocos años Gabriel quiera volver a La Moneda para terminar lo que nunca inició, ahora desde San Miguel tarareando a González y Tapia.

Por Iván Poduje, arquitecto.

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