Luz Croxatto: "Me gusta envejecer. No quiero postergarlo"

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La actriz, guionista y profesora investigó sobre la vejez para la serie Los años dorados. Ahora es ella la que reflexiona sobre su propio proceso: "El que dijo que los 50 son los nuevos 30, ¡es un mentiroso!".




Paula 1225. Sábado 6 de mayo de 2017. Especial Belleza.

Nací junto con la tele en plena guerra fría, cuando en Santiago había cuncunas y golondrinas, el sol no te hacía daño y se podía ver la cordillera todos los días. Los niños comíamos de todo y el déficit atencional se superaba a punta de coscorrones. La autoridad de los profes y la santidad de los curas eran indiscutibles. Las mujeres no levantaban la voz y no existían los gays.

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Crecí en dictadura. Me puse a trabajar a los 18 y me fui de la casa. Estudié muchas cosas fascinantes y tuve grandes maestros.

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Mi hijo mayor tenía 5 años cuando volvió la democracia a Chile y cayó el muro de Berlín.

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Mis hijos crecen en una sociedad más diversa y más libre.

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El primer celular lo tuve a los 37 y el primer computador a los 39. Pensé que la internet sería la globalización del conocimiento y la sabiduría, pero no. Lo que se instaló es el imperio del narcisismo y la estupidez.

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Mi generación es la última en tenerles miedo a los padres y la primera en tenerles miedo a los hijos. Confieso que esa parte me supera. Los jóvenes me tienen hasta el cuernito.

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He amado, he viajado y me he reinventado las veces que he querido. Ahora quiero estar quieta.

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He vivido 55 años en este planeta. Ha sido un gran viaje y solo tengo razones para agradecer, pero no me nace hacer yoga, ni dejar de fumar, ni cuidar el colesterol, ni estirarme la cara, ni publicar nada en Instagram. Prefiero la naturaleza y el silencio que el carrete o la vida social.

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Esto de que a los 50 hay que tener la cara de los 40, el ímpetu sexual de los 30 y el tono muscular de los 20, para que te encuentren sana y vital, ¡es macabro! ¿Por qué para estar bien tengo que hacer un montón de cosas que no me interesan?

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No soy la de antes y no tengo atado con que se me noten las marcas del tiempo.

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Mi cuerpo me dice: "Cállate, siéntate y mira qué lindo ese árbol... qué rico el sol...", no me dice: "anda a subir el cerro, para que lubriques tus articulaciones y oxigenes tus pulmones".

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No quiero estar obligada a encontrar que los jóvenes son fantásticos, o que los hombres son todos unos pelotudos. Estoy chata de la conversación dirigida, de la manipulación emocional y de lo políticamente correcto. Ya no estoy disponible para hacerme la linda ni pintarle el mono a nadie.

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Disfruto como chancho en el barro, cuando me quedo sola en la casa y no tengo que atender a nadie.

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Quiero aprenderme los nombres ridículos de las plantas y las flores y comer lo que se me dé la gana. Escuchar la música que me gusta mientras ordeno mi casa. Mirar los pájaros en el jardín o ver la luna ponerse en el mar.

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Álvaro preparando el desayuno los domingos en la mañana me produce más placer que tirar. ¿Y qué? El que dijo que los 50 son los nuevos 30, ¡es un mentiroso!

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Pero anda a decirles estas cosas a tus amigas, porque de inmediato encuentran que estás deprimida y te mandan a terapia de pareja o a cursos de mindfullness.

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Esto de que a los 50 hay que tener la cara de los 40, el ímpetu sexual de los 30 y el tono muscular de los 20, para que te encuentren sana y vital, ¡es macabro! ¿Por qué para estar bien tengo que hacer un montón de cosas que no me interesan?

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Prefiero que mi cara tenga la misma edad que mis manos ¡y no pienso ir a Pilates!

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Me declaro menopaúsica y harta de la marea hormonal que significa ser mujer.

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Llevo 30 años disponiendo lo que se va a almorzar y ya no se me ocurre nada. No sé si quiero ser abuela y las redes sociales me aburren a morir.

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Me gusta envejecer. No quiero postergarlo.

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No quiero cuidarme tanto. No soy tan importante.

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Además, este asunto de la longevidad, me da más miedo que la muerte.

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