
El miedo a engordar enferma más que una empanada
En septiembre –dice la autora de esta columna– la comida es más que alimento: es historia compartida, risas y cuecas improvisadas. Reducirla a un número de calorías a números es mutilar lo humano.

Cada septiembre pasa lo mismo. En cuanto se acerca el “18”, los medios y las redes sociales se llenan de las mismas frases que no se cansan de repetir año tras año:
“¿Cuántas calorías tiene una empanada?”, “para quemar los cinco choripanes que comiste, tienes que pedalear tres horas”, “receta de empanadas fit para no salirte de la dieta durante este 18”, o el video que se hizo viral el año pasado, donde algunos profesionales de salud recomendaban bailar cueca y jugar juegos típicos para quemar calorías.
Por favor, voy a dejar toda la formalidad de lado porque ahora más que nunca el llamado es claro: paremos la tontera. El “18” no es cualquier fecha o celebración: es identidad, memoria, música, olor a carbón, sobremesas eternas y bailes que nos recuerdan nuestra infancia. Es una fiesta que comienza a planificarse con semanas de antelación y que puede durar varios días. Pero en vez de hablar de lo que significa sentarse juntos en una mesa, compartir, reír, abrazarse y cantar, nos bombardean con tablas de calorías y advertencias disfrazadas de “salud”. Y déjenme decirlo como nutricionista especialista en problemas alimenticios: eso que disfrazan de cuidado, no es cuidado. Es control.
Se dice que “la gente tiene derecho a saber qué come”. Correcto. Pero cuando la “información” se reduce a contar calorías, deja de ser educación y se convierte en un arma de vigilancia. El mensaje es siempre el mismo: tu cuerpo es un problema que hay que corregir.
Y ojo: no solo es absurdo, también es peligroso. Prohibir despierta más deseo; el deseo acumulado termina en sobreingestas y atracones; y los atracones, en descompensaciones graves. En personas con diabetes, por ejemplo, un ciclo de restricción-exceso puede llevar a hiperglucemias peligrosas y hasta riesgo de caer hospitalizados. Lo que se presenta como prevención termina siendo el gran detonante.
Lo más grave es que este discurso se enreda con el miedo a engordar, y de pronto mucha gente empieza a esquivar celebraciones por temor a “perder el control”. Así, no somos nosotros quienes decidimos con quién compartir, a qué fiesta ir o si disfrutar de la comida, sino ese miedo disfrazado de prudencia. Pero ojo: esa soledad maquillada de autocontrol también enferma, porque somos seres sociales, necesitamos comunidad y pertenencia. Y si hay una fecha donde eso se siente con más fuerza, es en las Fiestas Patrias.
¿Te suena la frase “ya rompí la dieta, mejor me como todo”? Ese pensamiento nace de la cultura de dietas. Y es un círculo vicioso que daña cuerpo y mente. La salida no está en más control, sino en construir una relación sana con la comida: comer con conciencia, sin culpa y entendiendo que la mesa es un espacio de goce, historia y vínculo.
Como explica la psicóloga Fernanda Mena, especialista en trastornos alimentarios y cofundadora de la clínica Libre Vivir: “La comida es mucho más que calorías: es un puente que nos conecta con otros, refuerza la pertenencia, la identidad cultural y la memoria afectiva. Los alimentos festivos evocan recuerdos familiares y nos recuerdan que, en las celebraciones, la comida no es un enemigo sino un vehículo de unión y disfrute”.
Una empanada en septiembre no es solo harina y fritura: es infancia, carcajadas, cuecas improvisadas y un pedazo de memoria colectiva. Un vaso de vino no es “calorías vacías”: es la excusa para brindar bajo una ramada llena de amigos. Reducir todo eso a números es mutilar lo humano.
Este septiembre, digámoslo fuerte: ¡basta de discursos culposos! La salud no se construye desde el miedo ni desde la calculadora, sino desde la confianza, la compañía y el disfrute. Porque en Chile la mesa no es un campo de batalla: es el corazón de la celebración. Y eso vale infinitamente más que cualquier tabla de calorías.
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