Paula

Más allá del mito del cuerpo delgado: cómo se viven los trastornos alimentarios en cuerpos grandes

“Me diagnosticaron anorexia nerviosa tipo restrictivo, pero no encajo en el estereotipo: tengo un TCA y soy gorda. En cada consulta médica mi diagnóstico se invisibiliza por mi cuerpo”, dice Martina. Su testimonio refleja una realidad extendida: vivir un trastorno alimentario en un cuerpo grande implica enfrentar no solo la enfermedad, sino también la incomprensión médica y social.

Cuando estudiaba nutrición, los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) eran casi invisibles. Recuerdo una única actividad en clases, con una guía que apenas rozaba el tema, y en cinco años de carrera solo una pregunta en una prueba. Y eso que hablamos de uno de los problemas de salud mental con mayor mortalidad en el mundo.

La sorpresa vino después, cuando empecé a conversar con colegas de distintas universidades: la historia se repetía. Un par de definiciones, una pincelada superficial y nada más. Pensé entonces que quizá en psicología se profundizaba más, porque —claro— son enfermedades de salud mental. Pero la respuesta fue igual de desalentadora: hace diez años tampoco se enseñaba en serio.

El resultado es evidente: profesionales con poco conocimiento, muchos mitos y pacientes a la deriva frente a un problema gravísimo. Uno de esos mitos —quizás el más dañino— es creer que los TCA solo “viven” en cuerpos extremadamente delgados.

Dentro de los TCA se encuentran los más conocidos —anorexia nerviosa, bulimia nerviosa y trastorno por atracón—, pero la realidad es mucho más compleja. Existen diagnósticos mixtos, atípicos o no especificados, y una misma persona puede transitar entre distintos cuadros si no recibe el tratamiento adecuado. Lo que sí es transversal es que los TCA no discriminan: atraviesan edad, género, etnia, clase social y, por supuesto, tamaño corporal.

Y en este último punto está la gran trampa. Vivimos en una sociedad profundamente pesocentrista, y el sistema de salud no es la excepción. Por eso diagnosticar un TCA en un cuerpo grande resulta tan complejo: la respuesta automática suele ser “haga dieta, baje de peso”. Como si el síntoma fuera la enfermedad.

Martina, una paciente que me acompaña hace años en este difícil camino, lo expresa con crudeza: “Me diagnosticaron anorexia nerviosa tipo restrictivo, pero no encajo en el estereotipo: tengo un TCA y soy gorda. En cada consulta médica mi diagnóstico se invisibiliza por mi cuerpo. De adolescente dejaba de comer, masticaba y botaba la comida, me provocaba vómito y me autolesionaba, pero nadie lo vio como un trastorno porque no era extremadamente delgada. Vivir con un TCA en un cuerpo gordo es vivir una doble vergüenza: estar lo bastante enferma para sufrirlo, pero no lo suficiente para que la sociedad lo valide. Mi cuerpo rompe estereotipos incluso para tener un TCA.”

Su testimonio refleja con claridad cómo el peso no solo condiciona el acceso a un diagnóstico adecuado, sino también el derecho a que el sufrimiento sea tomado en serio. Cuando la medicina invalida la experiencia de una persona por no encajar en la “imagen oficial” de la enfermedad, no solo falla en su deber clínico: perpetúa la violencia simbólica de un sistema que decide quién merece ayuda y quién debe seguir soportando en silencio.

Este sesgo de peso no se limita a los TCA, sino que atraviesa toda la medicina. Se asume que el tamaño corporal es la causa de las enfermedades metabólicas o crónicas no transmisibles, cuando en realidad el panorama es mucho más amplio. El resultado es predecible: se prescribe pérdida de peso como primera línea de tratamiento, incluso cuando esa misma indicación puede agravar el problema.

Un ejemplo claro: una persona con resistencia a la insulina y cuerpo grande probablemente recibirá como recomendación principal “hacer dieta y bajar de peso”. En cambio, si la misma condición la presenta alguien delgado, la indicación cambia: mejorar hábitos de alimentación y movimiento, cuidar el descanso, moderar el consumo de alcohol y, si es necesario, recurrir a medicación. Porque, claro, restringir demasiado en un cuerpo delgado puede ser peligroso.

La pregunta incómoda es: ¿qué pasa si esa persona gorda ya está restringiendo alimentos, obsesionada con la báscula y atrapada en mecanismos propios de un TCA? ¿Se le aplaude esa “disciplina” porque encaja con el mandato social de adelgazar?

Lo curioso es que cuando es una persona extremadamente delgada la que muestra la misma obsesión, entonces sí hay alarma, preocupación médica y protocolos de tratamiento. Pero si ocurre en un cuerpo gordo, se invisibiliza. Se confunde “síntoma” con “meta”.

El caso del trastorno por atracón es paradigmático: aún se aborda desde la lógica de la pérdida de peso como objetivo, cuando el problema central es la restricción alimentaria y la relación dañada con la comida. En otras palabras, se pretende resolver la enfermedad con la misma receta que la provocó.

Mientras sigamos sosteniendo un modelo de salud donde el número en la balanza define diagnóstico y tratamiento, seguiremos empujando a muchas personas hacia el abismo de los TCA. Porque no, no es el cuerpo el que está enfermo: es un sistema de salud atrapado en la arrogancia del pesocentrismo.

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