¿Qué significa cerrar un ciclo? (¿Y es necesario hacerlo para abrir otro?)




“Hay que cerrar ciclos para poder abrir otros”. “Suelta lo anterior para poder avanzar”. “Cuando se cierra una puerta, se abre otra”.

Las frases expuestas anteriormente (y sus múltiples derivados) –que a estas alturas parecen salidas de una postal Village– han sido envasadas, replicadas y vendidas por franquicias pertenecientes a la industria del bienestar, de la autoayuda y del romanticismo, y se han vuelto tan habituales, que las hemos incorporado en nuestro interactuar cotidiano.

¿Cuántas veces se las hemos aconsejado con tanta seguridad a alguna amistad? ¿Cuántas veces nos encontramos diciéndonos a nosotros mismos, incluso, que nos estamos agarrando tanto del pasado que no nos permitimos vivir el presente? O que no vamos a poder superar una situación hasta que cortemos de raíz con la otra. En definitiva, se nos hace fácil decretar que dejar una puerta entreabierta (y con puerta nos referimos a esa relación, vínculo o situación que sigue ahí pendiente), dificulta el reconocimiento y la aceptación –o apertura plena– de otra.

En otras palabras, que vivir situaciones simultáneas solamente da paso a un desgaste emocional, y que para poder disfrutar plenamente de una vivencia, hay que darle cierta clausura a otra.

Algo de cierto tienen esas frases, como todas las frases motivacionales convertidas en cliché. Porque para poder entregarle nuestra energía, tiempo y dedicación a una situación nueva, es probable que tengamos que restarle algo de energía a la situación anterior. Incluso antes que eso, para poder identificar esa vivencia nueva, seguramente es necesario despejar el camino y no estar cegados por una experiencia que nos mantiene aferrados. Algo de eso hay, seguramente.

Pero, ¿qué significa cerrar un ciclo? ¿Hay un manual respecto a cómo hacerlo? ¿Se trata de un cierre absoluto? Y –únicamente con intenciones de desglosar el cliché– ¿Es realmente necesario ‘cerrar’ una etapa para poder incurrir en otra?

Los especialistas concuerdan en que las respuestas no son absolutas. Y si bien existe una tendencia a atribuirle una carga negativa a la incapacidad de cerrar ciclos –o la pulsión por dejar situaciones abiertas, con tal de mantener los límites difusos y habitar la ambigüedad–, hay que saber que para algunas y algunos, eso corresponde a un mecanismo de defensa y una manera igualmente válida de relacionarse. Aquí entran en juego los tipos de apego; la manera en la que se delinean los límites; la incapacidad de ver las cosas de manera radical y binaria; y la confianza que se tiene en uno mismo para poder abrirse a otro tipo de vinculación y generar intimidad con otras personas.

La pregunta que se debería abrir ahí, según sugiere la psicóloga clínica Macarena Venegas, es si realmente se trata de una dificultad por darla clausura a ciertas situaciones o si es más bien una elección. “Es distinto querer cerrar una etapa y no poder hacerlo, que elegir dejarla abierta. Todo es válido siempre y cuando se haga con cierto grado de conciencia, para poder ver y sentir qué es lo que queremos y qué nos acomoda. Ahí es importante recordar que los espacios relacionales son espacios de libertad. Por eso, lo que marca la diferencia es si no estamos cerrando a conciencia o si queremos hacerlo pero nos cuesta”, explica.

En ese sentido, hay personas que pueden dar vuelta la página y realmente dar por concluida una situación, y hay otras que prefieren mantener cierta continuidad para elaborar el proceso con tiempo. Ambas son formas de cerrar. Porque en definitiva, como explica la especialista, para una persona ‘cerrar’ puede implicar bloquear por Instagram, y para otra persona puede implicar una transformación de la relación o pasar de ser pareja a amigos, por ejemplo. “No hay una única forma de definir qué es un cierre porque en esencia, se trata de un cambio y una transformación. Las maneras en las que eso ocurre pueden ser tantas como personas y momentos en la vida de esas personas”, reflexiona.

Es por eso que, según sigue la especialista, lo importante –incluso antes de hablar de qué forma clausurar– es poder definir qué es lo que se busca dar por terminado. Porque muchas veces no se trata de querer terminar una relación o una experiencia afectiva, sino del patrón o posición en la que nos encontramos. “Es importante definir qué es lo que de verdad quiero cerrar; a veces no queremos terminar con una persona, y más bien lo que queremos cambiar es la posición en la que nos encontramos o el patrón que seguimos repitiendo. A veces los ciclos más grandes son realmente procesos de aprendizaje personales y vitales; pueden tener que ver con la valoración personal, con el respeto, con poner límites. Porque, en definitiva, se pueden terminar muchas relaciones o cerrar muchos ciclos, pero seguir incurriendo en los mismos patrones”, explica Venegas.

“La invitación entonces es explorar y definir si lo que se busca es ponerle fin a una relación o situación en particular, o más bien a una posición que estamos ocupando constantemente y que no nos acomoda, o un hábito repetido, o ciertas características de un vínculo. A su vez, es clave entender que si bien se suelen confundir, existe una gran diferencia entre terminar una relación y terminar la comunicación o el contacto con alguien”.

En ese sentido, el proceso de identificar la situación específica que se quiere cerrar, o intentar cerrar, es, según comenta Venegas, muy complejo. “Esa primera toma de conciencia a veces la podemos tener muy clara y a veces se vuelve difícil dilucidarla. En ese caso es bueno recordar pedir ayuda, empezar un proceso de terapia, abrir esos temas y encontrar una red que nos ayude a mirar esto. De a poco esa primera toma de conciencia se puede traducir en elecciones distintas y en cambios más profundos. La vida es un continuo de vida y muerte, y ese ciclo está presente en todo ámbito, entonces es importante ver qué se quiere cerrar para así también ver qué se quiere abrir. Yo a veces les digo a mis pacientes que Tarzán no puede realmente impulsarse a la cuerda de adelante si no suelta la de atrás, pero también les digo que los procesos toman tiempo y el tiempo que toman depende de cada persona. No hay una única receta”.

Todos matices que pueden complejizar el impulso por ‘cerrar’ o ponerle punto final a una experiencia de vida, especialmente si de base y en un momento determinado se es propenso –por experiencias vitales previas, estilos de apego o personalidades– a dejar las situaciones inconclusas y a sentirse mayormente cómodos habitando esos límites.

A eso, la doctora en psicología, activista y académica, Carolina Aspillaga, le suma que lo importante es tener la disponibilidad emocional para iniciar un nuevo vínculo o experiencia. “Disponibilidad en términos de estar dispuestos a querer generar intimidad y cuidado con un otro u otra, con los límites y características particulares que los involucrados definan”, explica. “Y para eso, se trata de ser honestos con una respecto a qué se siente y desea, y con el otro”.

Y es que los procesos de cierre, sigue la especialista, no siempre son lineales ni se dan en un solo momento específico. “Pueden ocurrir en distintos niveles o ámbitos; por ejemplo, se puede no estar enamorada de alguien pero aun seguir viviendo las secuelas. Eso no necesariamente nos tiene que inhabilitar de conocer a otra persona o ir reconstruyendo la confianza en una nueva relación. Es importante hacerse cargo de trabajar individualmente las heridas que pueden quedar de experiencias pasadas, y también poder sincerar con nuestros nuevos vínculos cómo esas heridas nos afectan hoy; no para justificar nuestro actuar, sino para poder entendernos”.

El punto de referencia, según Venegas, puede ser la tranquilidad. “Ver con qué actos, pensamientos, acciones y situaciones nos sentimos más cómodos y tranquilos para poder seguir con nuestros procesos vitales de desarrollo. Y entender que se puede estar tristes pero tranquilos a la vez, o tristes pero aliviados. Esa puede ser la brújula”.

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