Virus y vitaminas: una metáfora sobre la vida laboral en pandemia

Foto: Andrés Pérez

A estas alturas del desarrollo de la pandemia de coronavirus, sabemos muy bien que sus impactos alcanzan a todos los ámbitos de la vida. Ha puesto en riesgo la salud y la vida de prácticamente toda la población mundial y ha producido la muerte de muchos.

Las consecuencias sociales y económicas son enormes, han sido y están siendo especialmente notorias en los países más pobres y con menores niveles de desarrollo. En esos entornos, como en el caso de nuestro país, la emergencia sanitaria ha operado como un analizador implacable, exponiendo con lujo de detalles las inequidades sociales, la desigual distribución de recursos, el acceso diferencial a la salud y al empleo, la exclusión y marginalidad en que viven amplios sectores de la sociedad.

El mundo del trabajo ilustra muy bien los impactos sociales de la pandemia, como testimonian los altos índices de desempleo que se han informado recientemente (10,4% general para el trimestre móvil enero-marzo 2021; 11% para las mujeres), la inestabilidad y el deterioro de las condiciones de empleo que viven amplios sectores de trabajadores y trabajadoras, con un crecimiento de la informalidad que alcanza el 26,7% del total de ocupados. Estas cifras describen objetivamente una realidad laboral, sobre cuyas dimensiones subjetivas de malestar y sufrimiento conviene detenerse un momento. Pues incluso la elite, que ha podido mantener su empleo recurriendo al teletrabajo, un “privilegio de pocos” al que accede apenas un 10% a 20% de los asalariados (de acuerdo con cifras de la Encuesta de Empleo del INE), ha visto igualmente alterada su experiencia laboral en forma negativa.

¿En qué consiste el proceso por el cual el trabajo impacta sobre el estado de ánimo, el bienestar y la salud mental de trabajadores y trabajadoras?

Un modelo que ayuda a la comprensión de los estragos que la pandemia produce en la experiencia laboral es la teoría vitamínica. Según esta, el trabajo cumple unas funciones psicosociales que son necesarias para el equilibrio psíquico. Esto es que el entorno sociolaboral provee de unas “vitaminas psicosociales” que resultan indispensables para la generación de sentimientos de bienestar, de salud mental e incluso de felicidad.

La metáfora apunta a que, así como las vitaminas proveen de elementos claves para el funcionamiento sano del organismo, algunos aspectos o dimensiones psicosociales del trabajo —tales como contar con una remuneración adecuada, el apoyo social, el reconocimiento, el trabajo desafiante o la autonomía—, son vitaminas que aportan a la salud mental de trabajadores y trabajadoras. Una cierta sobredosis de alguna de estas vitaminas puede resultar disfuncional, por ejemplo, la sobrecarga de responsabilidades y el estrés resultante (que equivaldría a una “hipervitaminosis”).

De modo similar, la carencia de alguna de estas vitaminas (“hipovitaminosis”) puede constituir un riesgo a la salud, como contar con bajo apoyo social, ser expuesto a un acoso laboral o experimentar inestabilidad en su trabajo.

El modelo metafórico nos permite entender que el desempleo constituye una situación de mayor gravedad: se privan todas las vitaminas psicosociales que produce el trabajo, por tanto, estamos en un caso de “avitaminosis”. De la aplicación de este modelo, se concluye que el trabajo puede resultar dañino para la salud mental, tanto por el exceso de demandas al que expone, así como, en el otro extremo, por la carencia total de vitaminas que representa el desempleo.

Como indican las cifras del INE, en el escenario laboral que enfrentamos hoy, hay una alta proporción de personas desempleadas e inactivas, es decir, expuestas a los riesgos para la salud mental que derivan de la carencia de las vitaminas psicosociales. Mientras también existe otra gran cantidad de personas que están trabajando bajo condiciones excepcionales, en las cuales más de alguna de las funciones psicosociales positivas y protectoras de la salud mental, se ven afectadas. El trabajo no voluntario a tiempo parcial es un caso, como lo es también, en gran medida, el teletrabajo más o menos forzado al que están volcados principalmente trabajadores de la educación, del ámbito financiero y de otros servicios.

El mundo del trabajo ha sido masivamente afectado por la pandemia, ha aumentado el desempleo y deteriorado las condiciones de trabajo de muchas personas. Ha aumentado la informalidad y ha afectado en especial el trabajo de las mujeres. Desde luego, desde la perspectiva económica, se requiere de políticas de estímulo al empleo, pero así también, desde una perspectiva psicosocial, es necesario atender a las consecuencias de esta situación en el bienestar y la salud mental de trabajadores y trabajadoras. Esta debe ser una tarea tripartita, en la que Estado, empleadores y los propios trabajadores deben involucrarse.

*Director del Diplomado en Calidad de Vida Laboral y Riesgos Psicosociales UDP

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